Luis Alonso Luengo
Sábado, 04 de Enero de 2014

Una ciudad maragata en la Argentina: Carmen de Patagones

Nunca ha dejado de haber ida y vuelta entre los argentinos maragatos, lo comprobamos en agosto del verano pasado en la Carballeda del Val. Luis Alonso Luengo, en diciembre de 1978, en el Nº 293 de la 'Revista de la Casa de León', nos da cuenta de la importancia de los antecedentes maragatos en la fundación de 'Carmen de Patagones'.

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 Mi gran amiga, la exquisita pinto­ra y profesora de la Escuela de Be­llas Artes de Buenos Aires, Josefita Alonso, en el mes de marzo pasado me transmitía desde Necochea (Ar­gentina) una gran noticia: en el ex­tremo austral de la provincia de Buenos Aires, como puerta de la in­mensa y desolada Patagonia, existía una fértil ciudad —toda ella limpia y pura arquitectura colonial— lla­mada Carmen de Patagones, cuyos habitantes reciben la denominación de “Maragatos”.

 

Sabíamos que en Uruguay a los habitantes de San José de Mayo se les llama también “Maragatos” —por­que tal ciudad se fundó por gente de Maragatería— y que este punto, di­fundido en su día por don Matías Alonso Criado, dio lugar a que en Astorga se diera a una calle el nom­bre de San José de Mayo, que aún subsiste, afortunadamente. Ignorába­mos, sin embargo, lo referente a Car­men de Patagones.

 

Es cierto que don Matías Rodríguez, en su “Historia de Astorga”, al ha­blar de los maragatos en América ya daba este dato escueto: “Cierto señor llamado Saura, natural del Bierzo, promovió a mediados del siglo XVIII la inmigración maragata en Río de la Plata, obteniendo para ello regalías especiales del virrey Ceballos, y ayudóle en la realización de su pensamiento don Juan de la Pie­dra, hijo de Astorga, colonizador de la Patagonia.”

 

Nuestra amiga, y su hermana Ma­ría Jesús, en relación con la direc­tora del Museo Histórico Regional Francisco Viedma, de Carmen de Pa­tagones, señorita Emma Nozzi —a quien tan singular gratitud debemos también—, nos envía una copiosa do­cumentación que viene a enriquecer de manera sorprendente los datos de don Matías y abre nuevos cauces pa­ra la investigación, tanto a nosotros, los maragatos, como a los argentinos.

 

En ellas aparece, efectivamente, el astorgano Juan de la Piedra como el colonizador oficial de la Patagonia, que antes había sido ministro de la Real Hacienda de las islas Maluinas.

 

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Según constata don Isaías José Gar­cía Enciso en su libro ‘La gesta de Patagones’, no se debe a los mara­gatos el asentamiento primero de Carmen de Patagones, pero sí a una expedición mandada por el astorga­no Juan de la Piedra, “que transpor­taba 100 hombres de infantería, 20 de artillería, 5 oficiales, capellanes, cirujanos, artesanos, 70 negros y una tripulación de 94 marineros, en la que figuraba como piloto el célebre Basilio Villarino”.

 

Construido el fuer­te sobre el río Negro, y de cara a la inmensa Patagonia —para consolidar la entrada y el dominio de España en esta región—, nace el burgo con unos pocos ‘pioneros’ no maragatos. Pero en seguida —dice aquel autor— se asientan en él “distinguidísimas familias de origen maragato como los Crespo (en 1781), los Carro (en 1779- 1781) y los Alonso (1780-81), entre otros”.

 

¿Cuál fue la causa de que a partir de entonces y hasta hoy —según las estadísticas que poseemos— se deno­mine ‘maragatos’ a los habitantes de la ciudad así nacida?

 

¿Fue el prestigio del astorgano Juan de la Piedra que, aunque au­sentado de la expedición hacia Mon­tevideo, y dejando el establecimiento a cargo del andaluz Francisco de Viezma —que mostró ser un consu­mado colonizador, cuyo nombre se venera en la ciudad— sentó, no obs­tante, unas bases de organización ciudadana a la maragata, cuya efi­cacia quedó bien patente de un lado en las “buenas y cordiales relacio­nes con los indios de la región”, man­tenidas por Viedma, gran diplomá­tico, y de otro lado en el heroísmo y defensa de la ciudad frente a los ataques de los brasileños en 1827?

 

¿Fue que aquellas familias maragatas—Crespo, Carro, Alonso— im­primieron a la ciudad un sello y a su tono de vida una impronta con la que se creó la vigorosa personalidad intelectual y comercial a la vez, que aún hoy —mantenida y enriquecida— caracteriza a Carmen de Patagones y que recuerda mucho a lo que era la Astorga cultural y progresista de aquellos tiempos? ¿Serían ambas co­sas a la vez?


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 La realidad es que Carmen de Pa­tagones se consolidó como ciudad y creció bajo el apelativo de ‘maraga­ta’; que sostuvo guerras, que desa­rrolló una arquitectura colonial con clara influencia de la maragata; y que hoy posee un Museo Histórico Regional dirigido por la inteligen­cia y la sensibilidad de Emma Nozzi. En el Museo se encuentra en lugar de honor una pareja de maragatos —bellamente auténticos—, además de galochas, tamboril y otros enseres de nuestra Maragatería. Y es curioso que actualmente existan en la ciudad di­versos establecimientos comerciales con el subtítulo de ‘maragatos’, co­mo Inmobiliaria Maragata o Tricot Maragato.

 

Tenemos a la vista un recorte del diario ‘Río Negro’ del 8 de marzo de 1978 que da cuenta de la cere­monia patriótica celebrada en la con­memoración de la triunfal jornada bélica llevada a cabo por Carmen de Patagones frente a los brasileños, que intentaban conquistarla, y que tuvo lugar el día 7 de marzo de 1827, ‘primer hecho de armas de Patagonia vinculado a la causa nacio­nal argentina’. Pues bien, en tal acto fue izado el pabellón nacional por el jefe comunal maragato Edgardo Goldaracena.

 

Pero hay un punto curiosamente relacionado con cuanto vamos con­tando —referido a la Argentina y a los maragatos también—, y es el po­sible origen del traje gaucho, conse­cuencia —según tesis muy razona­ble— de la adaptación a las necesi­dades pamperas del traje maragato varonil.

 

Dos regiones existen en el sur de la República Argentina que en el siglo XVIII esperaban la coloniza­ción: la Patagonia y la Pampa. La primera, que se inicia en el río Co­lorado, es una región árida, de áspe­ras mesetas, sin árboles, de vientos huracanados y clima frío, tan miste­riosa que los conquistadores la cre­yeron poblada de gigantes, escondien­do en sus desiertos una ciudad en­cantada. La segunda, que arranca del río de la Plata, no es monótona y uniforme, sino muy varia en sus dos zonas, llana a veces y arenosa, se es­malta de praderas, enriquecida por arroyos y lagunas e interrumpida por las sierras Tandil y la Ventana.

 

Es evidente que la colonización, de una y otra región —Patagonia y Pampa— fue protagonizada de una forma muy activa por los maragatos a lo largo de los siglos XVIII y XIX. ¿Se asentaron primero en Patagonia para poblar luego la Pampa por el sistema de ‘pulperías’, según ha es­tudiado nuestro amigo el escritor astorgano residente en Buenos Aires Ignacio Prieto del Egido?

 

Cuando hace ya muchos años el insigne novelista argentino don En­rique Larreta vino a España en uno de sus viajes habituales, tuvimos la oportunidad de plantearle el proble­ma del origen del traje gaucho —pro­pio más bien de la Pampa— como derivación del maragato: las mismas bragas, más anchas y largas en el gaucho; el mismo cinto; la misma almilla hecha blusa, y el propio an­cho sombrero de borlas casi episco­pales. Todo menos ceñido, más am­plio que en el traje maragato, por ser más dinámica la actividad pam­pera del gaucho.

 

Don Enrique Larreta nos escucha­ba pensativo, cruzando sus manos de marfil, cubriéndose con el caído tupé parte de la frente, recortando el fuer­te bigote, como la pintura de Zuloaga sobre el fondo de una Avila bo­rrascosa. Y con su suave tonalidad argentina de gran señor: ‘Cierto... muy cierto... nunca había reparado en ello... Y sin embargo...’

 

El testimonio —apuntábamos noso­tros— es de primera calidad. Fue don Matías Alonso Criado —el más insig­ne historiador que han tenido los maragatos en América—, quien lan­zó la tesis, luego recogida por don Matías Rodríguez en su ‘Historia de Astorga’, donde dice que “el traje especial de los maragatos, con sus bombachos y zaragüelles, dio orden al ‘chiripá’ y a las ‘bomchas’ de los gauchos o campesinos sudamericanos que hallaron así el más cómodo ata­vío para recorrer en el indispensable caballo las grandes distancias de Sudamérica”.

 

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Don Enrique, con exquisita corte­sía tomaba nota de cuanto le decía­mos con aquella su letra, firme y temblorosa a la vez. Y después rubri­cando la visita, tendiéndonos su ama­ble mano:

—Yo le prometo que en mi próxi­mo viaje a España traeré investiga­do el problema que interesa tanto a los españoles como a los argentinos.

 

Al año siguiente, Larreta volvía a España. Por teléfono su voz, de dul­ce fonética porteña, nos dijo:

—Querido amigo... tenía usted ra­zón. Traigo los datos sobre el origen maragato del traje gaucho que le van a interesar mucho. Ya le contaré.

Y yo, impaciente:

—¿Cuándo nos veremos, don En­rique?

Y él, correctísimo:

—Perdone que no sea hoy, porque mañana a primera hora me voy a Andalucía. Volveré a Madrid dentro de ocho días y entonces hablaremos.

 

Pero Larreta no regresó nunca a Madrid. Súbitos problemas urgentes le hicieron retornar con premura a su tierra. Al poco tiempo moría. Y por mucho que lo intentamos no he­mos podido conseguir aquellos datos —seguramente definitivos— que don Enrique Larreta generosamente nos iba a brindar.

 

Como resumen: una ciudad, cabeza de Patagonia, cuyos habitantes se apellidan ‘maragatos’ y que muestran con orgullo su oriundez maragata. Un traje —el gaucho— cuya proce­dencia maragata parece clara. He aquí algunos temas que exigen un largo y detenido estudio que algún día, si Dios nos da fuerzas, pensamos acometer.

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