Una ciudad maragata en la Argentina: Carmen de Patagones
Nunca ha dejado de haber ida y vuelta entre los argentinos maragatos, lo comprobamos en agosto del verano pasado en la Carballeda del Val. Luis Alonso Luengo, en diciembre de 1978, en el Nº 293 de la 'Revista de la Casa de León', nos da cuenta de la importancia de los antecedentes maragatos en la fundación de 'Carmen de Patagones'.
Mi gran
amiga, la exquisita pintora y profesora de la Escuela de Bellas Artes de
Buenos Aires, Josefita Alonso, en el mes de marzo pasado me transmitía desde
Necochea (Argentina) una gran noticia: en el extremo austral de la provincia
de Buenos Aires, como puerta de la inmensa y desolada Patagonia, existía una
fértil ciudad —toda ella limpia y pura arquitectura colonial— llamada Carmen
de Patagones, cuyos habitantes reciben la denominación de “Maragatos”.
Sabíamos que
en Uruguay a los habitantes de San José de Mayo se les llama también
“Maragatos” —porque tal ciudad se fundó por gente de Maragatería— y que este
punto, difundido en su día por don Matías Alonso Criado, dio lugar a que en
Astorga se diera a una calle el nombre de San José de Mayo, que aún subsiste,
afortunadamente. Ignorábamos, sin embargo, lo referente a Carmen de
Patagones.
Es cierto que
don Matías Rodríguez, en su “Historia de Astorga”, al hablar de los maragatos
en América ya daba este dato escueto: “Cierto señor llamado Saura, natural del
Bierzo, promovió a mediados del siglo XVIII la inmigración maragata en Río de
la Plata, obteniendo para ello regalías especiales del virrey Ceballos, y
ayudóle en la realización de su pensamiento don Juan de la Piedra, hijo de
Astorga, colonizador de la Patagonia.”
Nuestra
amiga, y su hermana María Jesús, en relación con la directora del Museo
Histórico Regional Francisco Viedma, de Carmen de Patagones, señorita Emma
Nozzi —a quien tan singular gratitud debemos también—, nos envía una copiosa documentación
que viene a enriquecer de manera sorprendente los datos de don Matías y abre
nuevos cauces para la investigación, tanto a nosotros, los maragatos, como a
los argentinos.
En ellas
aparece, efectivamente, el astorgano Juan de la Piedra como el colonizador
oficial de la Patagonia, que antes había sido ministro de la Real Hacienda de
las islas Maluinas.
![[Img #7159]](upload/img/periodico/img_7159.jpg)
Según
constata don Isaías José García Enciso en su libro ‘La gesta de Patagones’, no
se debe a los maragatos el asentamiento primero de Carmen de Patagones, pero
sí a una expedición mandada por el astorgano Juan de la Piedra, “que transportaba
100 hombres de infantería, 20 de artillería, 5 oficiales, capellanes,
cirujanos, artesanos, 70 negros y una tripulación de 94 marineros, en la que
figuraba como piloto el célebre Basilio Villarino”.
Construido el
fuerte sobre el río Negro, y de cara a la inmensa Patagonia —para consolidar
la entrada y el dominio de España en esta región—, nace el burgo con unos pocos
‘pioneros’ no maragatos. Pero en seguida —dice aquel autor— se asientan en él
“distinguidísimas familias de origen maragato como los Crespo (en 1781), los
Carro (en 1779- 1781) y los Alonso (1780-81), entre otros”.
¿Cuál fue la
causa de que a partir de entonces y hasta hoy —según las estadísticas que
poseemos— se denomine ‘maragatos’ a los habitantes de la ciudad así nacida?
¿Fue el
prestigio del astorgano Juan de la Piedra que, aunque ausentado de la
expedición hacia Montevideo, y dejando el establecimiento a cargo del andaluz
Francisco de Viezma —que mostró ser un consumado colonizador, cuyo nombre se
venera en la ciudad— sentó, no obstante, unas bases de organización ciudadana
a la maragata, cuya eficacia quedó bien patente de un lado en las “buenas y
cordiales relaciones con los indios de la región”, mantenidas por Viedma,
gran diplomático, y de otro lado en el heroísmo y defensa de la ciudad frente
a los ataques de los brasileños en 1827?
¿Fue que
aquellas familias maragatas—Crespo, Carro, Alonso— imprimieron a la ciudad un
sello y a su tono de vida una impronta con la que se creó la vigorosa
personalidad intelectual y comercial a la vez, que aún hoy —mantenida y
enriquecida— caracteriza a Carmen de Patagones y que recuerda mucho a lo que
era la Astorga cultural y progresista de aquellos tiempos? ¿Serían ambas cosas
a la vez?
![[Img #7160]](upload/img/periodico/img_7160.jpg)
La realidad
es que Carmen de Patagones se consolidó como ciudad y creció bajo el apelativo
de ‘maragata’; que sostuvo guerras, que desarrolló una arquitectura colonial
con clara influencia de la maragata; y que hoy posee un Museo Histórico
Regional dirigido por la inteligencia y la sensibilidad de Emma Nozzi. En el
Museo se encuentra en lugar de honor una pareja de maragatos —bellamente
auténticos—, además de galochas, tamboril y otros enseres de nuestra
Maragatería. Y es curioso que actualmente existan en la ciudad diversos
establecimientos comerciales con el subtítulo de ‘maragatos’, como
Inmobiliaria Maragata o Tricot Maragato.
Tenemos a la
vista un recorte del diario ‘Río Negro’ del 8 de marzo de 1978 que da cuenta de
la ceremonia patriótica celebrada en la conmemoración de la triunfal jornada
bélica llevada a cabo por Carmen de Patagones frente a los brasileños, que
intentaban conquistarla, y que tuvo lugar el día 7 de marzo de 1827, ‘primer
hecho de armas de Patagonia vinculado a la causa nacional argentina’. Pues
bien, en tal acto fue izado el pabellón nacional por el jefe comunal maragato
Edgardo Goldaracena.
Pero hay un
punto curiosamente relacionado con cuanto vamos contando —referido a la
Argentina y a los maragatos también—, y es el posible origen del traje gaucho,
consecuencia —según tesis muy razonable— de la adaptación a las necesidades
pamperas del traje maragato varonil.
Dos regiones
existen en el sur de la República Argentina que en el siglo XVIII esperaban la
colonización: la Patagonia y la Pampa. La primera, que se inicia en el río Colorado,
es una región árida, de ásperas mesetas, sin árboles, de vientos huracanados y
clima frío, tan misteriosa que los conquistadores la creyeron poblada de
gigantes, escondiendo en sus desiertos una ciudad encantada. La segunda, que
arranca del río de la Plata, no es monótona y uniforme, sino muy varia en sus
dos zonas, llana a veces y arenosa, se esmalta de praderas, enriquecida por
arroyos y lagunas e interrumpida por las sierras Tandil y la Ventana.
Es evidente
que la colonización, de una y otra región —Patagonia y Pampa— fue protagonizada
de una forma muy activa por los maragatos a lo largo de los siglos XVIII y XIX.
¿Se asentaron primero en Patagonia para poblar luego la Pampa por el sistema de
‘pulperías’, según ha estudiado nuestro amigo el escritor astorgano residente
en Buenos Aires Ignacio Prieto del Egido?
Cuando hace
ya muchos años el insigne novelista argentino don Enrique Larreta vino a
España en uno de sus viajes habituales, tuvimos la oportunidad de plantearle el
problema del origen del traje gaucho —propio más bien de la Pampa— como
derivación del maragato: las mismas bragas, más anchas y largas en el gaucho;
el mismo cinto; la misma almilla hecha blusa, y el propio ancho sombrero de
borlas casi episcopales. Todo menos ceñido, más amplio que en el traje
maragato, por ser más dinámica la actividad pampera del gaucho.
Don Enrique
Larreta nos escuchaba pensativo, cruzando sus manos de marfil, cubriéndose con
el caído tupé parte de la frente, recortando el fuerte bigote, como la pintura
de Zuloaga sobre el fondo de una Avila borrascosa. Y con su suave tonalidad
argentina de gran señor: ‘Cierto... muy cierto... nunca había reparado en
ello... Y sin embargo...’
El testimonio
—apuntábamos nosotros— es de primera calidad. Fue don Matías Alonso Criado —el
más insigne historiador que han tenido los maragatos en América—, quien lanzó
la tesis, luego recogida por don Matías Rodríguez en su ‘Historia de Astorga’,
donde dice que “el traje especial de los maragatos, con sus bombachos y
zaragüelles, dio orden al ‘chiripá’ y a las ‘bomchas’ de los gauchos o
campesinos sudamericanos que hallaron así el más cómodo atavío para recorrer
en el indispensable caballo las grandes distancias de Sudamérica”.
![[Img #7158]](upload/img/periodico/img_7158.jpg)
Don Enrique,
con exquisita cortesía tomaba nota de cuanto le decíamos con aquella su
letra, firme y temblorosa a la vez. Y después rubricando la visita,
tendiéndonos su amable mano:
—Yo le
prometo que en mi próximo viaje a España traeré investigado el problema que
interesa tanto a los españoles como a los argentinos.
Al año
siguiente, Larreta volvía a España. Por teléfono su voz, de dulce fonética
porteña, nos dijo:
—Querido
amigo... tenía usted razón. Traigo los datos sobre el origen maragato del
traje gaucho que le van a interesar mucho. Ya le contaré.
Y yo,
impaciente:
—¿Cuándo nos
veremos, don Enrique?
Y él,
correctísimo:
—Perdone que
no sea hoy, porque mañana a primera hora me voy a Andalucía. Volveré a Madrid
dentro de ocho días y entonces hablaremos.
Pero Larreta
no regresó nunca a Madrid. Súbitos problemas urgentes le hicieron retornar con
premura a su tierra. Al poco tiempo moría. Y por mucho que lo intentamos no hemos
podido conseguir aquellos datos —seguramente definitivos— que don Enrique
Larreta generosamente nos iba a brindar.
Como resumen:
una ciudad, cabeza de Patagonia, cuyos habitantes se apellidan ‘maragatos’ y
que muestran con orgullo su oriundez maragata. Un traje —el gaucho— cuya procedencia
maragata parece clara. He aquí algunos temas que exigen un largo y detenido
estudio que algún día, si Dios nos da fuerzas, pensamos acometer.
![[Img #7156]](upload/img/periodico/img_7156.jpg)
Mi gran amiga, la exquisita pintora y profesora de la Escuela de Bellas Artes de Buenos Aires, Josefita Alonso, en el mes de marzo pasado me transmitía desde Necochea (Argentina) una gran noticia: en el extremo austral de la provincia de Buenos Aires, como puerta de la inmensa y desolada Patagonia, existía una fértil ciudad —toda ella limpia y pura arquitectura colonial— llamada Carmen de Patagones, cuyos habitantes reciben la denominación de “Maragatos”.
Sabíamos que en Uruguay a los habitantes de San José de Mayo se les llama también “Maragatos” —porque tal ciudad se fundó por gente de Maragatería— y que este punto, difundido en su día por don Matías Alonso Criado, dio lugar a que en Astorga se diera a una calle el nombre de San José de Mayo, que aún subsiste, afortunadamente. Ignorábamos, sin embargo, lo referente a Carmen de Patagones.
Es cierto que don Matías Rodríguez, en su “Historia de Astorga”, al hablar de los maragatos en América ya daba este dato escueto: “Cierto señor llamado Saura, natural del Bierzo, promovió a mediados del siglo XVIII la inmigración maragata en Río de la Plata, obteniendo para ello regalías especiales del virrey Ceballos, y ayudóle en la realización de su pensamiento don Juan de la Piedra, hijo de Astorga, colonizador de la Patagonia.”
Nuestra amiga, y su hermana María Jesús, en relación con la directora del Museo Histórico Regional Francisco Viedma, de Carmen de Patagones, señorita Emma Nozzi —a quien tan singular gratitud debemos también—, nos envía una copiosa documentación que viene a enriquecer de manera sorprendente los datos de don Matías y abre nuevos cauces para la investigación, tanto a nosotros, los maragatos, como a los argentinos.
En ellas aparece, efectivamente, el astorgano Juan de la Piedra como el colonizador oficial de la Patagonia, que antes había sido ministro de la Real Hacienda de las islas Maluinas.
Según constata don Isaías José García Enciso en su libro ‘La gesta de Patagones’, no se debe a los maragatos el asentamiento primero de Carmen de Patagones, pero sí a una expedición mandada por el astorgano Juan de la Piedra, “que transportaba 100 hombres de infantería, 20 de artillería, 5 oficiales, capellanes, cirujanos, artesanos, 70 negros y una tripulación de 94 marineros, en la que figuraba como piloto el célebre Basilio Villarino”.
Construido el fuerte sobre el río Negro, y de cara a la inmensa Patagonia —para consolidar la entrada y el dominio de España en esta región—, nace el burgo con unos pocos ‘pioneros’ no maragatos. Pero en seguida —dice aquel autor— se asientan en él “distinguidísimas familias de origen maragato como los Crespo (en 1781), los Carro (en 1779- 1781) y los Alonso (1780-81), entre otros”.
¿Cuál fue la causa de que a partir de entonces y hasta hoy —según las estadísticas que poseemos— se denomine ‘maragatos’ a los habitantes de la ciudad así nacida?
¿Fue el prestigio del astorgano Juan de la Piedra que, aunque ausentado de la expedición hacia Montevideo, y dejando el establecimiento a cargo del andaluz Francisco de Viezma —que mostró ser un consumado colonizador, cuyo nombre se venera en la ciudad— sentó, no obstante, unas bases de organización ciudadana a la maragata, cuya eficacia quedó bien patente de un lado en las “buenas y cordiales relaciones con los indios de la región”, mantenidas por Viedma, gran diplomático, y de otro lado en el heroísmo y defensa de la ciudad frente a los ataques de los brasileños en 1827?
¿Fue que aquellas familias maragatas—Crespo, Carro, Alonso— imprimieron a la ciudad un sello y a su tono de vida una impronta con la que se creó la vigorosa personalidad intelectual y comercial a la vez, que aún hoy —mantenida y enriquecida— caracteriza a Carmen de Patagones y que recuerda mucho a lo que era la Astorga cultural y progresista de aquellos tiempos? ¿Serían ambas cosas a la vez?
La realidad es que Carmen de Patagones se consolidó como ciudad y creció bajo el apelativo de ‘maragata’; que sostuvo guerras, que desarrolló una arquitectura colonial con clara influencia de la maragata; y que hoy posee un Museo Histórico Regional dirigido por la inteligencia y la sensibilidad de Emma Nozzi. En el Museo se encuentra en lugar de honor una pareja de maragatos —bellamente auténticos—, además de galochas, tamboril y otros enseres de nuestra Maragatería. Y es curioso que actualmente existan en la ciudad diversos establecimientos comerciales con el subtítulo de ‘maragatos’, como Inmobiliaria Maragata o Tricot Maragato.
Tenemos a la vista un recorte del diario ‘Río Negro’ del 8 de marzo de 1978 que da cuenta de la ceremonia patriótica celebrada en la conmemoración de la triunfal jornada bélica llevada a cabo por Carmen de Patagones frente a los brasileños, que intentaban conquistarla, y que tuvo lugar el día 7 de marzo de 1827, ‘primer hecho de armas de Patagonia vinculado a la causa nacional argentina’. Pues bien, en tal acto fue izado el pabellón nacional por el jefe comunal maragato Edgardo Goldaracena.
Pero hay un punto curiosamente relacionado con cuanto vamos contando —referido a la Argentina y a los maragatos también—, y es el posible origen del traje gaucho, consecuencia —según tesis muy razonable— de la adaptación a las necesidades pamperas del traje maragato varonil.
Dos regiones existen en el sur de la República Argentina que en el siglo XVIII esperaban la colonización: la Patagonia y la Pampa. La primera, que se inicia en el río Colorado, es una región árida, de ásperas mesetas, sin árboles, de vientos huracanados y clima frío, tan misteriosa que los conquistadores la creyeron poblada de gigantes, escondiendo en sus desiertos una ciudad encantada. La segunda, que arranca del río de la Plata, no es monótona y uniforme, sino muy varia en sus dos zonas, llana a veces y arenosa, se esmalta de praderas, enriquecida por arroyos y lagunas e interrumpida por las sierras Tandil y la Ventana.
Es evidente que la colonización, de una y otra región —Patagonia y Pampa— fue protagonizada de una forma muy activa por los maragatos a lo largo de los siglos XVIII y XIX. ¿Se asentaron primero en Patagonia para poblar luego la Pampa por el sistema de ‘pulperías’, según ha estudiado nuestro amigo el escritor astorgano residente en Buenos Aires Ignacio Prieto del Egido?
Cuando hace ya muchos años el insigne novelista argentino don Enrique Larreta vino a España en uno de sus viajes habituales, tuvimos la oportunidad de plantearle el problema del origen del traje gaucho —propio más bien de la Pampa— como derivación del maragato: las mismas bragas, más anchas y largas en el gaucho; el mismo cinto; la misma almilla hecha blusa, y el propio ancho sombrero de borlas casi episcopales. Todo menos ceñido, más amplio que en el traje maragato, por ser más dinámica la actividad pampera del gaucho.
Don Enrique Larreta nos escuchaba pensativo, cruzando sus manos de marfil, cubriéndose con el caído tupé parte de la frente, recortando el fuerte bigote, como la pintura de Zuloaga sobre el fondo de una Avila borrascosa. Y con su suave tonalidad argentina de gran señor: ‘Cierto... muy cierto... nunca había reparado en ello... Y sin embargo...’
El testimonio —apuntábamos nosotros— es de primera calidad. Fue don Matías Alonso Criado —el más insigne historiador que han tenido los maragatos en América—, quien lanzó la tesis, luego recogida por don Matías Rodríguez en su ‘Historia de Astorga’, donde dice que “el traje especial de los maragatos, con sus bombachos y zaragüelles, dio orden al ‘chiripá’ y a las ‘bomchas’ de los gauchos o campesinos sudamericanos que hallaron así el más cómodo atavío para recorrer en el indispensable caballo las grandes distancias de Sudamérica”.
Don Enrique, con exquisita cortesía tomaba nota de cuanto le decíamos con aquella su letra, firme y temblorosa a la vez. Y después rubricando la visita, tendiéndonos su amable mano:
—Yo le prometo que en mi próximo viaje a España traeré investigado el problema que interesa tanto a los españoles como a los argentinos.
Al año siguiente, Larreta volvía a España. Por teléfono su voz, de dulce fonética porteña, nos dijo:
—Querido amigo... tenía usted razón. Traigo los datos sobre el origen maragato del traje gaucho que le van a interesar mucho. Ya le contaré.
Y yo, impaciente:
—¿Cuándo nos veremos, don Enrique?
Y él, correctísimo:
—Perdone que no sea hoy, porque mañana a primera hora me voy a Andalucía. Volveré a Madrid dentro de ocho días y entonces hablaremos.
Pero Larreta no regresó nunca a Madrid. Súbitos problemas urgentes le hicieron retornar con premura a su tierra. Al poco tiempo moría. Y por mucho que lo intentamos no hemos podido conseguir aquellos datos —seguramente definitivos— que don Enrique Larreta generosamente nos iba a brindar.
Como resumen: una ciudad, cabeza de Patagonia, cuyos habitantes se apellidan ‘maragatos’ y que muestran con orgullo su oriundez maragata. Un traje —el gaucho— cuya procedencia maragata parece clara. He aquí algunos temas que exigen un largo y detenido estudio que algún día, si Dios nos da fuerzas, pensamos acometer.