Tomás-Néstor Martínez Álvarez
Domingo, 07 de Abril de 2024

Palabras con eco de Mahmud Darwish para Carmen Busmayor

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¿Adónde iremos después de la última frontera? ¿Hacia dónde volarán los pájaros sobrevolado el último cielo? ¿Cómo abrir al horizonte un territorio asentado entre líneas cóncavas huidas de la geometría sin tener a mano la llave que los últimos titiriteros ocultaron en las nubes?

 

Sin embargo, sobre esta tierra hay por qué vivir. Los caminos se detienen aquí a descansar, las hayas juzgan el tiempo por el brillo del atardecer, las aguas siguen indolentes, a lo suyo, en alegre caída pese a tropiezos y saltos, los campos ocultan las sombras de sueños frustrados y aún encuentran alimento en sudores nunca recompensados. Quisiera pensar que tienen huellas de luz las piedras de la senda. Temo que las tormentas oculten para siempre esas huellas y que los girasoles pierdan su esencia de giróvagos.

 

 Ahí, arrebolado en otoño y silente siempre, ahí mismo está Busmayor en el regazo del tiempo, bajo la mirada del Capeloso -cumbre con nombre cardenalicio- que juega al escondite con las nubes o la niebla y asusta, inocente, a quien no lo conoce.

 

Asomada a la vida y a la palabra, Carmen, también Busmayor, pone voz a la querencia y descubre los colores: el verde, para el campo sin esperanza; para zurcir mañanas con noches o la vida con la muerte acude sin invitación y espontáneo el color negro; el blanco ya era un gris unido al color tierra o color camino: señal del itinerario sin regreso; el rojo intenso no se mostraba a la vista ni lo recomendaban los oftalmólogos, más temerosos que atrevidos. Poco a poco, esa voz poética, reconoce Antonio Gamoneda, se diluye en los versos “dulce en la lentitud y lenta en la dulzura”. Se adentra Carmen en lo más recóndito del ser humano, intimista, sin perder nunca el sentimiento solidario; alza la voz enfrentada a silencios y olvidos impuestos; entrega la palabra, aviva la mirada con memoria y anhela como el poeta palestino, Ojalá las palabras / fueran transparentes y viéramos en ellas ventanas abiertas. Tantos son los días imperfectos vaciados de palabras útiles, tan diarios los tiempos cojitrancos con sus vaivenes y qué penosos vocingleros asoman los profetas de ahora. Se pregunta el poeta en medio del desahucio y el desalojo ¿Por qué has dejado solo al caballo? Conocía la triste e inhumana respuesta.

 

Allá arriba, en el hayedo, el lenguaje de los poetas ha prendido en las hayas tras la escucha de versos entreverados con el sonido de gaitas el primero de los sábados de agosto. Lenguaje también de las hayas. Tras beber en el borde de las copas altas del hayedo los pájaros devuelven al viento las palabras bien amasadas de la poesía. Desconocen que Carmen y Busmayor guardan en una casa sin leyenda ni llave incontables puntos cardinales de la Poesía. Poemas y palabras que dan vida a los manantiales tras la ausencia de lluvia o sequía creadora.

 

No tiene casa el viento, asegura el poeta, pero sí espacio para cobijo de la palabra y la voz de quienes la cantan con o sin acompañamiento de una lira o de instrumento cordófono. Carmen ha puesto a la Poesía casa en Busmayor, una casa orientada y abierta a todos los vientos y vías lácteas sin escuchar lamentos de incrédulos ni la débil firmeza con la que aseguran los militantes del vacío y de la nada que la paloma nunca equivoca norte y sur.

    

Gracias mil, Carmen, por esta habitación vecina al Capeloso que tamén fala galego.

 

                                                               

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