Pablo de la Red
Lunes, 08 de Abril de 2024

OPINIÓN / Semana Santa laica

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Añadir el adjetivo “laico” a la Semana Santa es, en el mejor de los casos, un oxímoron: conceptos opuestos y contradictorios. Sin embargo, diría que muchos de los que hemos disfrutado de estos días en Astorga, o en muchas otras ciudades de España, nos hemos encontrado ante esta dualidad. No cabe duda de que la Semana Santa es un acontecimiento religioso, pero es llamativo que, ante la más que significativa caída de creyentes en las iglesias, las procesiones exhiben cada año una fortaleza superior. Las razones pueden ser tantas como personas y cada una, seguramente, tenga sus motivos para disfrutarlas.

 

Para mí, existe, sin embargo, un motivo fundamental que le confiere a estos días un valor nada desdeñable: la conexión con la tradición. Pero, entiéndaseme bien, la tradición en sí misma no es un valor que podamos destacar como positivo. Es obvio que, con el paso de los años, hemos desterrado tradiciones porque entrañaban un perjuicio social y es necesario que, en una sociedad democrática, se revise aquello que nos llega del pasado para que se adecúe a los valores que deben regir una sociedad moderna. Sin embargo, una tradición que se perpetúa adquiere un alto valor. En el caso de la Semana Santa, su carácter tradicional es, en mi opinión, lo que la convierte en un acontecimiento de masas. Y es que nos encontramos ante algo que se repite, con pocas variaciones, desde hace siglos. Y ahí, precisamente, reside su valor.

 

Es un hecho que nos vincula con el pasado, pero también con el futuro porque tenemos la constancia de que se celebrará, con muy pocas variaciones, también el año próximo. Frente a una vida en constante cambio, líquida, por emplear el término de Bauman, y una vez que la mayor parte de la población ha abandonado las rutinas vinculadas a los ciclos de la naturaleza, una tradición como la Semana Santa solidifica, en cierta medida, nuestra existencia, nos conecta con antepasados que hicieron lo mismo que nosotros; dentro de una sociedad profundamente individualista nos incluye dentro de la comunidad y todo ello le confiere un altísimo valor que poco o nada tiene que ver con lo religioso.

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