Mercedes Unzeta Gullón
Domingo, 14 de Abril de 2024

El canto de las ranas

[Img #68451]

 

 

Hoy la espiral de mis pensamientos ha amanecido en blanco, con un fondo de incertidumbre en blanco grisáceo, lugar en el que mi espíritu se planteaba aquellas palabras del fraile Reyes Ríos (siglo XVII)  que decían: "¿Posible?¿Y río y duermo y quiero holgarme? ¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible? ¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto? Loco debo de ser pues no soy santo". 


Esa es la segunda parte del poema que empieza diciendo: "¿Yo para qué nací? Para salvarme.Que tengo que morir es infalible. Dejar de ver a dios y condenarme, triste cosa será pero posible". Esta parte no era la que me inquietaba, sino la anterior, la de los muchos interrogantes de vida.


Me vinieron, así, de pronto, esos versos aprendidos en época escolar. ¡Lo que hace la memoria y el sistema educativo de antaño, que mucho era memorizar y muy poco razonar! La verdad es que de vez en cuando se me repiten y hacen temblar mis asideros de vida. Y lo que antes eran sólo palabras enlazadas, ahora sí me llevan a razonar y reconducir algunas direcciones que se van torciendo en el tiempo. Pero esta mañana no tenía ganas ni fuerza para razonar ni detenerme en repensar, tan sólo sentir una desgana por todo. Desgana que llevo arrastrando últimamente a causa de la decepción por la deriva del mundo.


Me contaba mi hijo Ulises que un amigo suyo está viviendo un duelo importante con la guerra de Gaza y que ha dejado de ir a cualquier actividad social, ni cine, ni teatro, ni reuniones, ni fiestas, porque ante lo que está pasando no tiene espíritu para nada. Y lo que está pasando es verdaderamente terrible, no sólo porque un loco está matando a una población sino porque se le está permitiendo a ese loco hacer lo que está haciendo. Tan culpable es Netanyahu como todos los países que lo están permitiendo, y son TODOS. Duelo, sí, debería estar el mundo democrático en duelo.


También apareció en mi mente esta mañana, como expresión de mi sentir, la frase de “Vivo sin vivir en mi” de la mística Santa Teresa. El ‘vivo sin vivir en mí’, yo me lo aplico muchas veces porque verbalizo ese sentimiento con esa frase clásica de la Santa, y pienso que hay una gran mayoría de personas, grande, grande, que viven sin vivir en ellas, envueltas en las ansiedades de la sociedad capitalista en la que vivimos. 


A Santa Teresa se le ha adjudicado esa comunión con Dios “Y tan alta vida espero que muero porque no muero”, pero bien podría aplicarse la frase a la situación a la que nos ha llevado este mundo capitalista de concentrar toda nuestra energía, nuestra mente y nuestras inquietudes a tener una posición exterior, a acumular posición, poder y riquezas y olvidarnos de nosotros mismos, olvidarnos de mirar para dentro para reconocernos y encontrarnos., saber quiénes somos y  dónde queremos encontrar nuestro bienestar interior en equilibrio con el exterior.


Esta mañana, estando en el ‘sin vivir’, un amigo que está leyendo un libro mío, que supone que es autobiográfico, me comenta que en ciertos aspectos no me reconoce. Ya, le digo, es que no me conoces en todas mis versiones. Puede que no sea yo la del libro pero puede que sí, porque a lo largo de la vida vamos, felizmente, evolucionando, es decir, cambiando, y es muy posible que los comportamientos en la vida vayan variando a medida que vas viviendo las experiencias que te van transformando. Qué triste sería que la vida vivida no te afectara y siempre te quedaras en el inocente estado de un Peter Pan. Bueno, visto en absoluto sería estupendo quedarnos siempre en esa felicidad infantil, sin malicia, sin rencores, sin responsabilidades, sin ansiedades…; pero en relativo la situación sería terrible porque un inocente en medio de un mundo de lobos está perdido, aniquilado a la primera de cambio.


Felizmente tenemos la posibilidad de aprender, otra cosa muy distinta que seamos conscientes y aprendamos.


Esta mañana, además del pesar por la deriva del mundo me sentía irritada, inundada por las complicadas y aburridas circunstancias exteriores a las que había que atender sí o sí. Yo quería dedicar mi tiempo a la contemplación pero la dinámica de la vida me llevaba a la acción. Y en la acción me metí muy a mi pesar, por lo tanto de mal humor. Es entonces cuando me acordé de Santa Teresa.  


Ay, pero…, me llegó la alegría en cuanto salí al jardín. Las ranas del estanque han despertado de su letargo y con este magnífico tiempo se han puesto a cantar a pleno pulmón. Qué alegría tan grande esparcen en el ambiente con su cántico. Forman un coro enorme, aunque el estanque no es muy grande, y se han tomado con ganas eso de celebrar a pleno pulmón que están vivas después de haber pasado el invierno en estado catatónico. Qué gran felicidad transmite en ese alborotado croar. Han conseguido dar un giro a mi mustio ánimo mañanero y lograr que me sienta tan feliz como ellas.


Qué frágiles somos. Con qué poco podemos transformarnos. Escuchar a las ranas me ha alegrado la tarde. La verdad es que los  momentos en mi vida en los que he sentido una gran  felicidad son unos momentos sencillos e íntimos (no compartidos), sobre todo relacionados con una fuerte comunión con la naturaleza. 


Se cuenta de Albert Einstein, que  en un hotel de Tokio dejó de propina una nota escrita que decía: “Una vida humilde y tranquila trae más felicidad que la persecución del éxito y la constante inquietud que implica”. Esa sencilla nota escrita por el premio Nobel fue muchos años después subastada por 1.5 millones de dólares. Un  buen precio para un importante consejo. 


La paz interior no se lleva bien con las ambiciones, y la satisfacción que da esa paz puede que sea infinitamente mayor que el logro de la ambición. Sin embargo el mundo se mueve por ambiciones, distintos grados y medidas de ambiciones con difícil logro de felicidad  que le lleva a vivir sin vivir. Ya lo dice Pata Negra: “Y pasa la vida igual que pasa la corriente cuando el río busca el mar, y yo camino indiferente, donde me quieran llevar”. 


Con más frecuencia de la que debería me pongo en el disparadero de hacerme estas preguntas: ¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto? Loco debo de ser pues no soy santo. 


¿Encontraré las respuestas? ¿Aprenderé? ¿Aprenderemos?


O tempora o mores

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.