Pseudoperiodismo con mochila
El sistema operante, del que, seguro que en más de una ocasión han oído hablar, es que estamos viviendo en el momento de la posverdad, rodeados de mentiras y cuentos que fácilmente se pueden confundir con la realidad, de una manera consciente o inconscientemente. En los medios de información, sobre todo locales, proliferan y expresan su opinión sin filtros, pretendidos caballeros medievales con coleta despeluchada y cámara en ristre, que entablan su lucha contra todo tipo de dragones para liberar a su princesa, su ego, su verdad absoluta.
Mostrando un desorden psíquico que no les deja ver la realidad, se creen valientes plumillas provocando la desinformación o información falsa, un peligro conocido como infodemia que nos ha llevado al punto en el que resulta muy difícil definir lo que en realidad es una fuente fiable y absenta de subjetividad.
Como en todas las profesiones, entre los periodistas hay de todo, pero el periodismo independiente, ese que hace un tratamiento responsable e integral en todas las situaciones es absolutamente necesario, algo que este comediante trasnochado, con mochila al hombro, es incapaz de llevar a cabo desde su ficticia cátedra periodística. No valen los panfletos extremistas escritos por este pseudoperiodista encapuchado que da la sensación de sufrir un extraño Síndrome de Estocolmo, un letargo indefinido, donde se cree representar la voz crítica, sin pararse a pensar que el lector se da cuenta que la dirección de la crítica siempre es con los mismos y prudente, incluso aduladora, con los de siempre.
Con el respeto que impone la profesión de periodista, digna y admirable cuando sirve a la difusión de la verdad, me impresionan algunos artículos manipuladores, llenos de falacias y fake news de este periodista a tiempo parcial, que reflejan un enorme desasosiego interior e incluso rabia, que dibujan metafóricos monstruos sobre burdas mentiras con las que dentro de sus fantasías y alucinaciones pretende salvar a sus lectores del hastío existencial. Se puede hacer una columna objetivamente muy crítica, pero no decantarse por hacerlo desde una burbuja de imagen sesgada, afín a su ideología y al pretendido chantaje económico cuyo modelo se basa precisamente en competir por dicha publicidad menguante que inevitablemente, le aleja de la realidad.
La falta de una narrativa positiva por parte de este adulador es inexistente, quizás porque tenga miedo que los lodos salpiquen su casa o que los perros muerdan sus tobillos. La vergüenza, subconsciente ante su propio egocentrismo, no le permite escribir la verdad, enmudeciendo y mirando de soslayo los contratos de su amo, sin darse cuenta que las consecuencias de la estupidez no suelen ser solamente cómicas también lo son trágicas.
El sistema operante, del que, seguro que en más de una ocasión han oído hablar, es que estamos viviendo en el momento de la posverdad, rodeados de mentiras y cuentos que fácilmente se pueden confundir con la realidad, de una manera consciente o inconscientemente. En los medios de información, sobre todo locales, proliferan y expresan su opinión sin filtros, pretendidos caballeros medievales con coleta despeluchada y cámara en ristre, que entablan su lucha contra todo tipo de dragones para liberar a su princesa, su ego, su verdad absoluta.
Mostrando un desorden psíquico que no les deja ver la realidad, se creen valientes plumillas provocando la desinformación o información falsa, un peligro conocido como infodemia que nos ha llevado al punto en el que resulta muy difícil definir lo que en realidad es una fuente fiable y absenta de subjetividad.
Como en todas las profesiones, entre los periodistas hay de todo, pero el periodismo independiente, ese que hace un tratamiento responsable e integral en todas las situaciones es absolutamente necesario, algo que este comediante trasnochado, con mochila al hombro, es incapaz de llevar a cabo desde su ficticia cátedra periodística. No valen los panfletos extremistas escritos por este pseudoperiodista encapuchado que da la sensación de sufrir un extraño Síndrome de Estocolmo, un letargo indefinido, donde se cree representar la voz crítica, sin pararse a pensar que el lector se da cuenta que la dirección de la crítica siempre es con los mismos y prudente, incluso aduladora, con los de siempre.
Con el respeto que impone la profesión de periodista, digna y admirable cuando sirve a la difusión de la verdad, me impresionan algunos artículos manipuladores, llenos de falacias y fake news de este periodista a tiempo parcial, que reflejan un enorme desasosiego interior e incluso rabia, que dibujan metafóricos monstruos sobre burdas mentiras con las que dentro de sus fantasías y alucinaciones pretende salvar a sus lectores del hastío existencial. Se puede hacer una columna objetivamente muy crítica, pero no decantarse por hacerlo desde una burbuja de imagen sesgada, afín a su ideología y al pretendido chantaje económico cuyo modelo se basa precisamente en competir por dicha publicidad menguante que inevitablemente, le aleja de la realidad.
La falta de una narrativa positiva por parte de este adulador es inexistente, quizás porque tenga miedo que los lodos salpiquen su casa o que los perros muerdan sus tobillos. La vergüenza, subconsciente ante su propio egocentrismo, no le permite escribir la verdad, enmudeciendo y mirando de soslayo los contratos de su amo, sin darse cuenta que las consecuencias de la estupidez no suelen ser solamente cómicas también lo son trágicas.






