Ángel Alonso Carracedo
Domingo, 28 de Abril de 2024

Periodismo de mochila

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He utilizado a menudo el símil de algún inteligente entrenador de fútbol en el sentido de que en una gran competición el triunfo se esconde en los pequeños detalles. No es de extrañar, pues en estos ámbitos suele haber igualdades casi clónicas, cualitativa y cuantitativamente, por lo que quién se lleva el gato al agua, lo hace por una circunstancia escondida, o incluso, ajena al juego, que solo puede ser entendida por los que saben.

 

En estos días en que la actualidad política está sacudida por el órdago del presidente del Gobierno de dimitir por las sospechas de intermediaciones empresariales de su esposa, algo que ha parecido irritar a grupos políticos que no han cesado de pedir lo que ahora puede hacer, los sucesos con apariencia de pequeños detalles siguen su marcha.

 

Astorga es una ciudad (¿o qué es ahora?) de política doméstica que, en la turbamulta  de los centros nacionales de poder, queda silenciada por ser una partícula insignificante de las revoluciones palaciegas que se ejecutan sin pausa.

 

Pero el pequeño detalle no deja de tener su impacto. Aquí, el Grupo Popular del Ayuntamiento de Astorga, con mayoría absoluta, ha utilizado el mecanismo del comunicado colectivo para desacreditar, y así lo digo, porque no ha sido una crítica, ortodoxa, como debe ser, a un periodista local.

 

Una crítica, aún sin acudir al tópico de constructiva, es legítima. A ese aspecto nada que oponer a la acción del grupo mayoritario de la Corporación Municipal. Lo que sí convierte en desafortunado panfleto este escrito, reitero bajo identidad colectiva, son las descalificaciones a la semblanza personal del aludido, al que tampoco se cita con nombre y apellidos, conforme al lenguaje jeroglífico habitual en la escasez de argumentos o, algo peor, en la vieja usanza de tirar la piedra y esconder la mano.

 

Ya en el primer párrafo, se habla de mi colega y amigo, un orgullo, como pretendido caballero medieval con coleta despeluchada y cámara en ristre. Hay que ver cómo escuece en este partido el icono de la coleta. Recurrir en estos tiempos a los aspectos estéticos, de absoluta libre elección, es indicativo de una absoluta vacuidad de mensaje. Y así se empieza, con zafiedad.

 

El catálogo de lindezas contiene expresiones como desorden psíquico, comediante trasnochado, pseudoperiodista encapuchado. Estos no son juicios ponderados, son ofensas personales. Destilan desprecio, dinamita toda posible justificación que, a lo mejor, puede haberla con otras palabras. Es la forma lo que a menudo trastoca el fondo.

 

Vuelvo a las identidades. Echo de menos que tras la nominalidad del grupo político aparezcan los nombres y apellidos de los firmantes, como ocurre en la mayoría de los manifiestos. Como sucede ahora conmigo y sucedió con los escritos que han ofendido al grupo de gobierno de la localidad. Nosotros aparecemos con la identidad de DNI completa y nuestro rostro.

 

En esta nota de la rabia no reparan en desconsiderar hasta las mochilas en un lugar que se llena de ellas con el alborozo y la aventura individual de los peregrinos del Camino de Santiago, donde gente de toda laya y condición guarda sus pertenencias más íntimas, lo que puede llevar en una larga trayectoria mística o turística, cada cual elige. Y es también la mochila el ligero equipaje de muchos periodistas que guardan en ella los útiles de trabajo con lo que informar a una sociedad. Informar, lo hemos  olvidado periodistas y políticos con tanto espectáculo de tertulia y liga de audiencias, no es sinónimo de seducir.

 

La perorata sigue con una lección de lo que debe ser nuestro buen hacer profesional. No sé si hay algún periodista implicado en la redacción de la nota. Pero les aseguro una cosa: no nos dan lección de nada que no sabemos. Sin pecar de soberbia tengo a mis espaldas la mochila de cuarenta años de profesión en un medio importante de este país y con responsabilidades informativas y directivas de alto nivel. Y a ello añado otros diez de jubilación de empresa, que no de actividad, pues sigo al pie del cañón como pueden comprobar. Sé perfectamente que, ustedes, los políticos, son los que han cavado las trincheras en nuestra actividad, de la misma manera que lo han hecho en la suya.

 

Ya que pontifican con posverdades y noticias falsas, sirva de orientación mi experiencia personal. He aludido a mi empresa, medio público, sujeto en las direcciones máximas, a los gobiernos de turno. Solo puedo decir que la normalidad que percibí en mis superiores de rango fue el máximo respeto al rigor. Ello nos hizo campeones de la credibilidad.

 

El problema es que la política ha apostado por la manipulación abierta de la opinión pública. No está bien visto el lector crítico y mucho menos el informador incómodo. El receptor hoy quiere solo la insistencia en su verdad y abomina de la contraposición de pareceres, el yacimiento de lo creíble. Repetir, repetir, no revelar. Ya lo conocen, una mentira mil veces repetida….    

 

He tenido la suerte de salirme de la foto laboral en el momento que el ambiente se hizo irrespirable. Cuando los periodistas dejaron de ser las moscas cojoneras que proliferaron en la época de la Transición e involucionaron a los peones blancos y negros de este siniestro ajedrez que es hoy la práctica política.

 

Soy un periodista de mochila, a mucha honra. Como el de la coleta despeluchada, sin prefijos añadidos. En ella no ha cabido militancia política, al igual que muchos colegas coetáneos. Había que serlo y parecerlo, aunque llovieran los sopapos de todos los bandos. La profesión exige ligero equipaje. Solo lo justo: libreta de notas, grabadora y máquina de fotos. Artilugios hechos para levantar acta, nunca para adoctrinar.

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