Carta a Eloy
![[Img #68655]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2024/361_9134_img_8843.jpg)
¡Ay, Eloy! Ya lo decía Marco Aurelio: La vida es breve y la felicidad perdida irrecuperable. La tuya ha resultado tan corta para nosotros que pareciera que de un solo golpe nos hubieran robado todas las oportunidades de seguir gozando de tu compañía. He aquí la implacable certeza de que todo lo que valoramos está destinado a partir.
Perdóname el eco melancólico que resuena en todo lo que escribo. Nos oprime la ausencia ya palpable en el pecho. Y seguro que tú no quieres nada de esto. Ni lágrimas de más, ni desgarros de camisa ni multitudes repitiendo las mismas cosas que se dicen siempre en los mismos sitios. Pero dime, ¿por dónde se empiezan las cartas para despedir a los amigos? Parece que todo se vuelve del revés, de final a principio. Hasta siempre. Te recuerda tu amiga. Muchos besos allá donde vayas. Siempre en nuestros corazones. ¿Y después qué? Después, te acuerdas del día aquel… Y cómo lo pasamos y cómo era, que solo él tenía esas salidas, esa forma de decir lo que pensaba a quemarropa.
Y ya nada más quedan tus recuerdos, los objetos de tu casa que tienen dueño y que jamás supimos apreciar lo suficiente cuando los ordenabas a hurtadillas para componer tu fotografía. Quedan tus versos sueltos, intensos, metafísicos. ¿Cuántos dormirán en sus cajones guardados entre los doseles de tu prudencia?
Dos días para llorarte y dos más para olvidarnos de que nosotros también somos transitorios. Uno para decirte adiós y que no se me quede la despedida agarrada al pecho. De sobra sabes tú de estas necesidades humanas que eres el filósofo. Pero ya ves, la vida sigue absurda y escandalosa. Cosas de filosofo decía yo de tus adorables rarezas, consciente, ahora, del hueco inmenso que dejas.
Aunque, a nuestra manera, ya nos despedimos el último día que acaricié la flor de los lilos de tu jardín sabiendo que eso era lo más cerca que volvería a estar del rincón de intimidad y silencio que elegiste para partir, insisto en la despedida porque antes de saber que te ibas ya tenía marcada esta fecha en el calendario. Me había reservado para hoy las gratitudes y la satisfacción de celebrar contigo los cuatro años que hace que me incluiste en La Tercera Columna. Pero ni siquiera a eso nos dio tiempo. No he podido decirte lo placentero que he encontrado el camino, todo lo que aprendí gracias a tu confianza. Has sido mi mejor serendipia. Y te lo digo con el orgullo de quien aprende del maestro, te lo digo con la alegría y la plenitud ante estos cuatro años transcurridos.
Celebro por ello todo lo bueno que hay en ti. Todo lo que nos queda. Nada de sentimentalismos, que de sobra sabes que todos te queríamos. ¿Quién soy yo para sentir más pena que tu mismo, que los tuyos? ¿Quién mejor que tú para cerrar esta carta con tus propios versos?
Pasó como la sangre
y el mar,
como una breve hora.
Siendo tigre en tus cabellos
el dolor
inmenso,
el ser pleno.
(Eloy Rubio, 2016).
Tan acertados estos y otros tantos que sobran todas las palabras mías en esta epístola. Cuánto has sabido siempre de poesía, amigo. Qué tontamente me quedaba escuchándote cuando te arrancabas en disertaciones como queriendo contagiarme de tu saber. Qué grande era el mundo de las palabras en tus manos. Qué grande el hueco en nuestras vidas, que grande la ciudad para abarcarla sin tu objetivo.
Si es posible, no te vayas nunca del todo y rózanos de vez en cuando con tu sabiduría. Déjanos sentir que una parte de ti se quedó para que no se nos pasen por alto las cosas importantes. Que perviva en nosotros la belleza y la profundidad que tú, siempre supiste encontrar en el mundo.
Con eterna gratitud, tu amiga Paz.
![[Img #68655]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2024/361_9134_img_8843.jpg)
¡Ay, Eloy! Ya lo decía Marco Aurelio: La vida es breve y la felicidad perdida irrecuperable. La tuya ha resultado tan corta para nosotros que pareciera que de un solo golpe nos hubieran robado todas las oportunidades de seguir gozando de tu compañía. He aquí la implacable certeza de que todo lo que valoramos está destinado a partir.
Perdóname el eco melancólico que resuena en todo lo que escribo. Nos oprime la ausencia ya palpable en el pecho. Y seguro que tú no quieres nada de esto. Ni lágrimas de más, ni desgarros de camisa ni multitudes repitiendo las mismas cosas que se dicen siempre en los mismos sitios. Pero dime, ¿por dónde se empiezan las cartas para despedir a los amigos? Parece que todo se vuelve del revés, de final a principio. Hasta siempre. Te recuerda tu amiga. Muchos besos allá donde vayas. Siempre en nuestros corazones. ¿Y después qué? Después, te acuerdas del día aquel… Y cómo lo pasamos y cómo era, que solo él tenía esas salidas, esa forma de decir lo que pensaba a quemarropa.
Y ya nada más quedan tus recuerdos, los objetos de tu casa que tienen dueño y que jamás supimos apreciar lo suficiente cuando los ordenabas a hurtadillas para componer tu fotografía. Quedan tus versos sueltos, intensos, metafísicos. ¿Cuántos dormirán en sus cajones guardados entre los doseles de tu prudencia?
Dos días para llorarte y dos más para olvidarnos de que nosotros también somos transitorios. Uno para decirte adiós y que no se me quede la despedida agarrada al pecho. De sobra sabes tú de estas necesidades humanas que eres el filósofo. Pero ya ves, la vida sigue absurda y escandalosa. Cosas de filosofo decía yo de tus adorables rarezas, consciente, ahora, del hueco inmenso que dejas.
Aunque, a nuestra manera, ya nos despedimos el último día que acaricié la flor de los lilos de tu jardín sabiendo que eso era lo más cerca que volvería a estar del rincón de intimidad y silencio que elegiste para partir, insisto en la despedida porque antes de saber que te ibas ya tenía marcada esta fecha en el calendario. Me había reservado para hoy las gratitudes y la satisfacción de celebrar contigo los cuatro años que hace que me incluiste en La Tercera Columna. Pero ni siquiera a eso nos dio tiempo. No he podido decirte lo placentero que he encontrado el camino, todo lo que aprendí gracias a tu confianza. Has sido mi mejor serendipia. Y te lo digo con el orgullo de quien aprende del maestro, te lo digo con la alegría y la plenitud ante estos cuatro años transcurridos.
Celebro por ello todo lo bueno que hay en ti. Todo lo que nos queda. Nada de sentimentalismos, que de sobra sabes que todos te queríamos. ¿Quién soy yo para sentir más pena que tu mismo, que los tuyos? ¿Quién mejor que tú para cerrar esta carta con tus propios versos?
Pasó como la sangre
y el mar,
como una breve hora.
Siendo tigre en tus cabellos
el dolor
inmenso,
el ser pleno.
(Eloy Rubio, 2016).
Tan acertados estos y otros tantos que sobran todas las palabras mías en esta epístola. Cuánto has sabido siempre de poesía, amigo. Qué tontamente me quedaba escuchándote cuando te arrancabas en disertaciones como queriendo contagiarme de tu saber. Qué grande era el mundo de las palabras en tus manos. Qué grande el hueco en nuestras vidas, que grande la ciudad para abarcarla sin tu objetivo.
Si es posible, no te vayas nunca del todo y rózanos de vez en cuando con tu sabiduría. Déjanos sentir que una parte de ti se quedó para que no se nos pasen por alto las cosas importantes. Que perviva en nosotros la belleza y la profundidad que tú, siempre supiste encontrar en el mundo.
Con eterna gratitud, tu amiga Paz.






