Eloy, el buen nadador
![[Img #68700]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2024/2055_eloy-el-buen-nadador.jpg)
La vida sigue, sí la vida sigue, no siempre igual pero sigue, y tenemos que seguir en ella danzando continuamente al son de los acontecimientos que van apareciendo en nuestro camino.
Me enfrento a esta página en blanco y me cuesta. Pienso en Eloy Rubio Carro y me cuesta. Me cuesta asumir que Eloy no va a recibir mi escrito, este escrito que cada semana le mandaba con un abrazo. Me cuesta pensar que no le voy a volver a ver con su cámara en ristre siempre dispuesto a disparar, que no le voy a leer sus oportunos artículos siempre defendiendo lo justo, ni sus acertadas crónicas de cualquier actividad cultural de la ciudad.
Ese espacio vacío que deja su no presencia en la ciudad de Astorga, los ciudadanos de bien lo vamos a penar durante mucho tiempo. Eloy siempre estaba presente en todo aquello importante que sucedía en la ciudad para dar cuenta de ello, de lo bueno, de lo malo y de lo regular, a pesar de los pesares, y los pesares son aquellos que le llegaban de los que no admitían las críticas y practicaban el rebote criticando. Gentuciña, diría una amiga de mi madre refiriéndose a estos.
Eloy era un amigo, muy amigo de sus amigos, con un talante tranquilo, pausado, como buen filósofo, con pocas palabras pero certeras.
Dijo Ortega que toda vida humana es un naufragio y que la cultura es el movimiento natatorio para mantenerse a flote. Evidentemente Eloy no se hundía, se mantenía a flote porque era un buenísimo nadador y un superviviente de la pandemia de trivialidad que nos invade.
Eloy siempre enfocaba lo que veía, era parte de su lenguaje, pero él estaba fuera del enfoque social, se mostraba desenfocado de la afectación y el disimulo y eso no siempre le ha acarreado buenas respuestas. Salvador Pániker se extrañaba ante la ausencia de lucidez de la mayoría de la gente y de la incesante “enajenación del yo en el ego”, esa exaltación y culto al ego que ha ido creciendo y creciendo como la espuma en esta sociedad cada vez más trivial y en la que Eloy dominaba el mantenerse al margen. "La enfermedad mental es el estar siempre dormido, inmersos en el convencionalismo social”, sigue apuntando el filósofo Pániker. Eloy escapaba de ese envoltorio mediocre, él era un verso libre, creador y consciente de su yo y de su no ego.
También este filósofo catalán de ascendencia hindú habla de que “hay algo irreducible en cualquier decisión, incluso trivial, y ese algo irreducible incide con la metalibertad creadora. Ese algo irreducible es una misteriosa autocreación, más allá del azar y la necesidad”. Es justamente en esa capacidad de autocreación en la que vivía sumergido Eloy. “La decisión sin necesidad es pura creación”. Eloy siempre estaba creando.
El neurólogo y filósofo Benjamin Libet demuestra con experimentos que en realidad no hacemos lo que queremos sino que queremos lo que hacemos. Y lo que hacemos lo decide ante todo el inconsciente medio segundo antes de que tomemos la decisión consciente de actuar. Pero Pániker apunta: “Aun asumiendo la falta de libertad yo reconozco un último reducto de indeterminación. Yo decido que soy capaz de decidir. Yo conduzco la racionalidad de la decisión hasta su límite, allí donde la acción parece gratuita y sin causa. Yo me invento a mí mismo con cada decisión”. Y también Eloy se inventaba continuamente así mismo en cada uno de sus variados movimientos vitales, y en esas invenciones le disfrutábamos todos.
Según Ortega, casi nadie es como debería ser: “Toda vida es, más o menos una ruina entre cuyos escombros tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido”. Pániker sostiene que habitualmente vemos a la gente desenfocada, y es cierto que es muy difícil conocer, casi imposible, en el sentido más estricto de conocer, a las personas. Enseñamos muy poco al exterior, con intención o sin intención, y estoy convencida de que nos quedaríamos pínfanos al conocer, lo que piensan y no muestran nuestros congéneres más cercanos. Eloy era bastante hermético y su realidad no la contaminaba con el lenguaje cotidiano. Tenía muchos tipos particulares de lenguaje, en los extremos estaban el fotográfico que era el que más nos dedicaba, y el poético, el más críptico, el que reservaba para las mentes más lúcidas.
“Las cosas cambian pero tiene que haber algo que no cambie. Si todo fuera impermanente, el mismo concepto de impermanencia se desvanecería. Si lo único que existe fuera el cambio no tendríamos experiencia alguna del cambio. Hace falta algo inmóvil para tener experiencia de lo móvil”, palabras de Pániker.
Eloy se ha ido, pero nos ha dejado tanto de él en nuestro mundo que poco a poco su metacreación va a desbordar cualquier límite del hueco de su ausencia y nos hará sentir envueltos de su presencia.
O témpora o mores
La vida sigue, sí la vida sigue, no siempre igual pero sigue, y tenemos que seguir en ella danzando continuamente al son de los acontecimientos que van apareciendo en nuestro camino.
Me enfrento a esta página en blanco y me cuesta. Pienso en Eloy Rubio Carro y me cuesta. Me cuesta asumir que Eloy no va a recibir mi escrito, este escrito que cada semana le mandaba con un abrazo. Me cuesta pensar que no le voy a volver a ver con su cámara en ristre siempre dispuesto a disparar, que no le voy a leer sus oportunos artículos siempre defendiendo lo justo, ni sus acertadas crónicas de cualquier actividad cultural de la ciudad.
Ese espacio vacío que deja su no presencia en la ciudad de Astorga, los ciudadanos de bien lo vamos a penar durante mucho tiempo. Eloy siempre estaba presente en todo aquello importante que sucedía en la ciudad para dar cuenta de ello, de lo bueno, de lo malo y de lo regular, a pesar de los pesares, y los pesares son aquellos que le llegaban de los que no admitían las críticas y practicaban el rebote criticando. Gentuciña, diría una amiga de mi madre refiriéndose a estos.
Eloy era un amigo, muy amigo de sus amigos, con un talante tranquilo, pausado, como buen filósofo, con pocas palabras pero certeras.
Dijo Ortega que toda vida humana es un naufragio y que la cultura es el movimiento natatorio para mantenerse a flote. Evidentemente Eloy no se hundía, se mantenía a flote porque era un buenísimo nadador y un superviviente de la pandemia de trivialidad que nos invade.
Eloy siempre enfocaba lo que veía, era parte de su lenguaje, pero él estaba fuera del enfoque social, se mostraba desenfocado de la afectación y el disimulo y eso no siempre le ha acarreado buenas respuestas. Salvador Pániker se extrañaba ante la ausencia de lucidez de la mayoría de la gente y de la incesante “enajenación del yo en el ego”, esa exaltación y culto al ego que ha ido creciendo y creciendo como la espuma en esta sociedad cada vez más trivial y en la que Eloy dominaba el mantenerse al margen. "La enfermedad mental es el estar siempre dormido, inmersos en el convencionalismo social”, sigue apuntando el filósofo Pániker. Eloy escapaba de ese envoltorio mediocre, él era un verso libre, creador y consciente de su yo y de su no ego.
También este filósofo catalán de ascendencia hindú habla de que “hay algo irreducible en cualquier decisión, incluso trivial, y ese algo irreducible incide con la metalibertad creadora. Ese algo irreducible es una misteriosa autocreación, más allá del azar y la necesidad”. Es justamente en esa capacidad de autocreación en la que vivía sumergido Eloy. “La decisión sin necesidad es pura creación”. Eloy siempre estaba creando.
El neurólogo y filósofo Benjamin Libet demuestra con experimentos que en realidad no hacemos lo que queremos sino que queremos lo que hacemos. Y lo que hacemos lo decide ante todo el inconsciente medio segundo antes de que tomemos la decisión consciente de actuar. Pero Pániker apunta: “Aun asumiendo la falta de libertad yo reconozco un último reducto de indeterminación. Yo decido que soy capaz de decidir. Yo conduzco la racionalidad de la decisión hasta su límite, allí donde la acción parece gratuita y sin causa. Yo me invento a mí mismo con cada decisión”. Y también Eloy se inventaba continuamente así mismo en cada uno de sus variados movimientos vitales, y en esas invenciones le disfrutábamos todos.
Según Ortega, casi nadie es como debería ser: “Toda vida es, más o menos una ruina entre cuyos escombros tenemos que descubrir lo que la persona tenía que haber sido”. Pániker sostiene que habitualmente vemos a la gente desenfocada, y es cierto que es muy difícil conocer, casi imposible, en el sentido más estricto de conocer, a las personas. Enseñamos muy poco al exterior, con intención o sin intención, y estoy convencida de que nos quedaríamos pínfanos al conocer, lo que piensan y no muestran nuestros congéneres más cercanos. Eloy era bastante hermético y su realidad no la contaminaba con el lenguaje cotidiano. Tenía muchos tipos particulares de lenguaje, en los extremos estaban el fotográfico que era el que más nos dedicaba, y el poético, el más críptico, el que reservaba para las mentes más lúcidas.
“Las cosas cambian pero tiene que haber algo que no cambie. Si todo fuera impermanente, el mismo concepto de impermanencia se desvanecería. Si lo único que existe fuera el cambio no tendríamos experiencia alguna del cambio. Hace falta algo inmóvil para tener experiencia de lo móvil”, palabras de Pániker.
Eloy se ha ido, pero nos ha dejado tanto de él en nuestro mundo que poco a poco su metacreación va a desbordar cualquier límite del hueco de su ausencia y nos hará sentir envueltos de su presencia.
O témpora o mores