Qué pronto se ha hecho tarde
![[Img #68701]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2024/7460_eloy.jpg)
Es difícil despedirte cuando no sabía que te ibas a marchar, es difícil dejarte ir cuando tu edad aún era temprana para hacerlo; te quedaban muchas cosas por hacer; no era tu momento, pero lo ha sido y no puedo hacer nada para cambiar este destino trágico que me ha llevado al desasosiego y la tristeza; que nos ha llevado al asombro, a la negación, a creer que no era real. He empezado a hacer el duelo por tu pérdida y no tengo otro trabajo más que asumir dejar de ver al Eloy tan singular y diferente con el que he compartido buenos momentos a lo largo de todos estos años. Desde aquel niño delgadito, de pelo rizado, de ojos vivos, de sonrisa pícara, de talante inquieto, siempre observador e inteligente; al Eloy de melena blanca ondulada, el de la mochila negra, el de la cámara de fotos, el de las prisas por las calles de Astorga, por los pueblos de Maragatería y el Órbigo, captando lo que otros nunca veíamos. Del que jugaba conmigo de niña, del que me ayudaba con mis tareas escolares, del que me protegía como hermano mayor, a este otro adulto, el Eloy más reflexivo, artista, crítico y excepcional.
Ya he empezado a echarte de menos. Noto el vacío de tu voz, noto la ausencia de tu manera de estar ahí para mí. Va a ser raro no encontrarte en una procesión, desfile o evento cultural. Será raro doblar la esquina de una calle o llegar a la plaza y no distinguir tu presencia entre la multitud. Tu cámara ha quedado apagada, el disparador se ha bloqueado en tu honor y por mucho que se mire a través del visor, no se va a ver lo mismo que veías tú; por mucho que yo me empeñe en capturar una imagen, nunca va a ser como lo hacías tú, esa manera tan personal, particular e íntima de entender cada momento, cada instante.
Iré poco a poco despidiéndote como he sabido hacer con cada golpe de ausencia en la familia. La tuya está siendo dura de asumir, como lo fue la de ellos, por lo inoportuna y prematura. Ese parece ser el patrón familiar que nos persigue, el de la perplejidad, el del estupor y el de la extrañeza ante una partida inusitada. Qué pronto se te ha hecho tarde y que tarde se me ha hecho a mí tu pronta marcha sin un adiós. No ha habido tiempo a despedirte, ni he podido calmar tu inquietud por lo que estaba sucediendo, por lo que estabas pasando; no supe entender bien la premura de la enfermedad y por qué tu voz se iba quedando muda y por qué tu cuerpo se iba desvaneciendo poco a poco cada día, quedándose sin fuerza hasta apagarse esa mañana de mayo, que era viernes, en la que tú escribiste tu último poema, un poema lúgubre y luctuoso sin retorno.
? “No tengo miedo a la muerte, pero me da pena por todo lo que dejo?” fueron las últimas palabras que compartiste conmigo. Las oigo en mi interior una y otra vez como si fueran el estribillo de tu partida y trato de no llorar, pero las lágrimas no dejan de asomar en mis ojos y me abandono a esa tristeza para así hacerme más fuerte. Es mi manera de cauterizar esta herida abierta, esta brecha entre el sentimiento de vacío y la soledad de un luto no buscado. Voy asumiendo que ya nos has dejado, que no voy a verte más. Tus exequias son parte de mi curación, y la despedida se hace necesaria para superar esta pena que me inunda, este momento melancólico vacuo. Es por eso que ya te digo adiós Eloy, ya te dejo marchar. Adiós Elo.
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Es difícil despedirte cuando no sabía que te ibas a marchar, es difícil dejarte ir cuando tu edad aún era temprana para hacerlo; te quedaban muchas cosas por hacer; no era tu momento, pero lo ha sido y no puedo hacer nada para cambiar este destino trágico que me ha llevado al desasosiego y la tristeza; que nos ha llevado al asombro, a la negación, a creer que no era real. He empezado a hacer el duelo por tu pérdida y no tengo otro trabajo más que asumir dejar de ver al Eloy tan singular y diferente con el que he compartido buenos momentos a lo largo de todos estos años. Desde aquel niño delgadito, de pelo rizado, de ojos vivos, de sonrisa pícara, de talante inquieto, siempre observador e inteligente; al Eloy de melena blanca ondulada, el de la mochila negra, el de la cámara de fotos, el de las prisas por las calles de Astorga, por los pueblos de Maragatería y el Órbigo, captando lo que otros nunca veíamos. Del que jugaba conmigo de niña, del que me ayudaba con mis tareas escolares, del que me protegía como hermano mayor, a este otro adulto, el Eloy más reflexivo, artista, crítico y excepcional.
Ya he empezado a echarte de menos. Noto el vacío de tu voz, noto la ausencia de tu manera de estar ahí para mí. Va a ser raro no encontrarte en una procesión, desfile o evento cultural. Será raro doblar la esquina de una calle o llegar a la plaza y no distinguir tu presencia entre la multitud. Tu cámara ha quedado apagada, el disparador se ha bloqueado en tu honor y por mucho que se mire a través del visor, no se va a ver lo mismo que veías tú; por mucho que yo me empeñe en capturar una imagen, nunca va a ser como lo hacías tú, esa manera tan personal, particular e íntima de entender cada momento, cada instante.
Iré poco a poco despidiéndote como he sabido hacer con cada golpe de ausencia en la familia. La tuya está siendo dura de asumir, como lo fue la de ellos, por lo inoportuna y prematura. Ese parece ser el patrón familiar que nos persigue, el de la perplejidad, el del estupor y el de la extrañeza ante una partida inusitada. Qué pronto se te ha hecho tarde y que tarde se me ha hecho a mí tu pronta marcha sin un adiós. No ha habido tiempo a despedirte, ni he podido calmar tu inquietud por lo que estaba sucediendo, por lo que estabas pasando; no supe entender bien la premura de la enfermedad y por qué tu voz se iba quedando muda y por qué tu cuerpo se iba desvaneciendo poco a poco cada día, quedándose sin fuerza hasta apagarse esa mañana de mayo, que era viernes, en la que tú escribiste tu último poema, un poema lúgubre y luctuoso sin retorno.
? “No tengo miedo a la muerte, pero me da pena por todo lo que dejo?” fueron las últimas palabras que compartiste conmigo. Las oigo en mi interior una y otra vez como si fueran el estribillo de tu partida y trato de no llorar, pero las lágrimas no dejan de asomar en mis ojos y me abandono a esa tristeza para así hacerme más fuerte. Es mi manera de cauterizar esta herida abierta, esta brecha entre el sentimiento de vacío y la soledad de un luto no buscado. Voy asumiendo que ya nos has dejado, que no voy a verte más. Tus exequias son parte de mi curación, y la despedida se hace necesaria para superar esta pena que me inunda, este momento melancólico vacuo. Es por eso que ya te digo adiós Eloy, ya te dejo marchar. Adiós Elo.






