Ángel Alonso Carracedo
Martes, 18 de Junio de 2024

El nuevo rapto de Europa

[Img #68981]

 

 

De que vivimos una época mitológica, da fe la insistencia de las cuantiosas alegorías de mitos clásicos por perpetuarse en un presente que hace fácil que prosperen. El inconveniente está en el relato. Poético, en lo heroico y en lo cruel, desde las profundidades del tiempo. Distópico y prosaico en la presentación actual.

 

El domingo 9 de junio, los españoles cerramos un ciclo electoral continuo de un año. Iniciado el 23 de julio con unas generales anticipadas y cerrado en la fecha citada con las elecciones al Parlamento Europeo. Un año en que la política ha recrudecido su ambiente encrespado de pelea de gallos. Y mucho hay que temer que esto no tiene viso alguno de acabar, porque el territorio nacional y el continental ya están sumidos en un maniqueísmo ideológico, solo preocupado en generar bronca de la que se ha contagiado con gusto buena parte del personal.

 

Así lo han demostrado los resultados de las citas con las urnas entre el 6 y el 9 de junio en los veintisiete países de la UE, confirmadas como han quedado las previsiones de las encuestas respecto al ascenso de la extrema derecha. Del testimonio presencial a la opción abierta de gobernar con una coalición conservadora clásica que se deja seducir por los cantos de sirena de lobos con piel de cordero. ¿Hemos olvidado que los fascismos se sirvieron de la misma estrategia?

 

Europa ha vivido la reedición mitológica de su rapto en forma de princesa, por parte del dios líder del Olimpo, Zeus, convertido en toro para poseerla y engendrarla tres hijos. A la descendencia acompañaron unos regalos que bien pueden tener su simbología moderna: Talo, un autómata de bronce, encargado de la custodia de las costas de Creta contra todo desembarco foráneo; un perro que no dejaba escapar ninguna presa; y una jabalina que jamás erraba el blanco. No creo que sea disparatado leer en el primero el cerrojazo definitivo a las migraciones; en el segundo, la resurrección de las policías de la pureza ideológica; y en el tercero, los dogmas nacionalistas y racistas que estos grupos exaltan.

 

Preocupación especial ha suscitado el pronunciamiento del eje vital de la Europa que hemos conocido. Francia y Alemania han visto superados, el primero, y amenazados, el segundo, los postulados de partidos comprometidos con la convivencia que han garantizado ocho décadas de paz y prosperidad en el continente. Antes de la feliz coincidencia, la rivalidad abierta entre los dos países fue una continua sucesión de conflagraciones y rencores, que desembocaron en las dos únicas guerras certificadas hasta ahora por la historia. Y aparte, pero enlazado, Italia, donde ha empezado todo de nuevo, como sucedió con Benito Musolini.

 

La historia ha demostrado que es fiable espejo donde mirarse. Como la condición humana es débil ante las verdades molestas, prefiere desviar la vista y fabricarse su propio relato. Es el punto de partida de abundantes mitologías modernas y del analgésico engañoso del olvido.

 

A la hora de hacer examen de conciencia, válido del todo es apoyarse en las responsabilidades ajenas. Pero, ¿éstas están ahí, acechantes, por generación espontánea, o porque, nosotros, los demócratas de viejo cuño, nos hemos solazado con las miradas únicas a nuestro propio ombligo?

 

Es cierto que unas elecciones de ámbito tan amplio, y con contraste evidente de intereses entre los socios, como las europeas, son cauce ideal para manifestar los cabreos y agravios colectivos. Europa no está preparada, ni de lejos, para unos comicios con filosofía nacional, porque es más que evidente que todavía no se ha aceptado, porque no se ha construido nuestro continente, con voluntad de nación o federación, como sí la tienen los grandes rivales geopolíticos: Estados Unidos y China.

 

La hoy Unión Europa (UE) nació con una intención sanísima: dominar el congénito afán guerrero. Lo hizo desde una perspectiva limitada y elitista: seis países confrontados en su mayoría en la II Guerra Mundial, y una razón: controlar colectivamente las dos materias primas belicistas por excelencia en ese entonces: el carbón y el acero. Germinó la llamada CECA, acrónimo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero. Luego siguió el Mercado Común y la Comunidad Económica Europea. Jacques Delors quiso dar un paso adelante, pero no definitivo, con la denominación actual: Unión Europea. Pero el protagonismo humano seguía oculto tras un velo.

 

Caigan en la cuenta, no hay un indicio en estos ochenta años que ponga en el proyecto de Europa la primacía global de un paisanaje. Lo más cercano es una moneda única, poderosa reminiscencia económica y estas elecciones que se expresan en clave nacional, no comunitaria. Por faltar, falta hasta una uniformidad fiscal, la manifestación económica más próxima a las personas.

 

En el concepto Europa ha dominado con rotundidad el mercado, la prosa económica. Ha faltado la lírica del ser humano. No es, por ahora, un territorio de ciudadanos, una tarea esencial, mil veces aplazada. Los jerarcas sucumbieron al mantra neoliberal del dejar hacer, sin traba alguna, a los mercados. Se regaló la industria y la técnica de su conocimiento a Asia, a cambio de una tienda con mil millones de consumidores. Este territorio se encumbra hoy como potencia económica, mientras por estos pagos lidiamos con la egoísta especulación financiera. Cuando la Recesión, se impuso una austeridad malsana, que solo unos pocos años después, se reveló como inmenso error, cuando el concepto público del Estado tomó las riendas de la crisis monetaria o de la pandemia.

 

La resaca del 10 de junio pone a cientos de millones de europeos en el disparadero de que, en asuntos pendientes de vital importancia, van a meter mano ejecutorias que solo saben manipular con la zarpa o la garra. A Europa, por desgracia, se la rapta cada día.

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.