Mercedes Unzeta Gullón
Martes, 18 de Junio de 2024

Concha Espina y el Caballero Audaz (I)

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Me he animado a rescatar una parte de la deliciosa entrevista que, en la primera mitad del siglo pasado, le hizo a Concha Espina (Santander 1869-1955) el periodista José María Carretero -más conocido por su firma El Caballero Audaz-; espoleada por el recuerdo que le brindó hace unos días Adolfo Ares en su columna de El Diario de Madrid. Y, como bien dice Ares, las entrevistas del Caballero son legendarias.

 

El Caballero Audaz llega a casa de Concha Espina, que en Madrid vive al final de la calle de Goya, y después de observarla un instante le dirige en casi un murmullo:

 

-Nadie diría que es usted santanderina.

-¿Por qué?- inquirió dulcemente la ilustre escritora.

-Porque parece usted andaluza de Córdoba. Y es más, si no se enfada le diré que más bien parece usted una húngara.

 

Concha Espina rompió su apacible dulzura en una indomable carcajada, al mismo tiempo que comentaba:

-¡Oh! Por Dios, yo húngara…

 

Tiene los cabellos negros como la endrina y los peina con raya en medio; los rizos caen sobre su frente contrastando con el brillo de sus pupilas también muy negras. Contemplándola, con su elegante traje de encajes y gasas negro bordado en azul, ratifiqué mi pensamiento ‘parece esta insigne dama de letras una reina zíngara’.

-¿Trabaja usted mucho?

-¡Oh! Muchísimo.

-¿Escribe usted con facilidad?

-No, tal vez porque soy muy exigente conmigo misma.

-¿Qué le gusta a usted más cultivar, el verso o la prosa, la novela o el teatro?

-La novela…La alta novela, que ha venido a ser una transición del poema antiguo, me parece hoy la cumbre del arte y me apasiona especialmente, porque el teatro sufre hoy en día una decadencia universal.

-Y dígame usted, Concha, ¿cómo se iniciaron sus aficiones literarias?

-Pues mire usted, se despertaron casi con la razón, compuse versos sin saber escribirlos. El ambiente burgués en que yo vivía no era muy propicio a la literatura y escondí la vocación como un tesoro, algo medrosa de poseerla.

-Entonces, ¿cuándo publicó usted en periódicos su primer trabajo?

-Verá usted, mi madre sí se ilusionaba con mis aptitudes y a instancias de ella consentí en publicar, bajo seudónimo, unos versos que aparecieron en El Cantábrico.

-¿En Santander?

-Sí señor, yo tenía entonces trece años, y ya continué publicando en la misma forma algunas otras composiciones.

-Luego, entonces, usted es santanderina.

-Efectivamente nací en el mismo barrio de Sotileza, y allí pasé quince años muy felices con mis padres y mis hermanos. Nuestra posición social y económica era ventajosa, y de aquella época no recuerdo tristezas ni privaciones. Todo a mi alrededor era apacible y dulce. Me educaron con mucho esmero aunque sin prepararme para luchar con la vida, más bien sólo para gozarla y recoger sus frutos mejores… Yo era una niña muy seria, algo melancólica, muy llena de curiosidades, influida ya por la intuición y el presentimiento.

-¿Y se casó usted?

-Sí, me casé muy joven (1893), y tengo cuatro hijos que son mi orgullo.

-¿Quiere usted que hablemos algo del matrimonio en general?

-No quisiera tocar ese tema -murmuró dolorida, (se separó judicialmente en 1934 de su marido Ramón de la Serna y Cueto) y, cambiando de gesto continuó-; contestando más ampliamente a lo que me preguntaba usted antes le diré que yo venero la poesía rimada pero la primera vez que me pidieron una colaboración importante, y retribuida, ofrecí unos versos y el director del periódico, un aragonés ilustre, me dijo cariñosamente: “La vida es prosa, hija mía; envíeme usted sus impresiones de España en unos artículos”. Volvía yo entonces de Chile, donde viví tres años de recién casada (1893-96), y comenzaba mi carrera periodística en El Correo Español de Buenos Aires. Estaba ya trazado mi destino, muy diverso al que en mi niñez pude soñar.

-¿Cuál fue su primer libro?

-Un tomo de poesías infantiles. Le titulé Mis Flores y me lo prologó el delicadísimo poeta Enrique Menéndez Pelayo, mi galante caballero, en aquella tímida entrada que hice por el mundo de las letras hace ya catorce años. Por cierto que me costó bastantes apuros pagar la edición de este librito, pues yo estaba entonces en lo más recio y triste de mi lucha con la adversidad.

-Pero también habrá tenido usted alegrías ¿no? ¿Cuál fue la más grande?

-¡Oh! De mis alegrías no sé qué decirle a usted. Las mayores fueron tan intimas y silenciosas que no han trascendido nunca de mi corazón… De las que pude exteriorizar, creo que la más clara y definida ha sido mi regreso a España desde América, donde padecí soledades y pesadumbres que tenían mi alma aterida de dolor y que ahora me parecen un sueño de otra vida lejana y terrible.

-¿Cuál fue su mayor amargura?

-Dos sobre todas: la muerte de mi madre (1891-Ascensión García-Tagle) y la muerte de mi hijo (1900-1905-José).

-¿Vive usted exclusivamente de lo que produce la literatura?

-Ahora sí.

-¿Cuánto habrá usted ganado con su trabajo intelectual?

-¡Ay, no sé! Nunca se me ha ocurrido sacar la cuenta y cómo vivo al día, sin ahorrar un céntimo, sólo puedo asegurarle que la pluma me permite, hace años, cubrir con decoro las necesidades de mi hogar.

-¿Qué vida le gusta a usted más, la de la ciudad o la del campo?

-La vida del campo desde luego- dijo suspirando.

-¿Por qué?

-Porque la conozco mucho y me enamora. Los árboles me acompañan de una manera indecible; veo en cada uno algo de la hermosura cristiana de la cruz y me producen hondísima consolación. El campo, el monte y el mar fueron siempre los grandes amigos de mi existencia en todos los países que visité, pero en el mío de Cantabria, mucho más.

 

Y hubo un silencio. Yo ideaba nuevas preguntas. La escritora, con las manos cruzadas en forma de aspa, sobre el pecho, esperaba plácida… al fin…

-Veamos, Concha, ¿cuál es su aspiración suprema?

-Uf…Uf… Es muy difícil contestar esa pregunta en pocas palabras, como yo quisiera, pero verá usted, en mi “ex libris” hay un mote que dice: Velar se debe la vida de tal suerte, que viva quede en la muerte. Si yo consiguiera realizar esto cumpliría mi más ansiada aspiración.

 

O tempora o mores

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