Sol Gómez Arteaga
Miércoles, 26 de Junio de 2024

Nadies

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Asisto, con estupor, a la ola de rechazo que produce en algunas personas la posible apertura del hostal-restaurante cerrado hace más de una década llamado “Chalé de Pozo”, situado en la localidad de Villarodrigo de las Regueras (municipio de Villaquilambre, León), para acoger temporalmente la llegada de 180 migrantes procedentes de Mali y Senegal que, huyendo del hambre y de las guerras, han recalado en Canarias. Se trata de una colaboración social del Programa de Protección Internacional (PPI) con la Fundación San Juan de Dios, entidad que ya cuenta con experiencia de centros de inmigrantes abiertos en toda España y en León con proyectos dedicados a la integración social e inserción laboral.

 

Me pregunto cómo los nadies, los dueños de nada de los que hablaba Galeano, los ningunos, los ninguneados, personas humanas, hombres y mujeres que huyen con lo puesto, jugándose la vida, que abandonan su tierra, su familia, sus apegos y saltan el charco para buscar un futuro mejor, pueden convertirse en el ojo del huracán de otras personas, hombres y mujeres como ellos, que les niegan la acogida, esa migaja de solidaridad, aduciendo argumentos tan espurios como falta de seguridad, delincuencia, o que vienen a quitarles el pan y la sal.

 

Y me pregunto, lo siguiente que me pregunto, cómo los que tienen todo en el terreno material y no siendo suficiente se apropian de los de los demás (pienso ahora en los propietarios de fortunas ingentes que evaden impuestos en paraísos fiscales, pero hay más) pueden irse de rositas con total impunidad e inmunidad.

 

¿Creemos, de verdad, que ciento ochenta personas que están a la espera del estatuto de refugiado pueden perjudicar a la sociedad?

 

Si es así, la sinrazón se ha impuesto. No son los inmigrantes el peligro, sino las víctimas de un sistema que va mal, rematadamente mal. El peligro, el foco del peligro, está en otro sitio. El peligro está en la intolerancia y la ceguera. El peligro está en el miedo. El peligro está en el desconocimiento. El peligro está en las conductas racistas y xenófobas. Ya pasó antes. No hace mucho, no muy lejos. Justamente así se llamaba la exposición sobre las atrocidades ocurridas en el del campo de concentración de Auschwitz a la que asistí en enero de 2018 en el Centro de Exposiciones “Arte Canal de Madrid”. En medio de un silencio de pecera, que no era otra cosa que una profunda conmoción por lo que se nos mostraba, no se me olvidan las palabras de un testigo del holocausto que, desde su verdad y experiencia dolorosa, decía que estas cosas empiezan con algo pequeño como coger manía al vecino distinto. También daba el remedio o cura que está en la aceptación del otro.

 

En este punto es bueno recordar que la maquinaria fascista funciona despojando al otro de su dignidad o valor inherente de persona para considerarla un ser distinto, inferior, un animal o mercancía, o incluso peor, un desecho o inmundicia. El peligro es que entonces creemos que podemos hacer lo que deseemos con él, sin dejar por ello de considerarnos buenos padres, vecinos, ciudadanos. Sin dejar de pensar que actuamos en pro de altos ideales.

 

No. No se trata como dicen algunos estos días, dicen tantas barbaridades, de meter a los inmigrantes en la casa de uno, se trata de regular, de integrar. Algo que se lleva haciendo décadas desde las políticas de inclusión de los estados y desde los servicios sociales que forman parte de éstos.

 

Apelo a la cordura de la sociedad civil, solidaria, tranquila, reflexiva, tolerante, que la hay. Apelo al sentido común. Apelo a la parte sana de la sociedad y sí, también apelo a la parte sana de cada uno. Apelo a la esperanza. Apelo al respeto, que viene de espejo y significa ver a los demás como nos vemos a nosotros mismos. Apelo a la empatía, ese estar en el “patos” del otro, lo que le desborda, lo que le resulta inmanejable. Apelo a la humildad.

 

Al fin y al cabo somos un puntito insignificante en el universo, no más que una mota de polvo o una piedra. Nadies en tierra de todos pues las fronteras son solo mentales y nacer en un sitio o en otro es una circunstancia meramente azarosa. Seamos humanos en estos tiempos que algunos pretenden convertir en inhumanos. Si no conseguimos hacer este mundo un poco más habitable habremos fracasado como sociedad, y lo peor, habremos fracasado como personas.

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