Javier Huerta
Miércoles, 26 de Junio de 2024

La casa del poeta

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Alejandro Sanz preside desde hace veintinueve años la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre. Lleva todo ese tiempo, en realidad desde la muerte del gran poeta en 1984, empeñado en la que a todos parecía una causa perdida: que alguna administración, bien nacional, autonómica o municipal, se encargara de proteger la casa de Aleixandre, sita en Velintonia, que así se llamaba esta madrileña calle antes de su muerte, para evitar la piqueta, la especulación y así ganar un espacio más para la cultura. En cualquier otro país de nuestro entorno, la casa de un premio Nobel no hubiera tardado mucho tiempo en ser adquirida por el Estado, musealizada y puesta al servicio de los ciudadanos.

 

Pero, como rezaba el eslogan franquista, «Spain is different». Han pasado gobiernos de toda laya y color, ministros, consejeros y concejales de Cultura, y todo inútil. Incuria generalizada. La administración tiene razones que la razón no entiende. Sobre todo, si en ella se afanan los más asnos de la tribu. Entre tanto, el deterioro de la casa era galopante. De cuando en cuando, Sanz conseguía de los herederos de Aleixandre que abrieran las puertas de la casa para celebrar en su jardín alguna velada musical o poética que mantuviera viva la memoria del poeta, pero al día siguiente todo volvía a su ser, es decir, a su no ser, el abandono, la ruina… Y a seguir esperando el milagro.

 

Hace unos años, la Asociación de Amigos de la Casa Panero invitó a Alejandro Sanz a participar en uno de nuestros encuentros literarios. No sin orgullo le hicimos ver que, a diferencia de lo que ocurría con la casa de Aleixandre, la de Leopoldo Panero, que tanto lo admiró, estaba a buen recaudo, pues el Ayuntamiento de Astorga –con un gobierno entonces del Partido Socialista– la había comprado a sus propietarios, para años después –ya con un gobierno del Partido Popular– convertirla en museo. Por presumir de astorganía, que no quede, aunque hoy Alejandro me podría decir: «dime de qué presumes y te diré de qué careces»…

 

El pasado 18 de junio, a diferencia de tantos otros días, me desayuné con una noticia de impacto, como suelen decir los cursis. Por fin, el histórico chalet del autor de La destrucción o el amor, había sido declarado Bien de Interés Cultura (BIC) por la Comunidad de Madrid, gobernada –por si no lo saben– por el Partido Popular. De inmediato se procederá a su compra, para reconvertirla a continuación en una Casa de la Poesía. Ningún título más apropiado que ese, pues que por ella pasaron destacadísimos poetas de diferentes generaciones: Federico García Lorca, Miguel Hernández, Luis Rosales, Leopoldo Panero, José Hierro, Rafael Morales, Carlos Bousoño, José Luis Cano, Claudio Rodríguez, Francisco Brines, Angelina Gatell, Gloria Fuertes, Juan Luis Panero, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Leopoldo María Panero, Jaime Siles, Antonio Colinas, Javier Lostalé… La lista es inacabable. En el piso superior de la casa vivió también la primera mujer elegida académica de la Real Academia Española, Carmen Conde.
 

Vicente Aleixandre fue premiado con el Nobel en 1977, año en que se cumplía el cincuentenario de la generación de 1927. Hay quien dice –y no sin fundamento– que en la persona del poeta sevillano se premiaba también, de un modo simbólico, a quienes formaron parte de aquel irrepetible grupo poético: Salinas, Lorca, Alberti, Guillén, Cernuda, Diego… Por cierto, dentro de tres años, se cumplirá el centenario, y la que será ya flamante Casa de la Poesía podrá abrir sus puertas, tanto tiempo cerradas, para festejar el evento.

 

Frente a la pasividad del Ministerio de Cultura (parece que el señor Urtasun, del partido Sumar, no se ha sentido concernido, vaya usted a saber si porque Aleixandre no era comunista), la Comunidad de Madrid, gobernada –insisto por si alguno lo hubiera olvidado– por el Partido Popular, se ha apuntado este importante tanto. No debe extrañar a nadie. Al frente de la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte, no está un zoquete o un sectario cualquiera, sino una persona con un brillante currículo a sus espaldas, Mariano de Paco Serrano –doctor en Filología, gestor cultural, director de escena– y con una admirable sensibilidad para –por encima de las banderías políticas– saber apreciar el valor espiritual que pueden encerrar cuatro paredes; las cuatro paredes en que un poeta, tan solo un poeta, pero nada más y nada menos que un poeta, supo crear belleza mediante la palabra.

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