Catalina Tamayo
Miércoles, 10 de Julio de 2024

A propósito de este sábado

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Este sábado, seguramente, como algunos otros sábados, habríamos quedado y habríamos dado un paseo. Caminaríamos despacio, sin prisa, perezosamente, tal vez por la muralla, casi rozando con los pies las primeras flores del jardín, aún tiernas. También lentamente, sin alzar la voz, con los mínimos gestos, como dejando caer las palabras, en paz, iríamos conversando. Hablaríamos de libros. A veces también, cómo no, la plática derivaría hacia las clases. La filosofía siempre acabaría viniendo a colación. De política, no. En cuanto a eso, pensábamos muy parecido, pero no igual, había algunas diferencias, aunque fueran solo de matices. Por ese motivo, tampoco esta vez abordaríamos el tema de la política. En lo personal y en la familia también nos detendríamos, como lo veníamos haciendo sobre todo en los últimos años. Los hijos, desde luego, nos preocupaban. Lo banal apenas saldría, pero saldría, pues todos somos humanos. Después, tomaríamos algo y yo te acompañaría hasta el coche. Allí nos despediríamos. Sí, algo así habría sido. Sin embargo, aunque después de todo, de tanto, hemos quedado, hoy no ha sido lo mismo, ni mucho menos. Para empezar, nos hemos encontrado demasiado pronto, a las diez, cuando siempre quedábamos a partir de las doce y media, ya cerca de la una, y en otro sitio, tan distinto. Y esas flores… Esas flores no me gustan nada, son horribles, no tiene nada que ver con las del jardín, las que atraían nuestra mirada y detenían nuestros pasos. Me parece todo esto tan extraño. Como un mal sueño. No podemos dar un paseo. Ni siquiera puedo verte. Te puedo hablar, es cierto, pero sé que no me escuchas. No estás. Le hablo al aire. A la nada. No obstante, no puedo dejar de decirte cosas. Te las digo con el pensamiento para que nadie de los que están aquí me escuche. Me da vergüenza que sepan lo que te estoy diciendo. Lo mucho que te estoy sintiendo. ¡Cuánto me dueles! Tu ausencia, apenas se ha hecho presente, ya me pesa, me aplasta, casi no me deja respirar. Y no me hago a la idea de no volver a verte, como dice esa canción, que no comprendo por qué me viene ahora la cabeza, si tú y yo nunca hablábamos de música, y menos todavía de esa música. Me cuesta hacerme a esta idea de no volver a quedar contigo. A no encontrarte en la presentación de este libro o en aquella conferencia. O caminando por la plaza, por la calle, por cualquier lugar. Siempre de esa manera, solo tuya. Me cuesta mucho, la verdad. No sabes cuánto.

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