José Moisés Panero
Sábado, 11 de Enero de 2014

Retorno a la patria

'Michi Panero' reivindica en este breve texto la poesía y la memoria de su padre Leopoldo Panero. Se hace eco de su profundo amor a Astorga.


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Con frecuencia se cita la inviolable memoria de una persona, mi padre (por azar o necesidad poeta, y a veces excelente poeta), que tuvo a bien ignorar, más bien frivolamente, las bestialidades que sus amables paisanos cometieron, con la impunidad de una época africana y siniestra, con su persona, incluso ya muerto el protagonista, con la muda presencia de una estatua que ha resultado estar hueca y revestida de hormigón, para coronar a un hombre que vivió soñando que todos eran, en el único sentido de la palabra, eternamente buenos; pensamiento de un cristiano viejo, disculpar incluso más allá de la tierra y del viento, todos los agravios, las denuncias, las cárceles. […]

He retornado a Astorga después de eternidades y nostalgias, porque aún, pese a todo, sigue siendo para mí el símbolo del misterio, del dolor, del silencio; he vuelto porque todos tenemos derecho a rehacer pasos perdidos, a buscar el lugar donde se enterró, como en un juego, el deseo. Donde se perdió la voluntad de cambiar mundos: eran bosques demasiado salvajes para ser atravesados sin sufrir heridas.
 
Lo confieso: he envejecido mal, no he comprendido a tiempo la larga mano de la banalidad, ni del desprecio. Pero aún ahora, busco guarida sabiéndome ya animal herido; prefiero imaginar que he sido fiel, quizá torcidamente, a una extraña tradición de perdedores, gente que cruzó la frontera y no supo reencontrar el camino para volver a tiempo a casa; a tiempo para salvar la quemada postal de la felicidad, de la risa. 

Aún así, en este reino de amnésicos, sé, –profeta que se miente a sí mismo– que habrá algún día en que alguien descubrirá la estafa y la usura a la que se ha ido sometiendo a la figura poética de Leopoldo Panero. Y quizá vuelva entonces, «joseantonianamente», a reír la primavera.

Porque será la risa, siempre la mano que rescata la inteligencia, los jardines perdidos, el roce de la piel, la música –aunque esta sea la canción del verano– y el áspero recordatorio de que todos hemos de volver a pisar un día la tierra que negamos, aquellos primeros labios que besamos una tarde, anocheciendo, en la muralla de Astorga, palpitando más que nunca el corazón, puede que palpitando al mismo tiempo la ciudad.

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