Ángel Alonso Carracedo
Jueves, 22 de Agosto de 2024

Rostro de tantas caras, difícil de fiar

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ya no puede ocultar su talismán. Una moneda de dos caras con el añadido de que él siempre elige primero cuando la pieza voltea en el aire, para que un mecanismo ventajista, determine con la apariencia inocente del azar, la voluntad del mandamás.

 

Sánchez, desde que accedió a la cúpula del poder Ejecutivo, ha sido el Único en el partido y en el Gobierno, atrapado en un egocentrismo que ha laminado el contrapoder del amigo anti, parapeto necesario en el arte de gobernar. Bien que lo supieron González y Aznar, con Guerra y Álvarez Cascos, respectivamente. ¿Quién o cuál es la cruz de una divisa de poder que en el envés y en el revés dibujan el mismo rostro?

 

La política es un juego de monedas lanzadas al aire. Cara y Cruz es la opción. Hay expertos que dicen que en función de los contrapesos, una u otra tienen más tendencia a salir. Pero Sánchez juega a la política de las seguridades en el campo minado de unas representaciones y equilibrios numéricos que parecen la más complicada operación aritmética de un sudoku. Ejerce de aprendiz de brujo sin un mago Merlín como experto consejero en los ejercicios de ilusionismo que prodiga entre propios y extraños.

 

Cuesta entender que cambios de principios de la noche a la mañana, puedan ser leídos por la ciudadanía como una evolución de la razón, y no como la charlatanería de un feriante de pueblo en fiestas patronales de quinta división. El juego de las confusiones y engaños, como las mentiras, tiene las patas muy cortas. Son carreras de velocidad. Resisten muy mal la larga distancia de los abusos.

 

Pedro Sánchez evolucionó en cuestión semanas, de no poder conciliar el sueño con un gobierno de coalición con Podemos, a dormir plácidamente con los arrumacos de Pablo Iglesias; Pedro Sánchez era el bambú flexible, pero enraizado, del proverbio chino, con el cumplimiento de las penas a los encausados en el procés,y no se inmutó al cambiar la hoja de ruta con una amnistía exprés, en cuanto las cuentas le salieron por la mínima para seguir como inquilino de la Moncloa; Pedro Sánchez era reacio a modificaciones legales en la financiación de las autonomías y, asegurada la investidura de su sucursal de poder en Cataluña, personalizada en Salvador Illa, abrió un melón que, en estas calendas caniculares, se ha llenado de moscas de la oposición y de su propio partido.

 

Y entre medias de estos tiras y aflojas, nos llama al gimoteo de serial radiofónico de los sesenta, con una carta al ciudadano en la que se toma cinco días para pensar si dimite ante el acoso mediático y judicial por un presunto (e improbable) caso de corrupción contra su esposa.

 

En las esferas de poder de Sánchez, la palabra dimisión deja de ser tuya en cuanto la pronuncias. Frivolizar con ella es como jugar al voleibol con una bomba de relojería. A Adolfo Suárez, político que también tuvo que hacer malabares y…maletas , le bastó una sola referencia, y echó el telón. Sánchez, no; Sánchez manipuló una especie de plebiscito y, conseguido el grado de movilización que le satisfizo, donde dije digo, digo Diego. El régimen franquista no fue ajeno a esa práctica. Queda probado que cada vez que lanza la moneda con sus dos caras siempre le sale el envés, pero es que el revés es idéntico.

 

Y ahora nos ha llegado la historia del viaje clandestino a España de Carles Puigdemont, digno de guión e ilustración de Ibáñez, el padre de Mortadelo y ¿Puigdemón? o de Pepe Gotera y Otilio, personajes tan incompetentes en las viñetas, como los políticos de hoy en las tribunas.

 

Los apologetas de Sánchez han tardado lo que dura pedo en mano en echar la culpa a los mossos, el cuerpo policial catalán que, efectivamente, tiene transferidas las competencias para este caso. La cuestión de fondo es que si Cataluña es territorio español, nada es ajeno, en este y otros casos, al Gobierno Central que preside Sánchez con modos de monarca absoluto en el ámbito de las decisiones del Consejo de Ministros.

 

Desde la óptica internacional, el ridículo va a tener un solo destinatario: España, y un Sánchez que va a ser la caricatura satírica del burlador burlado. Y mejor para todos que ahí se quede: es materia mediática para unos días, con el agravante de la sequía informativa de agosto y la carnaza que va a suponer para los medios no afines.

 

Será difícil abstenerse de la sospecha de que este guiñol montado con Puigdemont no haya sido conjura palaciega. La letra pequeña del contrato de la Generalitat para Illa, bien puede tener redactado esta presencia y discurso con los ojos y oídos policiales, mirando y oyendo para otro lado, porque la detención del líder independentista catalán, y su prisión hasta juicio, serían un divieso purulento en plena nalga para la dupla Sánchez-Illa durante meses.

 

Pedro Sánchez no puede ocultar el perfil multifacético del oportunismo en las cuentas de la lechera. Su amplio catálogo de rostros invade un gobierno con única denominación de origen. El gabinete es una reunión de desconocidos para la opinión pública. El antaño marxismo ortodoxo del PSOE está ocupado por el marxismo de Groucho.

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