Javier Huerta
Sábado, 31 de Agosto de 2024

El atropello a la razón

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En tiempos de idiocia generalizada como los que vivimos, recomiendo la lectura del último libro de Darío Villanueva, El atropello a la Razón (Espasa), tercera entrega de una serie dedicada a analizar el fenómeno de la llamada Corrección política, originada a partir de la que se tiene como ideología nuclear de la posmodernidad, el deconstruccionismo de Jacques Derrida y otros gurús del pensamiento relativista, débil, líquido, o como quiera llamársele (por adjetivos, que no quede). Ha sido la universidad norteamericana, antaño prestigiosa, la que se ha convertido en la gran impulsora y patrocinadora de este movimiento, a cuya sombra han ido surgiendo variaciones sobre el mismo tema, a cada cual más extravagante: las corrientes identitarias, la teoría queer, la ginocrítica, la cancelación, junto a movimientos sociales como Black lives Matter, Too me, etc. La falaz y paradójica intención de esta ideología surgida en Occidente es poner patas arriba los grandes sistemas filosóficos que han hecho posible, más para bien que para mal, la cultura occicdental: el humanismo cristiano, de un lado, y la Ilustración, del otro. Es elocuente que, de esta pandemia ideológica, hayan quedado fuera y, por lo tanto, inmunes al contagio el Islam, la Rusia de Putin y la China comunista; las tres culturas relamiéndose de gusto, habría que añadir, pues nada más gratificante que ver a tus adversarios, otrora poderosos, hacerse el harakiri.

 

Antes de El atropello a la Razón, el profesor Villanueva, catedrático que fue de la Universidad de Santiago y académico de la RAE, había publicado otros dos ensayos también muy aconsejables, sobre todo el primero, de título más que expresivo: Morderse la lengua y Los poderes de la palabra. Y es que el lenguaje es uno de los objetivos prioritarios de esta que, más que ola o moda, es ya un sunami que amenaza con llevarse por delante toda la impresionante tradición cultural de la que hasta ahora nos hemos alimentado. Sin haber leído probablemente 1984, la genial distopía creada por George Orwell, los mandamases y pseudointelectuales de la Corrección política han creado una ridícula neolengua, contraviniendo las leyes más elementales de la gramática y, sobre todo, el sentido común, otra de las virtudes tradicionales hoy más amenazadas, según denuncia Villanueva. En la novela de Orwell, la creación de dicha neolengua, tan artificial como artificiosa, es fruto de una de las instituciones más ominosas de la terrible ficción, el Ministerio de la Verdad. Nuestros gobernantes (no solo los españoles) aún no se han atrevido a crear uno con ese nombre, pero el espíritu que subyace a tan siniestra ocurrencia está ya presente en algunos de los muchísimos ministerios que componen, por ejemplo, el gobierno de España. Uno propugna la Verdad de las Minorías, entendiendo que todas son buenas por naturaleza; otro, la Verdad de la Historia en forma de memoria al gusto del criterio ideológico presuntamente correcto; otro, la Verdad del Arte, para que sepamos qué podemos o no podemos ver en un museo; otro, la Verdad de la Literatura, «cancelando», o sea, condenando autores por muy clásicos que sean y buenos ratos que nos hayan hecho pasar, a causa de delitos de lesa incorrección política, como la misoginia, la homofobia, la pedofilia, la xenofobia, la religiosidad… Dentro de poco, la historia de la Cultura será un inmenso cementerio lleno de cruces para honrar no a los autores que nos hicieron felices con sus invenciones, sino para certificar la defunción de las obras por ellos concebidas y que pensábamos inmortales: Homero, Aristófanes, Berceo, Chaucer, Rabelais, Cervantes, Shakespeare, Quevedo, Molière, Voltaire, Dickens, Baudelaire, Twain, Neruda, Céline, Nabokov, Arrabal…

 

Piensa Villanueva que a todas estas corrientes les une el odio a la Razón, porque «el racionalismo va por el camino totalmente contrario a las propuestas posmodernas que niegan la realidad objetiva y quieren hacérnosla confundir con meras construcciones culturales». A pesar de que pudiera parecer un ensayo abstruso, no lo es en absoluto, pues que va entreverado de un jugoso y casi inverosímil anecdotario del que extraigo dos perlas: «la sustitución de history por herstory, sobre el supuesto de que el his- es el artículo posesivo masculino, y her- el femenino», o la del vocablo seminario (odiosamente machista, porque proviene de semen) por el más feminista ovulario (de óvulo)…

 

La más grave secuela de todo ello es que nuestra cultura va perdiendo cotas de libertad. En una reciente entrevista, Almodóvar reconocía que sus transgresoras películas de los años 80 hoy no hubieran podido estrenarse. De otro modo dicho, fantasmas del pasado, como la censura y la autocensura, han vuelto a cobrar vida. De todo ello y, bajo el título de ¿Malas palabrasCancelación, censura y creación, va el curso que, en unos días, dirijo en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, junto a mi colega Julio Vélez, y con Darío Villanueva y otros nombres relevantes del cine, el teatro, la literatura y la universidad entre los participantes. De todo ello les diré en una próxima «saeta».

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