Mentiras podridas
![[Img #69793]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2024/5831_terraza.jpg)
La propaganda (son tiempos de adoctrinamiento lineal y no de comunicación multilateral) enganchó su mantra. El capitalismo es la ideología de las oportunidades y el mérito. Grosera mentira, que, como mal fruto, se va pudriendo a las primeras de cambio ambiental. La doctrina de moda, retornada a la pesadilla de la miseria de las primeras revoluciones industriales, solo preserva el círculo vicioso del acceso exclusivo de los pudientes a las riquezas. Fuera del matiz, la nada. Es el elitismo en la peor de sus manifestaciones. Voces principales, no solo de los países en desarrollo, sino del llamado Primer Mundo, anatemizan sin pudor el calificativo social de uno de los más grandes sustantivos: justicia.
Los estudios de organizaciones no gubernamentales de prestigio internacional no cesan de mostrar que el capitalismo sin contrapesos sociales es coto privado de las grandes fortunas económicas. En cuatro décadas, las desigualdades de renta de la población mundial se han profundizado de tal manera que, de persistir en su ceguera y sordera, el estallido popular podría dejar en mantillas las brutalidades de las revoluciones francesa y soviética en no muchas generaciones a futuro. A la furia de las hambrunas no las para ni la hipnosis de masas de estas nuevas tecnologías.
Este sistema dominante se llena la boca con la competencia como mecanismo de satisfacción para el consumidor, pero en su alma bulle como parnaso económico el monopolio u oligopolio. Las sociedades a la medida de ellos, los elegidos por el designio del dinero ganado o el azar del heredado.
No hace falta perderse en los sofisticados vericuetos geopolíticos. Sin salir de casa, ni siquiera de una de sus habitaciones, para ver y palpar por donde se escapa su manida meritocracia por las contradicciones burdas entre la letra y la música.
No me voy a salir de las lindes de una pequeña ciudad en el oropel de un mes de agosto fiel a su significante de sobrevenida riqueza a espuertas. Mis ojos han visto las multitudes aborregadas ante el nuevo Dorado de la fiesta y el ocio, válvula de escape de pandemias, convenientemente traducidas a la colectividad como estímulo del negocio. Y digo aborregados a plena conciencia, porque se han dejado usurpar las nobles condiciones de ciudadanos, clientes y visitantes por las lacerantes acepciones de plaga y amorfa turbamulta.
Es de suponer que esta avalancha va a revertir en el tejido social en las proporciones conforme a lo que cada uno ha arriesgado; del todo, legítimo. Pero esta película se aferra a un guión en clave de drama depresivo, si se observa desde la panorámica de la colectividad.
Sí, he visto cómo hosteleros del lugar, erigidos en poder fáctico del voto, proclaman, a ras de suelo, la bonanza de su situación con los signos externos de la prosperidad en las ampliaciones y reformas del negocio con toques a la última moda en confort y decoración. No obstante, justo al lado continúa la visión innoble de multitud de negocios cerrados, sin mínima posibilidad de reapertura, de casas condenadas al derrumbe por el progresivo vaciado de la localidad. ¿Cómo se come esa igualdad de oportunidades, ese acceso democrático a la riqueza? Solo desde la mala digestión que es reconocer impotente que la prosperidad es coto cerrado de los que tienen más y más: casta, se mire por donde se mire.
Sí, veo a una muchachada con el atuendo físico y la oralidad de la inmigración, carne de cañón para el trágala del feliz cóctel de los amos del cotarro: jornada inacabable y salario solo para medio mes de necesidades básicas. Y luego dicen que no quieren trabajar. No ven más allá de la avaricia que ha roto el saco de una mínima humanidad. Entérense: no quieren ser esclavitud contemporánea. No tienen más salida que sumisión o vagancia, porque la digna retribución es privilegio de la minoría poderosa que puede permitirse, con sus crecientes caudales, la formación que exigen a exclusiva medida de los suyos.
Sí, veo a chicos agotados, con la vista perdida y la razón y movilidad bloqueadas, porque ya no son capaces de discernir el alud de comandas al que son sometidos por el turisteo de paso con ínfulas de horda. Obligados a la aritmética de una sinrazón como la de atender con escasa mano de obra la marabunta de los visitantes que fagocitan y no paladean. Para que esto funcione se exige cuadrar dividendo y divisor de factores. De seguir este descuadre, no lo duden: pan para hoy y hambre para mañana. Todo aguante tiene límites.
Sí, veo en estos agostos de los excesos una clientela vocinglera, impertinente, con el ahora mismo en su servicio escrito a sangre y fuego en una mirada de superioridad clasista hacia los camareros. No se me ha escapado tampoco otro tipo de fiestero agosteño, con el berrido propio y de su prole, haciendo imposible el momento de paz buscado por el lugareño o el veraneante ávido de descanso.
Agosto, mes maldito. Descontrol emocional de salida de los toriles de la rutina. Espoleado por los apologetas del carpe diem sin ataduras. Pero en lo subterráneo, el cénit de esta trola podrida del beneficio para la mayoría, es en realidad un sistema que opera con los ingredientes de la desregulación, la precariedad y la soberbia hacia el ciudadano del o lo tomas o lo dejas.
La propaganda (son tiempos de adoctrinamiento lineal y no de comunicación multilateral) enganchó su mantra. El capitalismo es la ideología de las oportunidades y el mérito. Grosera mentira, que, como mal fruto, se va pudriendo a las primeras de cambio ambiental. La doctrina de moda, retornada a la pesadilla de la miseria de las primeras revoluciones industriales, solo preserva el círculo vicioso del acceso exclusivo de los pudientes a las riquezas. Fuera del matiz, la nada. Es el elitismo en la peor de sus manifestaciones. Voces principales, no solo de los países en desarrollo, sino del llamado Primer Mundo, anatemizan sin pudor el calificativo social de uno de los más grandes sustantivos: justicia.
Los estudios de organizaciones no gubernamentales de prestigio internacional no cesan de mostrar que el capitalismo sin contrapesos sociales es coto privado de las grandes fortunas económicas. En cuatro décadas, las desigualdades de renta de la población mundial se han profundizado de tal manera que, de persistir en su ceguera y sordera, el estallido popular podría dejar en mantillas las brutalidades de las revoluciones francesa y soviética en no muchas generaciones a futuro. A la furia de las hambrunas no las para ni la hipnosis de masas de estas nuevas tecnologías.
Este sistema dominante se llena la boca con la competencia como mecanismo de satisfacción para el consumidor, pero en su alma bulle como parnaso económico el monopolio u oligopolio. Las sociedades a la medida de ellos, los elegidos por el designio del dinero ganado o el azar del heredado.
No hace falta perderse en los sofisticados vericuetos geopolíticos. Sin salir de casa, ni siquiera de una de sus habitaciones, para ver y palpar por donde se escapa su manida meritocracia por las contradicciones burdas entre la letra y la música.
No me voy a salir de las lindes de una pequeña ciudad en el oropel de un mes de agosto fiel a su significante de sobrevenida riqueza a espuertas. Mis ojos han visto las multitudes aborregadas ante el nuevo Dorado de la fiesta y el ocio, válvula de escape de pandemias, convenientemente traducidas a la colectividad como estímulo del negocio. Y digo aborregados a plena conciencia, porque se han dejado usurpar las nobles condiciones de ciudadanos, clientes y visitantes por las lacerantes acepciones de plaga y amorfa turbamulta.
Es de suponer que esta avalancha va a revertir en el tejido social en las proporciones conforme a lo que cada uno ha arriesgado; del todo, legítimo. Pero esta película se aferra a un guión en clave de drama depresivo, si se observa desde la panorámica de la colectividad.
Sí, he visto cómo hosteleros del lugar, erigidos en poder fáctico del voto, proclaman, a ras de suelo, la bonanza de su situación con los signos externos de la prosperidad en las ampliaciones y reformas del negocio con toques a la última moda en confort y decoración. No obstante, justo al lado continúa la visión innoble de multitud de negocios cerrados, sin mínima posibilidad de reapertura, de casas condenadas al derrumbe por el progresivo vaciado de la localidad. ¿Cómo se come esa igualdad de oportunidades, ese acceso democrático a la riqueza? Solo desde la mala digestión que es reconocer impotente que la prosperidad es coto cerrado de los que tienen más y más: casta, se mire por donde se mire.
Sí, veo a una muchachada con el atuendo físico y la oralidad de la inmigración, carne de cañón para el trágala del feliz cóctel de los amos del cotarro: jornada inacabable y salario solo para medio mes de necesidades básicas. Y luego dicen que no quieren trabajar. No ven más allá de la avaricia que ha roto el saco de una mínima humanidad. Entérense: no quieren ser esclavitud contemporánea. No tienen más salida que sumisión o vagancia, porque la digna retribución es privilegio de la minoría poderosa que puede permitirse, con sus crecientes caudales, la formación que exigen a exclusiva medida de los suyos.
Sí, veo a chicos agotados, con la vista perdida y la razón y movilidad bloqueadas, porque ya no son capaces de discernir el alud de comandas al que son sometidos por el turisteo de paso con ínfulas de horda. Obligados a la aritmética de una sinrazón como la de atender con escasa mano de obra la marabunta de los visitantes que fagocitan y no paladean. Para que esto funcione se exige cuadrar dividendo y divisor de factores. De seguir este descuadre, no lo duden: pan para hoy y hambre para mañana. Todo aguante tiene límites.
Sí, veo en estos agostos de los excesos una clientela vocinglera, impertinente, con el ahora mismo en su servicio escrito a sangre y fuego en una mirada de superioridad clasista hacia los camareros. No se me ha escapado tampoco otro tipo de fiestero agosteño, con el berrido propio y de su prole, haciendo imposible el momento de paz buscado por el lugareño o el veraneante ávido de descanso.
Agosto, mes maldito. Descontrol emocional de salida de los toriles de la rutina. Espoleado por los apologetas del carpe diem sin ataduras. Pero en lo subterráneo, el cénit de esta trola podrida del beneficio para la mayoría, es en realidad un sistema que opera con los ingredientes de la desregulación, la precariedad y la soberbia hacia el ciudadano del o lo tomas o lo dejas.