El espíritu de Atilano Requejo
De Alberto Rodríguez Peñín - 450 páginas, Ediciones la Crítica
Juan Rulfo -cuyos personajes tienen los nombres más hermosos y sorprendentes de nuestra literatura- me dijo alguna vez que él encuentra los nombres de sus personajes en las lápidas de los cementerios, mezclando nombres de unos muertos con los apellidos de los otros, hasta lograr sus combinaciones incomparables: Fulgor Sedano, Matilde Arcángel, Toribio Aldrete y tantos otros.
Gabriel García Márquez.
![[Img #69897]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2024/4491_imagen-de-whatsapp-2024-09-13-a-las-130552_fa209bf0.jpg)
No deja der sorprender la que es la primera obra de un autor, Alberto Rodríguez Peñín, que nació en Santa Colomba de la Vega, León, hace casi ochenta años. Que se formó en Guipúzcoa, en Colonia de Alemania y en Cataluña, con estudios de electrónica y autómatas programables y en gestión económica en el ESIC y en la Universidad de León. Que ha sido jefe de fábrica en Granollers y director de Escuelas Taller en la provincia de León.
Con esa dedicación y su bagaje es el autor de una más que sorprendente obra, que es la novela de la Valduerna y que el mismo confiesa que es el viaje al pasado por quien se ha visto dominado por el Alzheimer, que le invade brumoso e inconstante desde que se empeñó en reconstruir la historia de Atilano Requejo y se vió atacado por la enfermedad y su parafernalia, mientras se adentra en un mundo alucinante de personajes y recuerdos, que campean por su relato.
Nos introduce así en una historia compleja, poblada de personajes sorprendentes, que integran un tapiz con claroscuros y escenas brillantes, mientras promete que no adulterará el mensaje con detalles propios y que sólo pretende ser fiel al recuerdo de lo que ha visto y oído y todo lo que ha sentido.
Él, lo subtitula como memorias de un desmemoriado, mientras nos adentra en la figura de Atilano Requejo, entre historias y situaciones con las que nos va enfrentando y con ese relato evoca los valles del Ornia. Partimos del nacimiento de Atilano y Benilde, de Martiniano, mientras en el convento, entre paisajes de bosque y encinas, donde nos apunta lo de Martina y el cura, describe la malaria de 1972 y el viaje de Bastián a Astorga en busca de una nodriza. Las vivencias de Atanasio y su encuentro con el molinero. Describe la casa de Eufemia, la curandera que engaña a todos.
Donde surgen Agostinho y Anabela y el señor Fulgencio y planean la adopción de Martina. Donde aparecen bandoleros mesetarios, mientras se recorre tiempo atrás, el presente y tiempo adelante, entre el temor y trashumancia. Donde aparece Basilia y el arriero Atanasio, en San Pelayo. La entrega de Martiniano a los pastores. Aparecen ríos, bogas y molinos y reaparece el desaparecido Atilano, protegido por Eufemia, que le forja como a Martiniano.
Cuando muere la Eufemia resurge Martina. Martiniano y Atilano, después del velatorio le dan sepultura y tras la carta del Obispado, en un paisaje enorme, entre adoberas, campaneros, arcilla, tejas y fuego. Napoleón llega a Astorga y aparece el ángel vengador, entre sangre y barro de los valles. Arden iglesias y archivos y todo se entremezcla en una estrategia de defensa.
No estoy contando la novela, ni enmarcándola, porque de todo este mundo la idea clara es que debe continuar, sin que haya orden en lo escrito, tal como iba surgiendo, sin discernir lo vivido de lo soñado, con contradicciones y errores, emanados de la fantasía, con la que surgían los personajes de ese mundo que, a pesar de las apariencias, aparecen a capricho y cuando la historia parece que acaba, recomienza y se aviva, como si fuera un fuego eterno.
En el principio se entremezcla el filandón, la bodega Orniacorum de sacaojos, con piñas hilvanadas con semillas de estramonio, aviganzas, madera de humero, hinojo y médula de saúco el Arcarius de Xaxa Oxa y la sala de los recuerdos perdidos. Lo mismo que cuando acaba debe recomenzar. El autor Alberto Rodríguez Peñín está detrás de toda la historia, tan oculto que desparece, pero ante nuestros ojos dibuja un mundo completo lleno de protagonistas, con historias fantasmagóricas, con algo que es mucho más: la intrahistoria de un territorio descrito no por sus paisajes, sino por sus personajes, que son los interlocutores.
Construye así una historia muy propia, que es la del territorio, con unos pobladores de un mundo completo y cerrado, pero a la vez tan suficientemente abierto, que nos hace esperar una continuidad. La historia, como la vida, concluye cuando debe comenzar y exige una continuación de ese mundo, para reandarlo. No solo se espera, sino que se exige que la tenga. Una aportación de Alberto Rodríguez Peñín, que es la historia que faltaba y no estaba contada de los valles del Ornia, pero que ahora surge con tanta fuerza que demanda la continuación.
Sus múltiples personajes, nada esquemáticos, sino complejos, están llenos de vida, por lo que hemos de encontrar la entrada y regresar a los valles del Ornia, como tierra prometida y fecunda, para descubrirla y revivirla. Qué más se puede decir de Eufemia Santos, Martina de la Cruz, Atilano Requejo, Martiniano Santos, de Agostinho Pinheiro, que quedan creados, pero reclamando la existencia que no han tenido, porque todo depende de la imaginación de su creador y la mente de Alberto Rodríguez Peñín, que ha levantado un mundo que ha de tener continuidad y solo él puede dársela, a no ser que haya otro Gabriel García Márquez que continúe el mundo de Juan Rulfo y su Pedro Páramo.
Gabriel García Márquez.
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No deja der sorprender la que es la primera obra de un autor, Alberto Rodríguez Peñín, que nació en Santa Colomba de la Vega, León, hace casi ochenta años. Que se formó en Guipúzcoa, en Colonia de Alemania y en Cataluña, con estudios de electrónica y autómatas programables y en gestión económica en el ESIC y en la Universidad de León. Que ha sido jefe de fábrica en Granollers y director de Escuelas Taller en la provincia de León.
Con esa dedicación y su bagaje es el autor de una más que sorprendente obra, que es la novela de la Valduerna y que el mismo confiesa que es el viaje al pasado por quien se ha visto dominado por el Alzheimer, que le invade brumoso e inconstante desde que se empeñó en reconstruir la historia de Atilano Requejo y se vió atacado por la enfermedad y su parafernalia, mientras se adentra en un mundo alucinante de personajes y recuerdos, que campean por su relato.
Nos introduce así en una historia compleja, poblada de personajes sorprendentes, que integran un tapiz con claroscuros y escenas brillantes, mientras promete que no adulterará el mensaje con detalles propios y que sólo pretende ser fiel al recuerdo de lo que ha visto y oído y todo lo que ha sentido.
Él, lo subtitula como memorias de un desmemoriado, mientras nos adentra en la figura de Atilano Requejo, entre historias y situaciones con las que nos va enfrentando y con ese relato evoca los valles del Ornia. Partimos del nacimiento de Atilano y Benilde, de Martiniano, mientras en el convento, entre paisajes de bosque y encinas, donde nos apunta lo de Martina y el cura, describe la malaria de 1972 y el viaje de Bastián a Astorga en busca de una nodriza. Las vivencias de Atanasio y su encuentro con el molinero. Describe la casa de Eufemia, la curandera que engaña a todos.
Donde surgen Agostinho y Anabela y el señor Fulgencio y planean la adopción de Martina. Donde aparecen bandoleros mesetarios, mientras se recorre tiempo atrás, el presente y tiempo adelante, entre el temor y trashumancia. Donde aparece Basilia y el arriero Atanasio, en San Pelayo. La entrega de Martiniano a los pastores. Aparecen ríos, bogas y molinos y reaparece el desaparecido Atilano, protegido por Eufemia, que le forja como a Martiniano.
Cuando muere la Eufemia resurge Martina. Martiniano y Atilano, después del velatorio le dan sepultura y tras la carta del Obispado, en un paisaje enorme, entre adoberas, campaneros, arcilla, tejas y fuego. Napoleón llega a Astorga y aparece el ángel vengador, entre sangre y barro de los valles. Arden iglesias y archivos y todo se entremezcla en una estrategia de defensa.
No estoy contando la novela, ni enmarcándola, porque de todo este mundo la idea clara es que debe continuar, sin que haya orden en lo escrito, tal como iba surgiendo, sin discernir lo vivido de lo soñado, con contradicciones y errores, emanados de la fantasía, con la que surgían los personajes de ese mundo que, a pesar de las apariencias, aparecen a capricho y cuando la historia parece que acaba, recomienza y se aviva, como si fuera un fuego eterno.
En el principio se entremezcla el filandón, la bodega Orniacorum de sacaojos, con piñas hilvanadas con semillas de estramonio, aviganzas, madera de humero, hinojo y médula de saúco el Arcarius de Xaxa Oxa y la sala de los recuerdos perdidos. Lo mismo que cuando acaba debe recomenzar. El autor Alberto Rodríguez Peñín está detrás de toda la historia, tan oculto que desparece, pero ante nuestros ojos dibuja un mundo completo lleno de protagonistas, con historias fantasmagóricas, con algo que es mucho más: la intrahistoria de un territorio descrito no por sus paisajes, sino por sus personajes, que son los interlocutores.
Construye así una historia muy propia, que es la del territorio, con unos pobladores de un mundo completo y cerrado, pero a la vez tan suficientemente abierto, que nos hace esperar una continuidad. La historia, como la vida, concluye cuando debe comenzar y exige una continuación de ese mundo, para reandarlo. No solo se espera, sino que se exige que la tenga. Una aportación de Alberto Rodríguez Peñín, que es la historia que faltaba y no estaba contada de los valles del Ornia, pero que ahora surge con tanta fuerza que demanda la continuación.
Sus múltiples personajes, nada esquemáticos, sino complejos, están llenos de vida, por lo que hemos de encontrar la entrada y regresar a los valles del Ornia, como tierra prometida y fecunda, para descubrirla y revivirla. Qué más se puede decir de Eufemia Santos, Martina de la Cruz, Atilano Requejo, Martiniano Santos, de Agostinho Pinheiro, que quedan creados, pero reclamando la existencia que no han tenido, porque todo depende de la imaginación de su creador y la mente de Alberto Rodríguez Peñín, que ha levantado un mundo que ha de tener continuidad y solo él puede dársela, a no ser que haya otro Gabriel García Márquez que continúe el mundo de Juan Rulfo y su Pedro Páramo.






