Ni las palabras, presas del silencio, pueden salir de la boca
'Un detalle menor', Adanía Shibli.
Traducción de Salvador Peña Martín, 4º reimpresión, 154 pp.
Editorial 'Hoja de Lata', Xixón.
![[Img #69923]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/09_2024/8166_captura-de-pantalla-2024-09-17-143616.png)
Insoportable un desierto. Su calor extremo impone monotonía a un contorno de colinas modeladas por la reverberación de la luz, colinas de arena mudas y ciegas, silenciosas si el viento lo permite.
Nacida en Galilea, Adanía Shibli (1974) asienta su escritura en dos pilares esenciales: “la realidad palestina y el inabarcable poder del lenguaje”. Su escritura no permanece encerrada en campos restringidos ni en personajes únicos, sino que, añade Shibli, abarca espacios sin límite ni frontera “que permite a otros tener un lugar en nuestras vidas”.
9 de agosto de 1949. Un destacamento militar israelí, al suroeste del desierto del Néguev se establece en la franja fronteriza con Egipto para hacerla invulnerable a cualquier intrusión árabe. “No podemos flaquear ni un instante en nuestro deber de consagrar fuerza y celo a la construcción de este flanco de nuestro naciente Estado”, arenga el comandante de la guarnición israelí. Rutinaria la vida entre monótonas y taciturnas dunas que no desvelaban otras huellas sobre sí que las que dejaba el vehículo militar. Rondas de vigilancia obsesiva para acabar con los árabes ocultos en la zona y atrapar a los infiltrados escondidos entre las dunas al oír el rugido del vehículo. “¿Va a ser incapaz nuestro pueblo de volver a la que es su patria? Por este lugar… pasaron nuestros ancestros hace milenios. ...Nadie tiene más derecho a esta tierra que nosotros”. Y el comandante secaba los sudores sin agotar su arenga colonial. ¡¡Palabrería de mercado patriótico para enredar o aumentar los calores!!
Interminables, sin apenas sombra, transcurrían las horas de sol punzante en aquel paraje yermo hasta terminar los trabajos de asentamiento. Las páginas, reposadas y comedidas, de la parte primera de Un detalle menor parecían contagiarse de ese ambiente. “Por áridas que ahora parezcan, estas extensiones desérticas irán poco a poco retrocediendo, a medida que se planten árboles y se pongan en marcha proyectos agrícolas e industriales. …habrá que empezar por doblegar a los peores enemigos de este lugar …El que nos hallemos aquí es el punto de partida para lograr que este sueño se convierta en una realidad”, continuaba el israelí como heredero de la voz de los profetas, con programa de futuro. No dudaba que Yahvé no yerra ni abandona a su pueblo (Isaías 44,1-4).
Durante una ronda de vigilancia llaman su atención unos árboles junto a un manantial; allí reposaba un grupo de árabes con seis camellos. Ni tiempo hubo para el saludo. Siguió el estrépito de un tiroteo cerrado. En el aire quedó el sollozo de una joven que se había ocultado. La acompañaban, sin tregua, los alaridos de un perro testimonio. Fueron trasladados al campamento. La joven sirvió de juguete inerme y vergonzante para aquella soldadesca israelí. “La sangre se derramó de la cabeza a la arena, que se la tragó sin dificultad mientras los rayos del sol del mediodía se congregaban en torno a sus nalgas desnudas, que eran del color de la arena”. Maldita mañana la del 13 de agosto de 1949. Tampoco pudieron alejar a un perro que no cesaba de vocear con rabia y alaridos humanizados.
“Cuando vives en Palestina, escribe Anadía, eres testigo de algo enorme. Asumirlo no es el trabajo de la literatura. Es tu deber como ser humano”. Doce años le llevó escribir Un detalle menor a esta mujer palestina que habla más idiomas -árabe, hebreo, francés, inglés, alemán, coreano- de los que pueden contarse con los dedos de una mano. Sin embargo, escribe en árabe porque “es la lengua que me permite ser más libre. No es una decisión instrumental o política, es lingüística. La intimidad, la sensibilidad, la riqueza. Nunca he tenido la relación que tengo con el árabe con ningún otro idioma”.
“Después de colgar las cortinas … me eché en la cama. Fue entonces cuando un perro comenzó a aullar en la colina de enfrente”. Comienza la segunda parte de Un detalle menor. En Ramala encuentra <<nuevo trabajo>> y apartamento una joven que reconoce ser “incapaz de juzgar sobre nada de manera equilibrada o decidir … la acción que conviene o no … emprender. …lo único … es dedicarme a mi trabajo en la oficina o sentarme en mi casa, a la mesa, ante el ventanal”. Llega a sus manos un artículo periodístico que recoge un hecho acaecido “cierta mañana, que vendría a coincidir, transcurrido un cuarto de siglo … con la mañana de mi nacimiento”. Ese detalle menor, “no ninguno de los principales, que pueden calificarse de atroces”, fue lo único que llamó su atención. “Hay quienes sostienen, …, que los seres humanos pueden formarse una imagen de un acontecimiento que no han presenciado si acceden a diversos detalles menores que acaso para algunos carezcan de importancia”.
La joven de Ramala decide llegar al fondo y conocer toda la verdad de cuanto contaba el artículo periodístico, así como las fuentes documentales que conserven datos de aquellos años. Inicia un viaje por museos militares y archivos; toma notas. El itinerario la sobrecarga de angustia y miedo ante los controles militares. Caminos cerrados, carreteras cortadas, bloques de hormigón que obligan a maniobrar, muros a derecha e izquierda. Viaje para darse un baño de realidad. “Temo perderme en este escenario que me hace sentir ajena después de larga ausencia, …, nada palestino queda en él”. Nuevos nombres de pueblos y ciudades, vallas publicitarias, todo está en hebreo. Campos de labranza palestinos ahora ocupados por barrios de colonos. Ojear un mapa de 1948 la lleva a la desesperación. Territorio partido en zonas A-B-C-D, con salvoconductos imprescindibles para acceder a estas. Y no falta un perro irascible que persigue su coche durante kilómetros; imposible esquivarlo. Un kibutz tras otro. Territorios desconocidos que no se ven desde los ventanales de su apartamento en Ramala.
El lector, indudablemente, viaja con la joven de Ramala, atento a cualquier situación complicada. Visita los mismos museos, observa idénticas vitrinas con documentos, escucha historias que cuenta un guía, se deja acompañar en el coche por una caminante anciana que acepta subir…
Las dos partes de la narración llegan en tiempo y espacios diferentes, o no tanto; en desierto de arena uno y en desierto emocional el otro, el urbano, del que apenas conoceremos vida. Ambas partes ¿estarán asentadas en un mismo lugar?; en la primera, encontramos “palmeras dum, terebintos y un cañaveral por entre cuyas delgadas vainas discurría un manantial exiguo”, árboles y seis camellos (pp. 32-33). Ya al final, en la segunda “De buenas a primeras, se dejan ver, …, palmeras dum, terebintos y cañas. Tiene que haber algún nacimiento de agua”; hay árboles y seis camellos; dos, parados a la derecha y cuatro que comienzan a caminar sobre la arena siguiendo a los dos primeros (pág. 149). Ante tal similitud, ¿espejismo literario con un tiempo narrativo entre esos dos momentos o más bien es un recuerdo revivido? La segunda parte está guiada por un yo presencial narrativo. También, como en la primera parte, es una joven la que centra la mirada del lector.
A lo largo de la narración pasamos como espectadores-lectores sin conocer ni a imaginar física o emocionalmente a quienes recorren las páginas y con quienes estamos caminando: sus caras, rasgos personales, de dónde llegan, su pasado… Símbolos, creo, de esos dos pueblos, ambos semíticos, palestino e israelí, enfrentados y paralelos; apoyado y tolerado sin límite el israelí; abandonado a su suerte el palestino, solo y en el olvido, sometido desde 1948 hasta hoy a continua Nakba, colonizado su territorio ante la mirada inerte de todos.
¿Cómo no destacar la presencia, símbolo atento, del perro? En la parte primera, fiel defensor de la joven beduina; agitador de la consciencia dormida en la segunda, impidiendo sueño tranquilo o viaje cómodo.
Interesante la técnica narrativa. Adanía va entretejiendo magistralmente cada momento, trazando un trayecto narrativo cohesionado y unitario, más plano y lineal, tal vez, en la primera parte, de acción más monótona. Con lenguaje sencillo, elaborado y preciso, sin desdeñar pinceladas poéticas sorprendentes crea no-personajes sino representaciones o siluetas, estados de ánimo. Merece ser destacado el trabajo, siempre complejo, del traductor, Salvador Peña.
Quede para el lector agudo de Un detalle menor adentrarse y desvelar cuanto aún esconden sus páginas. Conviene recordar que esta obra ha sido reconocida con premios importantes; el más cercano, el premio Leteo; lo recogió en León hace unos días.
Adanía Shibli, imprescindible voz literaria, humana, de la literatura árabe contemporánea.
Traducción de Salvador Peña Martín, 4º reimpresión, 154 pp.
Editorial 'Hoja de Lata', Xixón.
Insoportable un desierto. Su calor extremo impone monotonía a un contorno de colinas modeladas por la reverberación de la luz, colinas de arena mudas y ciegas, silenciosas si el viento lo permite.
Nacida en Galilea, Adanía Shibli (1974) asienta su escritura en dos pilares esenciales: “la realidad palestina y el inabarcable poder del lenguaje”. Su escritura no permanece encerrada en campos restringidos ni en personajes únicos, sino que, añade Shibli, abarca espacios sin límite ni frontera “que permite a otros tener un lugar en nuestras vidas”.
9 de agosto de 1949. Un destacamento militar israelí, al suroeste del desierto del Néguev se establece en la franja fronteriza con Egipto para hacerla invulnerable a cualquier intrusión árabe. “No podemos flaquear ni un instante en nuestro deber de consagrar fuerza y celo a la construcción de este flanco de nuestro naciente Estado”, arenga el comandante de la guarnición israelí. Rutinaria la vida entre monótonas y taciturnas dunas que no desvelaban otras huellas sobre sí que las que dejaba el vehículo militar. Rondas de vigilancia obsesiva para acabar con los árabes ocultos en la zona y atrapar a los infiltrados escondidos entre las dunas al oír el rugido del vehículo. “¿Va a ser incapaz nuestro pueblo de volver a la que es su patria? Por este lugar… pasaron nuestros ancestros hace milenios. ...Nadie tiene más derecho a esta tierra que nosotros”. Y el comandante secaba los sudores sin agotar su arenga colonial. ¡¡Palabrería de mercado patriótico para enredar o aumentar los calores!!
Interminables, sin apenas sombra, transcurrían las horas de sol punzante en aquel paraje yermo hasta terminar los trabajos de asentamiento. Las páginas, reposadas y comedidas, de la parte primera de Un detalle menor parecían contagiarse de ese ambiente. “Por áridas que ahora parezcan, estas extensiones desérticas irán poco a poco retrocediendo, a medida que se planten árboles y se pongan en marcha proyectos agrícolas e industriales. …habrá que empezar por doblegar a los peores enemigos de este lugar …El que nos hallemos aquí es el punto de partida para lograr que este sueño se convierta en una realidad”, continuaba el israelí como heredero de la voz de los profetas, con programa de futuro. No dudaba que Yahvé no yerra ni abandona a su pueblo (Isaías 44,1-4).
Durante una ronda de vigilancia llaman su atención unos árboles junto a un manantial; allí reposaba un grupo de árabes con seis camellos. Ni tiempo hubo para el saludo. Siguió el estrépito de un tiroteo cerrado. En el aire quedó el sollozo de una joven que se había ocultado. La acompañaban, sin tregua, los alaridos de un perro testimonio. Fueron trasladados al campamento. La joven sirvió de juguete inerme y vergonzante para aquella soldadesca israelí. “La sangre se derramó de la cabeza a la arena, que se la tragó sin dificultad mientras los rayos del sol del mediodía se congregaban en torno a sus nalgas desnudas, que eran del color de la arena”. Maldita mañana la del 13 de agosto de 1949. Tampoco pudieron alejar a un perro que no cesaba de vocear con rabia y alaridos humanizados.
“Cuando vives en Palestina, escribe Anadía, eres testigo de algo enorme. Asumirlo no es el trabajo de la literatura. Es tu deber como ser humano”. Doce años le llevó escribir Un detalle menor a esta mujer palestina que habla más idiomas -árabe, hebreo, francés, inglés, alemán, coreano- de los que pueden contarse con los dedos de una mano. Sin embargo, escribe en árabe porque “es la lengua que me permite ser más libre. No es una decisión instrumental o política, es lingüística. La intimidad, la sensibilidad, la riqueza. Nunca he tenido la relación que tengo con el árabe con ningún otro idioma”.
“Después de colgar las cortinas … me eché en la cama. Fue entonces cuando un perro comenzó a aullar en la colina de enfrente”. Comienza la segunda parte de Un detalle menor. En Ramala encuentra <<nuevo trabajo>> y apartamento una joven que reconoce ser “incapaz de juzgar sobre nada de manera equilibrada o decidir … la acción que conviene o no … emprender. …lo único … es dedicarme a mi trabajo en la oficina o sentarme en mi casa, a la mesa, ante el ventanal”. Llega a sus manos un artículo periodístico que recoge un hecho acaecido “cierta mañana, que vendría a coincidir, transcurrido un cuarto de siglo … con la mañana de mi nacimiento”. Ese detalle menor, “no ninguno de los principales, que pueden calificarse de atroces”, fue lo único que llamó su atención. “Hay quienes sostienen, …, que los seres humanos pueden formarse una imagen de un acontecimiento que no han presenciado si acceden a diversos detalles menores que acaso para algunos carezcan de importancia”.
La joven de Ramala decide llegar al fondo y conocer toda la verdad de cuanto contaba el artículo periodístico, así como las fuentes documentales que conserven datos de aquellos años. Inicia un viaje por museos militares y archivos; toma notas. El itinerario la sobrecarga de angustia y miedo ante los controles militares. Caminos cerrados, carreteras cortadas, bloques de hormigón que obligan a maniobrar, muros a derecha e izquierda. Viaje para darse un baño de realidad. “Temo perderme en este escenario que me hace sentir ajena después de larga ausencia, …, nada palestino queda en él”. Nuevos nombres de pueblos y ciudades, vallas publicitarias, todo está en hebreo. Campos de labranza palestinos ahora ocupados por barrios de colonos. Ojear un mapa de 1948 la lleva a la desesperación. Territorio partido en zonas A-B-C-D, con salvoconductos imprescindibles para acceder a estas. Y no falta un perro irascible que persigue su coche durante kilómetros; imposible esquivarlo. Un kibutz tras otro. Territorios desconocidos que no se ven desde los ventanales de su apartamento en Ramala.
El lector, indudablemente, viaja con la joven de Ramala, atento a cualquier situación complicada. Visita los mismos museos, observa idénticas vitrinas con documentos, escucha historias que cuenta un guía, se deja acompañar en el coche por una caminante anciana que acepta subir…
Las dos partes de la narración llegan en tiempo y espacios diferentes, o no tanto; en desierto de arena uno y en desierto emocional el otro, el urbano, del que apenas conoceremos vida. Ambas partes ¿estarán asentadas en un mismo lugar?; en la primera, encontramos “palmeras dum, terebintos y un cañaveral por entre cuyas delgadas vainas discurría un manantial exiguo”, árboles y seis camellos (pp. 32-33). Ya al final, en la segunda “De buenas a primeras, se dejan ver, …, palmeras dum, terebintos y cañas. Tiene que haber algún nacimiento de agua”; hay árboles y seis camellos; dos, parados a la derecha y cuatro que comienzan a caminar sobre la arena siguiendo a los dos primeros (pág. 149). Ante tal similitud, ¿espejismo literario con un tiempo narrativo entre esos dos momentos o más bien es un recuerdo revivido? La segunda parte está guiada por un yo presencial narrativo. También, como en la primera parte, es una joven la que centra la mirada del lector.
A lo largo de la narración pasamos como espectadores-lectores sin conocer ni a imaginar física o emocionalmente a quienes recorren las páginas y con quienes estamos caminando: sus caras, rasgos personales, de dónde llegan, su pasado… Símbolos, creo, de esos dos pueblos, ambos semíticos, palestino e israelí, enfrentados y paralelos; apoyado y tolerado sin límite el israelí; abandonado a su suerte el palestino, solo y en el olvido, sometido desde 1948 hasta hoy a continua Nakba, colonizado su territorio ante la mirada inerte de todos.
¿Cómo no destacar la presencia, símbolo atento, del perro? En la parte primera, fiel defensor de la joven beduina; agitador de la consciencia dormida en la segunda, impidiendo sueño tranquilo o viaje cómodo.
Interesante la técnica narrativa. Adanía va entretejiendo magistralmente cada momento, trazando un trayecto narrativo cohesionado y unitario, más plano y lineal, tal vez, en la primera parte, de acción más monótona. Con lenguaje sencillo, elaborado y preciso, sin desdeñar pinceladas poéticas sorprendentes crea no-personajes sino representaciones o siluetas, estados de ánimo. Merece ser destacado el trabajo, siempre complejo, del traductor, Salvador Peña.
Quede para el lector agudo de Un detalle menor adentrarse y desvelar cuanto aún esconden sus páginas. Conviene recordar que esta obra ha sido reconocida con premios importantes; el más cercano, el premio Leteo; lo recogió en León hace unos días.
Adanía Shibli, imprescindible voz literaria, humana, de la literatura árabe contemporánea.