Ángel Alonso Carracedo
Viernes, 04 de Octubre de 2024

El arte del caos

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La tónica de esta actualidad es el caos. Pocos quedan que puedan analizar con el severo sentido crítico de la realidad vivida, los sucesos de los años treinta del siglo pasado que voltearon la historia. Pero aquí, ahora, está reeditada esa época como manifestación recurrente de los bucles cronológicos. La crónica de los tiempos es tan tozuda en sus idas y venidas, que se hace harto complicado encontrar diferencias en sus esplendores… y en sus penumbras. Se acaso, de muy leve matiz.

 

Esa historia, que los aprendices de brujo de sospechosa intelectualidad intentan reescribir, conforme a sus intereses, lleva implícito el borrado de los pretéritos que les molestan. Y les ha venido a ver el dios de la tecnología con herramientas que se adaptan como anillo al dedo a sus propósitos de adocenar a las masas con el tachado sistemático de los pretéritos, el espejismo de los presentes y el futuro renacido en la divinidad caprichosa del algoritmo. Se percibe un tufo a catarsis.

 

No quiero ser vocero de los malos agüeros. Nada puede una palabra o discurso aislado, aún pronunciado desde la sabiduría o el entusiasmo, contra un sistema bien engrasado en la monumentalidad de mentiras que arrasan el equilibrio de cualquier sociedad o, a mayores, civilización: la credibilidad en los gobernantes y en instituciones de control de poderes, como la judicatura o la prensa, soezmente manipulados por las cúspides de la política y la economía.

 

Este mundo, hoy, no es el mejor. Pierde con otros anteriores, salvo esas décadas pérfidas de los totalitarismos fascistas y comunistas de la centuria pasada. Eludamos perfecciones imposibles. El de nuestra generación no fue un dechado de virtudes. No obstante, escarbo a menudo y encuentro asideros para el orgullo en mis años de aprendiz de hombre. Mi juventud gozó de las utopías del mayo parisino de 1968. Hizo de los ideales, puede que ilusos, una pretensión de mejores existencias. Abrazó el estado de bienestar como mecanismo insustituible para estrechar las desigualdades sociales. Una brecha que ha crecido hasta el punto de ahogar a centenares de millones de seres humanos, que se agarran a la migración como la única puerta de salida de la miseria. Viajen y no turisteen por esas tierras dejadas de la mano de Dios y de los hombres, y recibirán una lección de vida impagable.

 

Nada ni nadie nos puede negar que se cicateara en las energías de respuestas colectivas a los intentos de abuso de poder. Hicimos de la rebeldía un desorden que no tenía más meta que el orden de la justicia. De acuerdo, al dictador solo le derrotó la muerte, pero cerrados para siempre sus ojos, a su sistema le quedaban dos telediarios, como así fue.

 

Quizá vivir contra alguien o algo sea más provechoso para la cohesión social. El enemigo público es un fetiche insuperable. Este momento tiene adversarios temibles de la convivencia pacífica que, en términos de masa, no terminan de focalizarse. La acritud en permanente estado de desarrollo no es una lacra nacional; alcanza las dimensiones globales. Y de nuevo la lección de la historia que no queremos aprender: la corrección será de idéntico ámbito. Pero la pedagogía se mantendrá invariable: la letra con sangre entra.

 

La confusión se ha convertido en la máxima demostración del quehacer político. Este no es el caos de la rebeldía transformadora y de progreso, sino el de mantener contra viento y marea modelos periclitados con negro currículo en la historia. El poder como abuso tiene hoy los instrumentos ofensivos y defensivos más contundentes de la historia. Ya no son los ejércitos. A esos se les ve venir.

 

La tecnología, siendo justo, su mal uso, está a la orden del día en el manejo de una cotidianidad que en porvenir se identifica con el miedo razonable a que supere las capacidades humanas y la máquina domine al hombre. Primeros síntomas: a través de sus algoritmos, pueden facilitar que un delincuente convicto ocupe el principal centro de poder del planeta. Ahí está la inteligencia artificial, una abanderada distópica con tarjeta de presentación bélica y sofisticada al máximo en la matanza selectiva de uno de los sempiternos conflictos de Oriente Medio. La desorganización, convenientemente organizada, está servida.

 

Pero el diseño de caos actual necesita abonar el día a día ciudadano. La violencia latente está en la mayoría de nuestras actuaciones. En cualquier divergencia se aprecia, no una contraposición urbana y cívica. Lo contrario, hay que hacer del juego de palabras un rosario de ofensas y agravios para que el contencioso se cierre con agresores y agredidos. El gran espectáculo de estos tiempos es la pelea oral o física. Vi en un reportaje televisivo el manejo de grupos juveniles organizados en aficionados ultras de equipos de futbol, citándose a través de las redes, no para dirimir las diferencias deportivas, sino para darse de leches, sin más. Carne de cañón para revivir las fuerzas de choque de los totalitarismos de los años treinta, aprovechándose de una generación expulsada de las emancipaciones, y así, rumiar el odio.

 

El caos en constante suma autodestructiva de una civilización occidental que ya no puede ocultar la decadencia moral. Huerto propicio para organizaciones políticas que quieren reescribir la historia a su manera. Malos tiempos para la lírica. Por cierto, ahora que escribo este final, me llega la noticia de que Irán ha atacado Israel.

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