Iván García Yebra
Viernes, 04 de Octubre de 2024

La estulticia y la necedad como virtudes (o no) de la política municipal

Pero Satán bajó la cabeza y dio un suspiro. «Te equivocas», dijo, «la Providencia existe; lo que ocurre es que tú no la ves, porque siendo hija de Dios es invisible como su Padre. No has visto nada que se le parezca, porque ella procede por resortes ocultos y camina por vías oscuras; todo lo que puedo hacer es hacer de ti uno de esos agentes de la Providencia». El trato estaba hecho; perderé en él tal vez mi alma, pero no importa —prosiguió Montecristo—, y aunque tuviera que hacer el mismo trato, lo volvería a hacer de nuevo.

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Cuando lo zafio se vuelve rutina no es ofensivo, sino ordinario. Despreciar, humillar y afrentar son acciones que requieren de un mínimo de templanza, al menos si se quiere lograr el efecto deseado. A estas alturas, los ataques de 'los once' se cuentan por decenas (en eterna equivalencia con el número de polémicas que los acompañan), y lejos de mirar atrás, como el buey con el apero, remueven la tierra sin saber lo que hacen.

 

La política municipal es una mezcla de ternura y de exasperación; un lugar en el que la nobleza y la deslealtad se entretejen, con más hilos de la segunda. No deja de sorprender (si es que eso es posible) que una mayoría aplastante, con la confianza inicial del 56% de los vecinos, opere y funcione, de facto, como un adolescente airado que no asume ni reconoce sus desmanes.

 

Durante este año y medio (basta un rápido vuelo por las redes sociales de los munícipes y de sus seudónimos), no han dejado títere con cabeza. Discusiones sobre su buena o mala gestión al frente de la Casona las hay y las habrá; y opiniones dispares, también (aunque aquí son irrelevantes). Cuesta encontrar, sin embargo, una voz que los circunscriba en la mesura, la sobriedad y la prudencia. Y no es malo que no sean mesurados, sobrios y prudentes, pero sí lo es que conviertan el Ayuntamiento, como institución, en el puberto iracundo.

 

Si uno hace críticas tiene que estar dispuesto a asumirlas, por descontado. Lo que es más difícil de entender es que los planteamientos que divergen de las opiniones de 'los once' (los primeros exigen cierta meditación y las segundas no), no sólo se dinamiten, sino que de forma reiterada se invaliden con argumentos 'ad hominem' sin el menor ejercicio reflexivo que justifique la postura tomada. Los que hayan tenido que discutir cualesquiera cuestiones con los ediles darán fe de ello.

 

Por ir al grano. Desde el inicio de esta nueva etapa de la política astorgana, el grueso de las polémicas se “resuelven” con el oprobio más básico. Véase un ejemplo (imaginado): pongamos que un dirigente, que convoca ruedas de prensa por sistema, deja de hacerlo porque prefiere enviar la información vía WhatsApp para evitar preguntas. Figuremos, además, que algunas notas las copia de una imprenta local con la que no está en la mejor sintonía, y se reenvían como propias al resto de periódicos. Supongamos también, por exagerar, que esa prensa pone un titular o una noticia que no agrada a los mandatarios y recibe insultos y descalificativos, poniéndose en duda su capacidad de comprensión (en función de quién cuestione esa capacidad tiene hasta gracia). Más allá, entendamos que las arremetidas no se hacen en nombre de 'los once', sino de los vecinos, asociaciones, entidades y comercios que se informan por esa prensa denostada (y no por la provincial o regional afín) y que reconocen públicamente su labor. Lo paradójico del asunto sería que, después de las tropelías y de los dislates, esos mismos políticos exigiesen a los medios que les inquiriesen para resolver las dudas y contrastar una información que, además, no lo necesita porque es pública. Si uno tiene mucho ingenio y una creatividad superlativa, podría llegar a vislumbrar, incluso, insultos en plenos, acusaciones desde perfiles falsos en redes sociales, una extraña costumbre de polemizar con particulares, una política encaminada al revanchismo o una macabra y retorcida idea de enfrentamiento entre ciudadanos. Pero eso ya es imaginar en demasía, creo. 

 

El problema real estriba en asumir que un apoyo mayoritario te da, per se, la razón en aquellas cuestiones en las que entras en disputa con los demás; que los posicionamientos del resto son, por no ser tuyos, errados; que la opinión o la pataleta del que te confronta se responde con vileza. Al final, la buena o la mala gestión, las medidas y las acciones políticas, están en lid y dependen de la percepción de cada quien, pero los aires displicentes, soberbios, altaneros y arrogantes de 'los once' son una impresión compartida por todos, aunque lo digan en silencio.

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