Ángel Alonso Carracedo
Lunes, 21 de Octubre de 2024

El punto y final

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Un viejo amigo zanjaba las cuestiones espinosas de una discrepancia con un recurso dialéctico que sorprendía a la concurrencia. Imposibilitado de que la otra parte aceptara la obviedad expuesta espetaba: “eres como el tonto de mi pueblo que, acabado el camino, seguía andando”. Celebrábamos con sonrisas, no más allá de la mueca, este epílogo, reflejo de un estilo de inteligencia rural de la que se ufanaba.

 

Mi amigo esgrimiría el sarcasmo si estuviera al tanto de la polémica generada por el Partido Popular (PP) a propósito de su cambio de posición sobre la norma de convalidación de penas de los presos etarras, que había apoyado antes en el Congreso, secundado por su socio electoral, según ocasión, Vox.

 

Leído el texto, alguien afín debió advertir de un camuflaje entre líneas de redención o minoración de tiempo de cárcel para los terroristas condenados por delito de sangre. La reacción ha sido como si a los populares se los hubiera untado guindilla en el orto. El escozor se hizo insoportable. Han quedado ante la opinión pública en la pelota picada de la negligencia, que tratan de aliviar con los soplidos del término error, de un calibre interpretativo más suave.

 

El presidente del PP y líder de la oposición (necesaria esta mención por el lugar, el Parlamento, del despropósito) proclamó a viento y marea la constatación atenuada del error. Núñez Feijóo, dominada boca y razón por el incendio de la impotencia, fue más allá y rubricó el mea culpa con el adjetivo injustificable.

 

Él mismo, juez y parte, en la cuestión se cerró con ese vocablo otras vertientes de salidas airosas más o menos convincente. Dictó sentencia con la contundencia de una sola palabra. Injustificable saliendo de su boca reventaba argumentos y hasta excusas. Ese injustificable, aunque sea visceral para apuntarse a un arrepentimiento teatralizado, es escuchado por la gente sin militancia como el punto y final del esperpento provocado por la desidia de su grupo parlamentario. A partir de ese mismo momento, el camino se ha acabado y seguir andando es la demostración de estupidez que mi amigo alegorizaba.

 

Dicha la palabra, la rectitud es la retirada al templo de la meditación a sacar conclusiones y a depurar responsabilidades cuándo y contra quién proceda. Ya se sabe el trámite inteligente de dejar de remover la mierda para eliminar y no expandir su pestilencia.

 

El ADN de este PP necesita del combustible de la bronca. Queda demostrado con ese injustificable de Feijóo, no como punto y final del desaguisado, sino como puntos y seguidos sucesivos en la obsesión por acabar con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

 

Las descalificaciones al Gobierno, que no dejan de cocinarse en el horno microondas de la madrileña calle Génova o de otras sedes de las baronías del partido, son la prueba de que el PP no tiene más programa que acabar con Sánchez por lo civil o por lo criminal. Les sale la palabra dimisión con la misma irreflexión que Feijóo se desahogó con su injustificable.

 

El PP es reo de voces altisonantes. En concreto, de dos poderes internos en convivencia difícil porque sostienen una pugna soterrada, más visible hacia la movilización sentimental del mensaje neoconservador, que al sillón del poder. Tampoco es la dualidad operativa del poli bueno-poli malo, que suele dar resultados en el reparto de papeles. En este caso, es una cohabitación de poder y contrapoder de la misma raíz. No aprenden en este partido vocinglero de la rentabilidad de los sosiegos encarnados también en mayorías absolutas de sus siglas en otras comunidades.

 

Núñez Feijóo es el líder nacional del PP, el único autorizado, en resolución de congreso del partido, a ser la voz dominante de las cuestiones políticas de su ámbito. El político gallego padece el síndrome de Iznogoud, víctima de un visir que no oculta, ni en sus maniobras ni en sus declaraciones, que quiere ser califa en lugar del califa.

 

Isabel Diaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid, sobreactúa como algo más que una baronesa del PP. Quiere ser la voz de la conciencia del partido en toda España, pretensión que choca con las atribuciones del líder máximo y de los límites geográficos a su mando, por mucho que arrastren la condición de sede capitalina.

 

La señora está poseída por la locuacidad de los ignorantes. De esos ignorantes que interpretan el silencio como mediocridad, olvidando que cuando abren la boca disipan las dudas sobre sus nulas capacidades. Solo desde esta observación se puede entender el disparate de su declaración “ETA está más viva que nunca”. Todos sabemos que la organización terrorista se autodisolvió hace trece años, y no ha vuelto a matar, obligada por la fortaleza de un sistema democrático y todo su aparato, con intervención destacada de su partido. Insultante falta de respeto a sus compañeros del PP que se jugaron a diario la vida en territorio hostil y en tribunas de poder jugando a la política de estado. Las palabras de Ayuso ningunean ese comportamiento.

 

A todos nos pica que los herederos de aquellas jaurías estén hoy representados en las instituciones democráticas. Irrita que sean compañeros de viaje de un gobierno legítimo en el entramado de las nuevas leyes. Pero eso fue lo que la sociedad española, PP incluido, les pidió que hicieran: jugar a la democracia. Y, por ahora, lo están haciendo. La incontinencia verbal también dispara balas.

 

En el PP ya no bastan las palabras jugando a insuflar instintos dominando razones. Se acompañan de gestos tan burdos como el del portavoz parlamentario, Miguel Tellado, también en el Pleno del Congreso, manoseando como arma arrojadiza los rostros de víctimas del terrorismo de la otra bancada. Esas víctimas, las de cualquier signo, son territorio inviolable para la gestualidad y oralidad carroñeras.

 

Este gobierno del PSOE no es en muchas aristas un espejo ético donde mirarse. Pero tiene enfrente una oposición que no dignifica las exigidas reglas de urbanidad y respeto de la discrepancia política. A toda persona u organización las hace grandes la excelencia de sus oponentes. En lo que procede, ni el uno, ni el otro.

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