OPINIÓN / El cuidado de la vida y las armas
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En un mundo plagado de amenazas que van desde el cambio climático y las pandemias hasta el auge del crimen organizado y de guerras, asistimos al desarrollo de nuevas y más brutales formas de matar, lo que sólo puede producir un retroceso en la civilización por mucho que ésta avance en tecnologías. En la última década el número de guerras ha ido creciendo y más personas están muriendo, siendo desplazadas de sus hogares, o necesitando ayuda para salvar sus vidas.
El gasto militar y en armamento ascendió a 2,4 billones de dólares (unos 2,2 billones de euros) en 2023, una suma tan astronómica que desafía la comprensión inmediata. El gasto militar creció casi un 7%, el mayor aumento en los últimos 15 años, según el SIPRI, un respetado grupo de personas expertas de Suecia especializado en asuntos militares.
Cada segundo que pasa, el mundo gasta más de 77.400 dólares en armas y ejércitos; con cada tic del reloj, el gasto en la mejora o el aumento de los servicios públicos es recortado y aplastado por la locura armamentista que estamos viviendo. Los últimos cuatro años está en alza la tendencia en el gasto militar: de 1,98 billones de dólares en 2020 a 2,44 billones este año, según el SIPRI. Este incremento persistió incluso durante la pandemia de la covid-19, un periodo en el que los sistemas de salud de todo el mundo estaban al borde de la quiebra.
Con el gasto militar de un solo día (6,13 millones de dólares) se podrían construir más de 60.000 escuelas en países en desarrollo, según los datos de la UNESCO. El gasto militar global en 2022 fue casi nueve veces la cifra que se necesitaría cada año para erradicar el hambre en el mundo en 2030, de acuerdo con los cálculos de la FAO. Y es que el simple aumento del gasto de 2022 a 2023 (203.000 millones de dólares) supera el producto interior bruto de más de 130 países.
El impacto de esta locura armamentista va más allá de lo militar o financiero. Las fuerzas armadas son responsables de aproximadamente el 5,5% de las emisiones globales que contribuyen al cambio climático, superando las emisiones anuales de países como Japón o Alemania, según un estudio publicado por el grupo Scientists for Global Responsibility.
Mientras los líderes mundiales justifican este gasto por las amenazas a la seguridad nacional y la necesidad de modernización de sus arsenales, habría que preguntarse si más armas nos dan más seguridad y si la solución a los conflictos entre países es desarrollar cada vez armas más sofisticadas y aumentar el gasto militar. El argumento según el cual gastar más en defensa contribuye a la paz, ya que disuade a potenciales países agresores, es débil. La historia está llena de ejemplos de guerras que estallaron independientemente de las armas que tenía el país contrincante.
En un mundo donde cada centavo cuenta, cada euro gastado en armas es un euro que no es invertido en el futuro de la humanidad. Es hora de repensar nuestras prioridades. La paz y la seguridad no se logran solo con gastos de defensa.
Cabe preguntarnos qué responsabilidad tenemos la población civil en el desencadenamiento de las guerras, ya que es la población la que crea la demanda de productos, especialmente la de los países en los que se consumen la mayor parte de los recursos globales, mientras en otros lugares ni siquiera tiene lo suficiente para sobrevivir. Esto puede entenderse como que la población de los primeros está de acuerdo con un reparto desigual de la riqueza y los recursos del planeta; y de alguna manera en ello se apoyan los líderes, incluso de países más o menos democráticos, para expandir su poder y apropiarse de la mayor cantidad de recursos, pudiendo llegar a provocar o apoyar guerras civiles en otros países donde la población no tiene lo suficiente para subsistir.
Por eso no basta con decir “No a las guerras”, debemos ser personas solidarias y no demandar más productos y recursos de los que nos son realmente necesarios, sin olvidarnos de que los deseos no son derechos, por lo que no podemos cumplir nuestros deseos a costa de los derechos de los demás.
El horror de las guerras recae de forma especial en mujeres y niñas que además de asesinadas, son violadas, y ven convertirse en escombros todo aquello que han cuidado, producido y reproducido. Nos preguntamos si no habría menos guerras si los hombres en general estuvieran tan implicados como las mujeres en proteger la vida, si fueran responsables del cuidado de sus hijas e hijos desde el nacimiento, de sus familiares dependientes o enfermos y de los hogares en los que viven. Quizá el apego producido por lo que cuidamos genere un rechazo automático a lo que lo destruye. Y la guerra es la destrucción máxima, de personas, cosas y sistemas políticos democráticos.
El problema no son sólo las guerras y sus armas, también lo es el que cada día aumentan las personas armadas. En EEUU hay 120 por cada 100 habitantes, en España 6 por cada 100, y ya son demasiadas. El número de gente armada, sobre todo hombres, se incrementa en todo el planeta donde, según Amnistía Internacional, más de 600 personas mueren al día por causa de estas armas de las que existen en el mundo 1000 millones de unidades. La facilidad de acceder a estas máquinas de matar, legal o ilegalmente, es un verdadero peligro; se diría que la humanidad entera está empeñada en descubrir, desarrollar y obtener formas más eficaces de exterminarnos los unos a los otros. Acabaremos consiguiéndolo.
En un mundo plagado de amenazas que van desde el cambio climático y las pandemias hasta el auge del crimen organizado y de guerras, asistimos al desarrollo de nuevas y más brutales formas de matar, lo que sólo puede producir un retroceso en la civilización por mucho que ésta avance en tecnologías. En la última década el número de guerras ha ido creciendo y más personas están muriendo, siendo desplazadas de sus hogares, o necesitando ayuda para salvar sus vidas.
El gasto militar y en armamento ascendió a 2,4 billones de dólares (unos 2,2 billones de euros) en 2023, una suma tan astronómica que desafía la comprensión inmediata. El gasto militar creció casi un 7%, el mayor aumento en los últimos 15 años, según el SIPRI, un respetado grupo de personas expertas de Suecia especializado en asuntos militares.
Cada segundo que pasa, el mundo gasta más de 77.400 dólares en armas y ejércitos; con cada tic del reloj, el gasto en la mejora o el aumento de los servicios públicos es recortado y aplastado por la locura armamentista que estamos viviendo. Los últimos cuatro años está en alza la tendencia en el gasto militar: de 1,98 billones de dólares en 2020 a 2,44 billones este año, según el SIPRI. Este incremento persistió incluso durante la pandemia de la covid-19, un periodo en el que los sistemas de salud de todo el mundo estaban al borde de la quiebra.
Con el gasto militar de un solo día (6,13 millones de dólares) se podrían construir más de 60.000 escuelas en países en desarrollo, según los datos de la UNESCO. El gasto militar global en 2022 fue casi nueve veces la cifra que se necesitaría cada año para erradicar el hambre en el mundo en 2030, de acuerdo con los cálculos de la FAO. Y es que el simple aumento del gasto de 2022 a 2023 (203.000 millones de dólares) supera el producto interior bruto de más de 130 países.
El impacto de esta locura armamentista va más allá de lo militar o financiero. Las fuerzas armadas son responsables de aproximadamente el 5,5% de las emisiones globales que contribuyen al cambio climático, superando las emisiones anuales de países como Japón o Alemania, según un estudio publicado por el grupo Scientists for Global Responsibility.
Mientras los líderes mundiales justifican este gasto por las amenazas a la seguridad nacional y la necesidad de modernización de sus arsenales, habría que preguntarse si más armas nos dan más seguridad y si la solución a los conflictos entre países es desarrollar cada vez armas más sofisticadas y aumentar el gasto militar. El argumento según el cual gastar más en defensa contribuye a la paz, ya que disuade a potenciales países agresores, es débil. La historia está llena de ejemplos de guerras que estallaron independientemente de las armas que tenía el país contrincante.
En un mundo donde cada centavo cuenta, cada euro gastado en armas es un euro que no es invertido en el futuro de la humanidad. Es hora de repensar nuestras prioridades. La paz y la seguridad no se logran solo con gastos de defensa.
Cabe preguntarnos qué responsabilidad tenemos la población civil en el desencadenamiento de las guerras, ya que es la población la que crea la demanda de productos, especialmente la de los países en los que se consumen la mayor parte de los recursos globales, mientras en otros lugares ni siquiera tiene lo suficiente para sobrevivir. Esto puede entenderse como que la población de los primeros está de acuerdo con un reparto desigual de la riqueza y los recursos del planeta; y de alguna manera en ello se apoyan los líderes, incluso de países más o menos democráticos, para expandir su poder y apropiarse de la mayor cantidad de recursos, pudiendo llegar a provocar o apoyar guerras civiles en otros países donde la población no tiene lo suficiente para subsistir.
Por eso no basta con decir “No a las guerras”, debemos ser personas solidarias y no demandar más productos y recursos de los que nos son realmente necesarios, sin olvidarnos de que los deseos no son derechos, por lo que no podemos cumplir nuestros deseos a costa de los derechos de los demás.
El horror de las guerras recae de forma especial en mujeres y niñas que además de asesinadas, son violadas, y ven convertirse en escombros todo aquello que han cuidado, producido y reproducido. Nos preguntamos si no habría menos guerras si los hombres en general estuvieran tan implicados como las mujeres en proteger la vida, si fueran responsables del cuidado de sus hijas e hijos desde el nacimiento, de sus familiares dependientes o enfermos y de los hogares en los que viven. Quizá el apego producido por lo que cuidamos genere un rechazo automático a lo que lo destruye. Y la guerra es la destrucción máxima, de personas, cosas y sistemas políticos democráticos.
El problema no son sólo las guerras y sus armas, también lo es el que cada día aumentan las personas armadas. En EEUU hay 120 por cada 100 habitantes, en España 6 por cada 100, y ya son demasiadas. El número de gente armada, sobre todo hombres, se incrementa en todo el planeta donde, según Amnistía Internacional, más de 600 personas mueren al día por causa de estas armas de las que existen en el mundo 1000 millones de unidades. La facilidad de acceder a estas máquinas de matar, legal o ilegalmente, es un verdadero peligro; se diría que la humanidad entera está empeñada en descubrir, desarrollar y obtener formas más eficaces de exterminarnos los unos a los otros. Acabaremos consiguiéndolo.