Max Alonso
Lunes, 28 de Octubre de 2024

Mi alma aragonesa XI / París años 20

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René Clair en 1924, en sus comienzos, había realizado Entreacto, un cortometraje de 22 minutos con guion del pintor Francis Picabia y suyo. Se produjo para el intervalo entre dos actos del ballet, con música del compositor vanguardista Erik Satie y fotografía del surrealista Man Ray y el dadaísta Marcel Duchamp.

Mostraba imágenes sueltas, que reflejaban el interés de René Clair en el movimiento dadaísta y su acercamiento a través del arte visual, relacionado con la experimentación y el expresionismo surrealista. Sus imágenes cautivaron e inquietaron cuando daba vida a objetos inanimados, a la vez que atacaba las convicciones, incluso con la sobriedad de un desfile funerario. Un cambio de ciclo como el que posteriormente traería la Nouvelle Vague sobre sus predecesores.

 

Los dadaístas colaboraron en el proyecto e impusieron una nueva moda de producción, el instantaneismo, que usa la técnica de la cámara lenta para ver a una bailarina de ballet desde abajo o ver un huevo sobre una fuente de agua que, disparado, se convierte en un pájaro, mientras la gente desaparece y un cañón lanza un proyectil desde la terraza de un edificio.

 

Cuando al fin fue estrenado, después de sufrir un aplazamiento, fue rechazado, pues se pensaba que Picabia buscaba el efecto publicitario, y a la vez fue alabado, y la opinión del público estuvo dividida. Como buen arte se acogió, a través de una experiencia subjetiva sobre los temas de la muerte, la mortalidad y el paso rápido de la tecnología, sin que cupiera imaginar lo que está sucediendo un siglo después.

 

Una posible interpretación es la burla de los intentos de la humanidad por sobrellevar la brevedad de su existencia. Mientras la humanidad progresa el hombre debe correr más rápido para logar encajar en un periodo limitado, que llamamos vida, tan breve como un intervalo entre dos actos de una duración eterna.

 

El dadaísmo como corriente cultural y artística surgía con el fin de contrariar a las artes. Su característica fundamental es la oposición al concepto de razón, instaurado por el positivismo, y como rebeldía en contra de las convenciones artísticas y literarias, de la pintura y de la música y de las artes en general. René, conectado con el dadaísmo y el surrealismo por Marcel Y Suzanne Duchamp y Guillaume Apollinaire, el italiano Marinetti, que luego serviría de base para el fascismo de Mussolini, Pablo Picasso, Amadeo Modigliani y Vasil Kandiski, contó con las simpatías de escritores como André Bretón, Louis Aragon y el poeta italiano Giuseppe Ungaretti.

 

Con los que convivió Bronia Clair, la parisina de Castrillo de los Polvazares, como testigo de su tiempo a través de su marido René, cuando el dadaísmo se presenta como una ideología total y como forma de vivir y como rechazo a toda la tradición o postulados anteriores, bajo la frase de Descartes, que apareció en algunas de sus publicaciones: “No quiero ni siquiera saber si antes de mi hubo otro hombre”.

 

La imagen de Bronia en Castrillo, puede confundirse con las de los recuerdos, pero son imágenes muy reales, con todo lo que tuvieran de sorprendentes ver a las “dos parisinas de Castrillo”, enmarcadas bajo sus pamelas de colores claros, en las calles pétreas del pueblo maragato. Imaginemos, puestos a imaginar, que fuera la viuda de otro gran cineasta francés como Jean Renoir y una dama de compañía, como aquella, que procedía del Órbigo y en donde todavía vive, por cuya amistad escogieron ese colosal escenario cinematográfico de Astorga, que es Castrillo de los Polvazares, para pasar sus últimos años. De esta forma, queda unido este escenario con el del gran París, de los años 20 del pasado siglo, en donde se dieron cita tantos personajes del mundo de la cultura, de las artes y del naciente cine, como venimos evocando.

 

Antonio Martínez Fuertes, recuerda en un artículo, como a finales de los 80, viajó a Castrillo de los Polvazares para participar en un homenaje que le hacía el Ayuntamiento, en la figura de su marido René Claire. Así, en aquel ambiente tan lejano en tiempo y espacio del París de sesenta años antes, visionaron Bajo los techos de París y Catorce de julio, dos de sus películas y ambas filmadas en 1930.

 

A París había llegado antes, como emigrante, Nati, su dama de compañía, que le hablaba tanto de su tierra, que quiso conocerla y por eso venía para encontrar el silencio de la Maragatería. Bronia era el recuerdo vivo de aquel París tan lejano, que había acogido a cineastas, escritores y artistas del mundo, especialmente norteamericanos, tantos como estaban en la ciudad del Sena. Entre ellos, también,  los españoles Luis Buñuel y Salvador Dalí.

 

Bronia, con su hermana Tyllia, habían llegado desde los Países Bajos y trabajaron como modelos para aquellos artistas. Ahora ella el recuerdo vivo de una época tan cinematográfica como irrepetible.

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