El embrujo de los monstruos
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¿Es monstruo o es belleza? Concédase a la monstruosidad cierta estética polisémica. Ha habido grandezas intelectuales, artísticas y deportivas que han suscitado la conformidad y admiración general del latiguillo es un monstruo. Quizás el doble significado suene a la escapada del terror que sugiere, en primera lectura, la fealdad proverbial de la criatura. Es el gigantismo que, rápido, se asocia a sus formas, lo que hace derivar hacia la recurrente admiración.
El monstruo social de hoy no tiene el rostro aterrador que se dibuja mentalmente en las historias y cuentos fantásticos, o que se ve en las películas, tanto de rudimentarios diseños en cartón piedra, como en las modernas de efectos especiales e informatizados. Comparte rasgos con la gente del común, pero tiene la faz tenebrosa de la gélida inexpresividad. La cara se la pone la masa con un rictus de alienación que nos hace presa fácil e indefensa de la voracidad de estos engendros. No es la depredación carnal. Aspiran a la pitanza de un manjar más exquisito: la mente, su posesión. No despedazarán el cuerpo, se apoderarán del alma. La materia indultada servirá para el desfile de legiones de máquinas óseas y pulposas, identificadas en algoritmos y dígitos que tacharán los nombres.
Los milmillonarios manejan los hilos del nuevo monstruo como un títere, recurrente del maniqueísmo entre el bien, de su propiedad, y el mal, siempre de los otros. Argumentos sencillos para objetivos complicados. Han comprado la divinidad con sus cantidades groseras de dinero. No les ha sido difícil cuando Dios se ha metamorfoseado en becerro de oro. Lo tienen secuestrado, como a nosotros. Emergen sobre las recientes religiones laicas, gemelas de las celestiales. Poder omnímodo, sin más ética ni virtud que amasar fortunas capaces de administrar el mercado intangible, pero rentable, de las voluntades. Así nos mecen, con el engañabobos de un mundo apto para todos en el logro de sus mareantes riquezas y poderes. La maniobra de distracción es la meritocracia. El misil con explosivo real, la perpetuación de la élite en el acceso exclusivo y clasista a los saberes excepcionales.
Y no les faltan profetas ni sumos sacerdotes de morfologías humanas, pero de ideas sibilinas alumbradas entre bondades hipócritas y maldades apocalípticas. Antaño las proclamaba el apostolado del peregrinaje. Ahora las difunden de una sola tacada con pantallas, artilugios y distopías de secado cerebral instantáneo.
Los monstruos actuales tuvieron sus ancestros. Brutales también. Sin asomo de la sofisticación de hoy. Desfilaron al paso de la oca en el dramático hombro con hombro de la fuerza bruta. Enardecían a las masas, ya en su punto de cocción como rebaño, con sobredosis de berrea intimidante. Quemaron con fuego abrasante la inteligencia del pensamiento, junto a su soporte, los libros. Anularon las conciencias de sus oponentes en guetos y campos de concentración. Un terrorífico renacimiento del mal.
El monstruo de este ahora es lobo con piel de cordero. Un artista virtuoso de la mentira. Verbaliza el relato asesinando la verdad. Conserva destellos de las satrapías del pasado. Un ADN es del todo sondeable en el tiempo Engaña a la tribu global con las baratijas de la tecnología, camufladas en la infantilidad de los juguetes y el trampantojo lúdico. Un teléfono con el que hacer un millón de amigos desde una espeluznante artificiosidad, o una máquina de control de nuestro ser desde tramposas generosidades. Al catálogo se suma una inteligencia de apellido contracultural. Artificial la adjetivan. Fabulan que va a llevarnos de regreso al Edén de las delicias de vivir sin esfuerzo y a la suprema naturalidad de la desnudez de problemas. De llegar a esto último, solo se intuye el desarropo de la inteligencia.
Este monstruo se cisca en las libertades colectivas. Se legitima y nutre de la representación teatral que tanto seduce y defienden sus oponentes. ¿Que mi tiranía se configura con urnas repletas de votos? Adelante, ahí las tenéis. Es el envoltorio del sistema. El contenido, lo mollar, ya está cocinado, y si el guiso no sale como debe, la trituradora hará puré del asado del pueblo. Poder, para ellos, es palabra en singular. Prohibidos los tabúes de parlamento, justicia y prensa, estropicios del abuso diseñado con tanto dinero contaminado de ilusionismos y mentiras. El monstruo contemporáneo es de esa calaña, abomina de los plurales, lógica consecuencia del verbo compartir, en esta tan magnífica e hipnótica urdimbre de supremacía individual y egocéntrica.
Servido queda el efecto mariposa* como anticipo de la teoría del caos, el catecismo de los nuevos liderazgos terrenales, bien adiestrados en potenciar los efectos nocivos de las perturbaciones y amplificaciones anexas. En la naturaleza se concretarán en eras de milenios. En esta sociedad, el monstruo aprende rápido, y en los primeros días de noviembre, ahora mismo, podremos certificar la disparidad de evoluciones entre la lepidóptera que aletea y la que no lo hace.
(*) Basado en el proverbio chino “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo” y en las investigaciones del matemático y meteorólogo Edward Lorenz. En un sistema no determinista, pequeños cambios pueden conducir a consecuencias totalmente divergentes. Una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, puede generar un efecto considerable a medio y corto plazo.
(Fuente: National Geographic)
¿Es monstruo o es belleza? Concédase a la monstruosidad cierta estética polisémica. Ha habido grandezas intelectuales, artísticas y deportivas que han suscitado la conformidad y admiración general del latiguillo es un monstruo. Quizás el doble significado suene a la escapada del terror que sugiere, en primera lectura, la fealdad proverbial de la criatura. Es el gigantismo que, rápido, se asocia a sus formas, lo que hace derivar hacia la recurrente admiración.
El monstruo social de hoy no tiene el rostro aterrador que se dibuja mentalmente en las historias y cuentos fantásticos, o que se ve en las películas, tanto de rudimentarios diseños en cartón piedra, como en las modernas de efectos especiales e informatizados. Comparte rasgos con la gente del común, pero tiene la faz tenebrosa de la gélida inexpresividad. La cara se la pone la masa con un rictus de alienación que nos hace presa fácil e indefensa de la voracidad de estos engendros. No es la depredación carnal. Aspiran a la pitanza de un manjar más exquisito: la mente, su posesión. No despedazarán el cuerpo, se apoderarán del alma. La materia indultada servirá para el desfile de legiones de máquinas óseas y pulposas, identificadas en algoritmos y dígitos que tacharán los nombres.
Los milmillonarios manejan los hilos del nuevo monstruo como un títere, recurrente del maniqueísmo entre el bien, de su propiedad, y el mal, siempre de los otros. Argumentos sencillos para objetivos complicados. Han comprado la divinidad con sus cantidades groseras de dinero. No les ha sido difícil cuando Dios se ha metamorfoseado en becerro de oro. Lo tienen secuestrado, como a nosotros. Emergen sobre las recientes religiones laicas, gemelas de las celestiales. Poder omnímodo, sin más ética ni virtud que amasar fortunas capaces de administrar el mercado intangible, pero rentable, de las voluntades. Así nos mecen, con el engañabobos de un mundo apto para todos en el logro de sus mareantes riquezas y poderes. La maniobra de distracción es la meritocracia. El misil con explosivo real, la perpetuación de la élite en el acceso exclusivo y clasista a los saberes excepcionales.
Y no les faltan profetas ni sumos sacerdotes de morfologías humanas, pero de ideas sibilinas alumbradas entre bondades hipócritas y maldades apocalípticas. Antaño las proclamaba el apostolado del peregrinaje. Ahora las difunden de una sola tacada con pantallas, artilugios y distopías de secado cerebral instantáneo.
Los monstruos actuales tuvieron sus ancestros. Brutales también. Sin asomo de la sofisticación de hoy. Desfilaron al paso de la oca en el dramático hombro con hombro de la fuerza bruta. Enardecían a las masas, ya en su punto de cocción como rebaño, con sobredosis de berrea intimidante. Quemaron con fuego abrasante la inteligencia del pensamiento, junto a su soporte, los libros. Anularon las conciencias de sus oponentes en guetos y campos de concentración. Un terrorífico renacimiento del mal.
El monstruo de este ahora es lobo con piel de cordero. Un artista virtuoso de la mentira. Verbaliza el relato asesinando la verdad. Conserva destellos de las satrapías del pasado. Un ADN es del todo sondeable en el tiempo Engaña a la tribu global con las baratijas de la tecnología, camufladas en la infantilidad de los juguetes y el trampantojo lúdico. Un teléfono con el que hacer un millón de amigos desde una espeluznante artificiosidad, o una máquina de control de nuestro ser desde tramposas generosidades. Al catálogo se suma una inteligencia de apellido contracultural. Artificial la adjetivan. Fabulan que va a llevarnos de regreso al Edén de las delicias de vivir sin esfuerzo y a la suprema naturalidad de la desnudez de problemas. De llegar a esto último, solo se intuye el desarropo de la inteligencia.
Este monstruo se cisca en las libertades colectivas. Se legitima y nutre de la representación teatral que tanto seduce y defienden sus oponentes. ¿Que mi tiranía se configura con urnas repletas de votos? Adelante, ahí las tenéis. Es el envoltorio del sistema. El contenido, lo mollar, ya está cocinado, y si el guiso no sale como debe, la trituradora hará puré del asado del pueblo. Poder, para ellos, es palabra en singular. Prohibidos los tabúes de parlamento, justicia y prensa, estropicios del abuso diseñado con tanto dinero contaminado de ilusionismos y mentiras. El monstruo contemporáneo es de esa calaña, abomina de los plurales, lógica consecuencia del verbo compartir, en esta tan magnífica e hipnótica urdimbre de supremacía individual y egocéntrica.
Servido queda el efecto mariposa* como anticipo de la teoría del caos, el catecismo de los nuevos liderazgos terrenales, bien adiestrados en potenciar los efectos nocivos de las perturbaciones y amplificaciones anexas. En la naturaleza se concretarán en eras de milenios. En esta sociedad, el monstruo aprende rápido, y en los primeros días de noviembre, ahora mismo, podremos certificar la disparidad de evoluciones entre la lepidóptera que aletea y la que no lo hace.
(*) Basado en el proverbio chino “el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo” y en las investigaciones del matemático y meteorólogo Edward Lorenz. En un sistema no determinista, pequeños cambios pueden conducir a consecuencias totalmente divergentes. Una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, puede generar un efecto considerable a medio y corto plazo.
(Fuente: National Geographic)