Gonzalo Mencía Álvarez (La Reunión), un predestinado
![[Img #70290]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2024/9061_la-reunion-1.jpg)
En el camino tropezamos con personas que, en detalles que adornan identidad y personalidad, parecen predestinados por los mismos a un baile sincronizado de coincidencias con el desarrollo de la profesión o de la propia existencia. Imposible resistirme a un ejemplo. El más significativo con el que me he topado en mi trayectoria. Conocí a una persona que rotulaba el DNI con la identidad Antonio Torrejón Barajas. El susodicho era director de Comunicación de la entidad Aeropuertos Españoles, hoy AENA.
Me ha sucedido lo mismo con Gonzalo, dueño y “alma mater” de un local con poco más de un año de actividad que, en sede precedente de bares y restaurantes astorganos de prestigio y recuerdo, todavía frescos, ha puesto la pica de un negocio continuista de los cometidos de sus anteriores propietarios. Gonzalo recoge el testigo de “Juan Luis” y de “Blas”, templos del buen comer y mejor beber, y no precisamente en las dosis pequeñas que sugiere la contención de espacio. Lugar para no más de veinte comensales y la suma de una barra, donde, en posición erguida, se paladean caldos de muy variadas procedencias y etiquetas.
El cometido actual de Gonzalo ya venía determinado por los arcanos de su apellido paterno: Mencía, la uva madre de la tradición vinícola de El Bierzo. “La Reunión”, como ha bautizado a su negocio tiene tanto de vinoteca como de gastrobar, terminología que define el sitio donde degustar especialidades gastronómicas de vanguardia en un decorado minimalista. Razón social que le va como anillo al dedo, y que en su modernidad léxica, es continuación de otro patrón en la predestinación de Gonzalo Mencía, familiar en este caso. Nieto de “La Matilde”, un referente clásico e inolvidable del tapeo astorgano de generaciones pasadas, subyugadas por su original e inimitable pulpo al ajillo u otras delicias de casquería para paladares no tan sofisticados como los de las clientelas de barra actuales. Tapear, hoy y siempre, es llamada asamblearia a socializar.
![[Img #70291]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2024/753_la-reunion-7.jpg)
El destino de Gonzalo Mencía merodea también por el flanco consorte. Su pareja, Erica, es sumiller. Una brasileña, con voz de bossa nova y maneras de samba, ejemplo de un tanto monta, monta tanto, con su compañero de ocio y de negocio.
“La Reunión”, de Gonzalo y Erica, es uno de los pocos legados que quedan en Astorga de la hostelería cercana, de la que resiste los embates del nuevo modelo sojuzgado por el turismo de masas, sin más emoción que dar de comer y engullir; fórmula exacta del servicio atropellado, apresurado, sin el mínimo guiño de complicidad entre propiedad y clientela en uno de los actos más necesitados de calma, que es alimentarse, y de frenazo al tiempo, que es la sobremesa. La pareja ofrece a sus visitantes el mimo de una cuidada selección de producto y la campechanía de una conversación justa en locuacidad para salir del local con buen sabor de boca y de ánimo. Y a más, se ubica en una de esas calles de la cercana periferia del centro urbano, que antaño fue concentración incesante del acto lúdico tranquilo, traducido en consumiciones a bajas revoluciones. Cuanto se echa de menos.
Entrar en “La Reunión” es hacerlo en un ambiente coqueto, que transmite la verdad del mensaje comercial de convertir la bebida y la comida en una experiencia dionisíaca. A decir verdad pide la compañía desde el más bajo nivel de la pareja hasta el más numérico de la cuadrilla, pero sin barullo, que ahí está la contención de dimensiones. La individualidad en este sitio no casa del todo. Saciar sed y hambre en solitario no resulta visión agradable en ningún contexto, ya que acentúa el latigazo de la soledad. Reunirse en torno a copas y platos es una llamada tentadora del hedonismo. Gonzalo y Erica han dado en la diana con este nombre para la filosofía de su aventura.
Aprendizaje sobre la gestión comercial
La conversación, a solas con Gonzalo. Erica fue un espíritu que sobrevoló el cambio de impresiones. Mencía hizo su presentación: “soy un astorgano de 51 años, que llevo en la hostelería, con distintas tareas, toda mi vida laboral. Empecé poniendo copas mientras estudiaba Derecho en León. Como muchas personas de aquella época, me empleé en El Corte Inglés en trabajos de temporada durante Navidad y verano. No soy un manitas, eso es mi hermano, y esa limitación me ayudó a entrar en las cocinas con mi madre y mi abuela”.
![[Img #70293]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2024/8101_la-reunion-2.jpg)
Los trabajos eventuales en El Corte Inglés abrieron otros senderos y Gonzalo Mencía Álvarez acepta un trabajo en el centro del gran colmado en Santa Cruz de Tenerife, donde permanece de 2001 a 2006. “De allí – prosigue – me traslado a La Coruña como responsable del centro en las áreas de restauración y alimentación. Aprendí de ambas y, sobre todo, de los entresijos de la gestión”
La capital gallega es el paso previo para desembarcar en Astorga en 2023, y abordar, ya junto a Erica, la historia que desarrolla este escrito. Gonzalo zanja: “tenemos fuerza y ganas. Venimos preparados para cubrir un espacio que tiene cabida en Astorga, Aquí hay una buena hostelería tradicional, pero nosotros abordamos una moderada transgresión de vanguardia y originalidad. Abrimos el 16 de septiembre de 2023 y la experiencia está siendo buena”.
Gonzalo no duda en dar prioridad sentimental a la razón de su actividad. “Somos vinoteca. Entre el chateo y las catas tenemos 150 referencias de vinos nacionales e internacionales de Portugal, Sudáfrica, Francia, California, Alemania, Austria e Italia, y en breve dispondremos de vinos premier de Burdeos, muy interesantes. Un vino comprado en premier no está hecho. Necesita tiempo de barrica y botella. Se suele entregar entre medio año y año y medio de maduración, en función de la crianza, con el dinero pagado por adelantado. Es una buena inversión, porque cuando sale al mercado, su precio se ha elevado entre un 20 %-30 %. Somos vendedor final, no distribuidores”.
El vino, la motivación
Un motivo de satisfacción para Gonzalo es que este proceso les permite tener precios aquilatados, lo que hace que la botella más cara del catálogo oscile entre los 80 o 90 euros, además de poder conseguir por encargo cualquier referencia nacional o internacional.
“Se trata – pormenoriza Gonzalo – de ofrecer vinos que no son conocidos, pero que a nuestro juicio tienen el aval de una relación calidad-precio interesante. Desde la apertura hemos servido por copas unos setenta vinos distintos”.
La narrativa de Gonzalo Mencía nos pone frente a un conocimiento de cátedra enológica. La afluencia de opiniones quedaría vacía sin el compromiso personal del protagonista. Afirma gustarle mucho la denominación de Toro (Zamora), y en particular, “Victorina”, de Bodegas Taso La Monja.
![[Img #70292]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2024/767_la-reunion-3.jpg)
Respecto a los vinos leoneses o de la zona, en los rosados dice que el Prieto Picudo “coge fuerza. Es el vino local más demandado. Se hacen cosas muy interesantes, aunque tiene capacidad de mejora”. Los tintos siguen un proceso similar, pero son todavía grandes desconocidos, aunque con considerable potencialidad. Y en los blancos se decanta por la uva Albarín que empieza a competir con los verdejos y los gallegos.
Para el promotor de “La Reunión”, el perfil de la clientela es variable. “No bebe lo mismo en invierno que en verano. En esta estación dominan los blancos, con tendencia al Godello berciano y de Valdeorras, que está de moda. En la etapa del frío, el reinado es para Rioja y Rivera del Duero, con El Bierzo ganando terreno”.
La cocina, un laboratorio
La identidad vinícola de “La Reunión” quedaría coja sin el concurso necesario de la gastronomía. Una carta pequeña, pero escogida, de impronta casera, en la que, como dice Gonzalo, “Erica es la que manda”. Un punto de autenticidad innegable es que buena parte de la materia prima sale de la huerta propia, en la que cultivan tres o cuatro variedades de tomates, lechugas, cebollas, calabacines…Orgulloso, añade que “tienen demanda y los clientes en cuanto saben la procedencia se deciden al momento”.
Especialidades más convencionales como los embutidos, carnes y pescados “las examinamos y probamos nosotros. Por ejemplo, hemos hecho una cata de setenta cecinas. La selección se hace con lo que gusta a nuestro paladar.
Aumentar de especialidades la sucinta carta está en la mente de Gonzalo y Erica. Adelanta que ya ensayan con el bacalao y el congrio al ajo arriero, así como las mollejas “a nuestra manera, no como las hacen aquí”. En su relación de proyectos deja la curiosidad en alerta con la revelación que hace de un postre de helado de chocolate con churros.
Una confesión con toque desilusionante: descartada la entrada en escena del cocido maragato. Así lo cuenta Gonzalo: “no le he hecho en mi vida, ni Erica tampoco. De esta especialidad culinaria hay magníficos establecimientos en Astorga”.
El afán transgresor de “La Reunión” sigue vivo, según constata Gonzalo, con las ideas que bullen en su cabeza. No va de guisos, sino de conceptos gastronómicos. Una primera demostración tuvo lugar el 10 de febrero con una cena a base de sushi y coctelería, que rebasó las expectativas más optimistas y “consolidó nuestra idea de que los astorganos quieren probar cosas nuevas”. En marcha ya, una degustación de especialidades mexicanas, de la que han recibido augurios optimistas. No faltará tampoco una incursión en la cocina brasileña, el ADN de Erica. Y, para más adelante, se especula con un homenaje a Perú.
Inspiración familiar
Erica (reiterado) y Matilde (evocado) son nombres que acompañan a Gonzalo en sus inquietudes creativas. De la primera, admiración en presente. “Es una persona muy metódica. Experta sumiller y una gran aficionada a la cocina, y eso que nunca fue profesional, pero ha asumido el papel de chef y lo dignifica”. De la abuela, queda un legado, si no culinario, emocional. “Cuando falleció tenía diez años y en la última etapa de su vida ya no trabajaba. Muchas tardes las pasaba en el bar El Parador y me metía en la cocina para verla cocinar, incluso hacía de pinche. Esos olores encendían los sentidos. La nariz tiene mucha memoria. Guardo el aroma de su pulpo al ajillo, que no está descartado en nuevas cartas. Pensé en ella cuando abrí La Reunión”.
![[Img #70294]](https://astorgaredaccion.com/upload/images/10_2024/5372_la-reunion-4.jpg)
Gonzalo no quiere cerrar sin una mención a su concepto de local, una expresión de su idea madurada en las fiestas del paladar y de los sentidos para él y para los demás, fruto de esa gestión que fue aprendizaje de la etapa juvenil. “Es el modelo de negocio que queremos. Accesible para ser gestionado por dos personas y que el cliente salga satisfecho. Cuando te metes en grandes proyectos sin la estructura adecuada no es lo mismo: el detalle se pierde”.
Un final que ojalá sirva de retorno a la costumbre (perdida, salvo loables excepciones) de Astorga, de volver a sede clásica de bares con alma en los fogones y cuerpo frente a barra y mesa. Ha avanzado lo suyo con el rápido y aceptado salto cualitativo de los trasnochados chatos de vino peleón a las cosechas, crianzas y reservas de buenas etiquetas. Gonzalo, Erica y “La Reunión”, el triángulo de un último aliento.
En el camino tropezamos con personas que, en detalles que adornan identidad y personalidad, parecen predestinados por los mismos a un baile sincronizado de coincidencias con el desarrollo de la profesión o de la propia existencia. Imposible resistirme a un ejemplo. El más significativo con el que me he topado en mi trayectoria. Conocí a una persona que rotulaba el DNI con la identidad Antonio Torrejón Barajas. El susodicho era director de Comunicación de la entidad Aeropuertos Españoles, hoy AENA.
Me ha sucedido lo mismo con Gonzalo, dueño y “alma mater” de un local con poco más de un año de actividad que, en sede precedente de bares y restaurantes astorganos de prestigio y recuerdo, todavía frescos, ha puesto la pica de un negocio continuista de los cometidos de sus anteriores propietarios. Gonzalo recoge el testigo de “Juan Luis” y de “Blas”, templos del buen comer y mejor beber, y no precisamente en las dosis pequeñas que sugiere la contención de espacio. Lugar para no más de veinte comensales y la suma de una barra, donde, en posición erguida, se paladean caldos de muy variadas procedencias y etiquetas.
El cometido actual de Gonzalo ya venía determinado por los arcanos de su apellido paterno: Mencía, la uva madre de la tradición vinícola de El Bierzo. “La Reunión”, como ha bautizado a su negocio tiene tanto de vinoteca como de gastrobar, terminología que define el sitio donde degustar especialidades gastronómicas de vanguardia en un decorado minimalista. Razón social que le va como anillo al dedo, y que en su modernidad léxica, es continuación de otro patrón en la predestinación de Gonzalo Mencía, familiar en este caso. Nieto de “La Matilde”, un referente clásico e inolvidable del tapeo astorgano de generaciones pasadas, subyugadas por su original e inimitable pulpo al ajillo u otras delicias de casquería para paladares no tan sofisticados como los de las clientelas de barra actuales. Tapear, hoy y siempre, es llamada asamblearia a socializar.
El destino de Gonzalo Mencía merodea también por el flanco consorte. Su pareja, Erica, es sumiller. Una brasileña, con voz de bossa nova y maneras de samba, ejemplo de un tanto monta, monta tanto, con su compañero de ocio y de negocio.
“La Reunión”, de Gonzalo y Erica, es uno de los pocos legados que quedan en Astorga de la hostelería cercana, de la que resiste los embates del nuevo modelo sojuzgado por el turismo de masas, sin más emoción que dar de comer y engullir; fórmula exacta del servicio atropellado, apresurado, sin el mínimo guiño de complicidad entre propiedad y clientela en uno de los actos más necesitados de calma, que es alimentarse, y de frenazo al tiempo, que es la sobremesa. La pareja ofrece a sus visitantes el mimo de una cuidada selección de producto y la campechanía de una conversación justa en locuacidad para salir del local con buen sabor de boca y de ánimo. Y a más, se ubica en una de esas calles de la cercana periferia del centro urbano, que antaño fue concentración incesante del acto lúdico tranquilo, traducido en consumiciones a bajas revoluciones. Cuanto se echa de menos.
Entrar en “La Reunión” es hacerlo en un ambiente coqueto, que transmite la verdad del mensaje comercial de convertir la bebida y la comida en una experiencia dionisíaca. A decir verdad pide la compañía desde el más bajo nivel de la pareja hasta el más numérico de la cuadrilla, pero sin barullo, que ahí está la contención de dimensiones. La individualidad en este sitio no casa del todo. Saciar sed y hambre en solitario no resulta visión agradable en ningún contexto, ya que acentúa el latigazo de la soledad. Reunirse en torno a copas y platos es una llamada tentadora del hedonismo. Gonzalo y Erica han dado en la diana con este nombre para la filosofía de su aventura.
Aprendizaje sobre la gestión comercial
La conversación, a solas con Gonzalo. Erica fue un espíritu que sobrevoló el cambio de impresiones. Mencía hizo su presentación: “soy un astorgano de 51 años, que llevo en la hostelería, con distintas tareas, toda mi vida laboral. Empecé poniendo copas mientras estudiaba Derecho en León. Como muchas personas de aquella época, me empleé en El Corte Inglés en trabajos de temporada durante Navidad y verano. No soy un manitas, eso es mi hermano, y esa limitación me ayudó a entrar en las cocinas con mi madre y mi abuela”.
Los trabajos eventuales en El Corte Inglés abrieron otros senderos y Gonzalo Mencía Álvarez acepta un trabajo en el centro del gran colmado en Santa Cruz de Tenerife, donde permanece de 2001 a 2006. “De allí – prosigue – me traslado a La Coruña como responsable del centro en las áreas de restauración y alimentación. Aprendí de ambas y, sobre todo, de los entresijos de la gestión”
La capital gallega es el paso previo para desembarcar en Astorga en 2023, y abordar, ya junto a Erica, la historia que desarrolla este escrito. Gonzalo zanja: “tenemos fuerza y ganas. Venimos preparados para cubrir un espacio que tiene cabida en Astorga, Aquí hay una buena hostelería tradicional, pero nosotros abordamos una moderada transgresión de vanguardia y originalidad. Abrimos el 16 de septiembre de 2023 y la experiencia está siendo buena”.
Gonzalo no duda en dar prioridad sentimental a la razón de su actividad. “Somos vinoteca. Entre el chateo y las catas tenemos 150 referencias de vinos nacionales e internacionales de Portugal, Sudáfrica, Francia, California, Alemania, Austria e Italia, y en breve dispondremos de vinos premier de Burdeos, muy interesantes. Un vino comprado en premier no está hecho. Necesita tiempo de barrica y botella. Se suele entregar entre medio año y año y medio de maduración, en función de la crianza, con el dinero pagado por adelantado. Es una buena inversión, porque cuando sale al mercado, su precio se ha elevado entre un 20 %-30 %. Somos vendedor final, no distribuidores”.
El vino, la motivación
Un motivo de satisfacción para Gonzalo es que este proceso les permite tener precios aquilatados, lo que hace que la botella más cara del catálogo oscile entre los 80 o 90 euros, además de poder conseguir por encargo cualquier referencia nacional o internacional.
“Se trata – pormenoriza Gonzalo – de ofrecer vinos que no son conocidos, pero que a nuestro juicio tienen el aval de una relación calidad-precio interesante. Desde la apertura hemos servido por copas unos setenta vinos distintos”.
La narrativa de Gonzalo Mencía nos pone frente a un conocimiento de cátedra enológica. La afluencia de opiniones quedaría vacía sin el compromiso personal del protagonista. Afirma gustarle mucho la denominación de Toro (Zamora), y en particular, “Victorina”, de Bodegas Taso La Monja.
Respecto a los vinos leoneses o de la zona, en los rosados dice que el Prieto Picudo “coge fuerza. Es el vino local más demandado. Se hacen cosas muy interesantes, aunque tiene capacidad de mejora”. Los tintos siguen un proceso similar, pero son todavía grandes desconocidos, aunque con considerable potencialidad. Y en los blancos se decanta por la uva Albarín que empieza a competir con los verdejos y los gallegos.
Para el promotor de “La Reunión”, el perfil de la clientela es variable. “No bebe lo mismo en invierno que en verano. En esta estación dominan los blancos, con tendencia al Godello berciano y de Valdeorras, que está de moda. En la etapa del frío, el reinado es para Rioja y Rivera del Duero, con El Bierzo ganando terreno”.
La cocina, un laboratorio
La identidad vinícola de “La Reunión” quedaría coja sin el concurso necesario de la gastronomía. Una carta pequeña, pero escogida, de impronta casera, en la que, como dice Gonzalo, “Erica es la que manda”. Un punto de autenticidad innegable es que buena parte de la materia prima sale de la huerta propia, en la que cultivan tres o cuatro variedades de tomates, lechugas, cebollas, calabacines…Orgulloso, añade que “tienen demanda y los clientes en cuanto saben la procedencia se deciden al momento”.
Especialidades más convencionales como los embutidos, carnes y pescados “las examinamos y probamos nosotros. Por ejemplo, hemos hecho una cata de setenta cecinas. La selección se hace con lo que gusta a nuestro paladar.
Aumentar de especialidades la sucinta carta está en la mente de Gonzalo y Erica. Adelanta que ya ensayan con el bacalao y el congrio al ajo arriero, así como las mollejas “a nuestra manera, no como las hacen aquí”. En su relación de proyectos deja la curiosidad en alerta con la revelación que hace de un postre de helado de chocolate con churros.
Una confesión con toque desilusionante: descartada la entrada en escena del cocido maragato. Así lo cuenta Gonzalo: “no le he hecho en mi vida, ni Erica tampoco. De esta especialidad culinaria hay magníficos establecimientos en Astorga”.
El afán transgresor de “La Reunión” sigue vivo, según constata Gonzalo, con las ideas que bullen en su cabeza. No va de guisos, sino de conceptos gastronómicos. Una primera demostración tuvo lugar el 10 de febrero con una cena a base de sushi y coctelería, que rebasó las expectativas más optimistas y “consolidó nuestra idea de que los astorganos quieren probar cosas nuevas”. En marcha ya, una degustación de especialidades mexicanas, de la que han recibido augurios optimistas. No faltará tampoco una incursión en la cocina brasileña, el ADN de Erica. Y, para más adelante, se especula con un homenaje a Perú.
Inspiración familiar
Erica (reiterado) y Matilde (evocado) son nombres que acompañan a Gonzalo en sus inquietudes creativas. De la primera, admiración en presente. “Es una persona muy metódica. Experta sumiller y una gran aficionada a la cocina, y eso que nunca fue profesional, pero ha asumido el papel de chef y lo dignifica”. De la abuela, queda un legado, si no culinario, emocional. “Cuando falleció tenía diez años y en la última etapa de su vida ya no trabajaba. Muchas tardes las pasaba en el bar El Parador y me metía en la cocina para verla cocinar, incluso hacía de pinche. Esos olores encendían los sentidos. La nariz tiene mucha memoria. Guardo el aroma de su pulpo al ajillo, que no está descartado en nuevas cartas. Pensé en ella cuando abrí La Reunión”.
Gonzalo no quiere cerrar sin una mención a su concepto de local, una expresión de su idea madurada en las fiestas del paladar y de los sentidos para él y para los demás, fruto de esa gestión que fue aprendizaje de la etapa juvenil. “Es el modelo de negocio que queremos. Accesible para ser gestionado por dos personas y que el cliente salga satisfecho. Cuando te metes en grandes proyectos sin la estructura adecuada no es lo mismo: el detalle se pierde”.
Un final que ojalá sirva de retorno a la costumbre (perdida, salvo loables excepciones) de Astorga, de volver a sede clásica de bares con alma en los fogones y cuerpo frente a barra y mesa. Ha avanzado lo suyo con el rápido y aceptado salto cualitativo de los trasnochados chatos de vino peleón a las cosechas, crianzas y reservas de buenas etiquetas. Gonzalo, Erica y “La Reunión”, el triángulo de un último aliento.