Catalina Tamayo
Lunes, 04 de Noviembre de 2024

La cita

“…los besos de la última noche…”
(Juan Ramón Jiménez)

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Es hoy. No te olvides. Hoy es cuando tenemos la cita. Para hoy, tú y yo, efectivamente, estamos citados. Aunque, lo reconozco, ya no somos jóvenes, todavía tenemos ganas de vivir, aún podemos ilusionarnos. Nunca es tarde para soñar.

Hemos quedado, recuérdalo, debajo del reloj, como lo hacíamos al principio, cuando nos conocimos, hace tanto… Debajo del reloj al final del día, cayendo ya la tarde, con las sombras alargándose por la plaza. Entre dos luces.

 

Llevo toda la semana pensando en esta cita. Me he comprado una camisa, me he cortado el pelo y he cambiado de colonia. Pero, a veces, pienso, y eso me da miedo, que no vas a venir, que me vas a dejar plantado, y que, después de largo tiempo esperándote, hasta descartar la más mínima posibilidad, toda esperanza, me voy solo por la calle, cabizbajo, sumido en cavilaciones absurdas, ajeno a todo, desolado, triste, como van los soldados vencidos después de la batalla. Por lo demás, ya sé de antemano que, si acudes, no serás puntual, te retrasarás, y me harás esperar.  De lo que no estoy seguro es si lo harás a propósito. Sea como fuere, ya cuento con que me vas a hacer sufrir, otra vez. Me pregunto si, después de tanto tiempo, de toda esta eternidad, me reconocerás. Yo sé que te reconoceré. Al instante, nada más verte. ¡Cómo olvidarte!

 

A menudo especulo con cómo vendrás vestida: si con falda o con pantalones. Quizás vengas en vaqueros; quizás te sienten aún tan bien como te sentaban. ¿Y tu pelo?  ¿Y tus ojos?  ¿Y tu boca? ¿Cómo será tu rostro?  ¿El tiempo, la vida, o lo que sea, cuánto lo habrá respetado? ¿Tendrá estragos? Con todo, ¿cómo será volver a verte? Y cuando, por fin, me hables, ¿qué me dirás? ¿Cuál será la primera palabra que pronuncien tus labios? ¿Será mi nombre? ¿Cómo sonará tu voz? ¿Como siempre? ¿O me parecerá otra? ¿Habrá envejecido también? ¿Ya no será dulce?  ¿Y yo? ¿Seré capaz de mirarte y no sonrojarme? ¿Se me notará nervioso? ¿Que todavía estoy loco por ti? ¿Nos besaremos? ¿Cómo nos besaremos? ¿Cómo se besan los que se han amado?

 

Después, me imagino que marcharemos por alguna de las calles de la ciudad, ya bajo la luz de las farolas. Caminaremos el uno al lado del otro. A veces hablando; a veces en silencio. Siempre despacio, sin prisa, como si no existiera el tiempo, como si el mundo se hubiera detenido. Yo me moriré de ganas por cogerte de la mano, pero no lo haré, me faltará valor. Es posible, no obstante, que en algún momento, sin pretenderlo, casualmente, se rocen los dorsos de nuestras manos. Si eso ocurriera, yo me estremeceré; temblaré como una hoja. Y tú lo notarás. Tú lo notarás todo.

 

En una terraza, nos detendremos. Y tomaremos algo: tú, un café con hielo, igual que entonces, y yo, una infusión, cualquiera, qué más da. Conversaremos, uno frente al otro, tan cerca. Yo aún seguiré sin mirarte. Pero eso no me impedirá volver a tener la tentación de cogerte la mano, y acaso, también, de decirte una palabra bonita, o un verso, o incluso un poema entero. Algo, en fin, que te agrade, que te haga sonreír. Sin embargo, quizás, mientras me decido, mientras busco en la memoria esa palabra, sienta el peso liviano de tu mano sobre la mía. Tu mano de nieve. Eso sería como tocar el cielo con los dedos. Entonces… Entonces sí te pediría que me dejaras acompañarte a casa. Y ya iríamos, lo más probable, agarrados de la mano, como van los enamorados. En el portal, despidiéndonos, te miraré, ahora sí, a los ojos y, a pesar de la oscuridad, casi total, veré, creeré ver, en ellos, en esos espejos, las estrellas, y la luna, ocultándose tras una nube, como huyendo. Todo el universo. De este arrobo, me sacará el roce tibio de tus labios en los míos. Y, por fin, sabré ya, definitivamente, lo que es la felicidad.   

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