A Propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis) de los hermanos Coen
Javier Gutiérrez (Saberius)
Aún no se había realizado la película sobre el espíritu del ‘folk’, primo hermano del ‘country’, imbricada en una historia personal que hiciera honor a los desplantes y marginación que sus intérpretes más talentosos a menudo han padecido.
Al fin ha llegado de la mano de los Hermanos Coen en otra de las grandes películas del año, favorita para lograr algunas de las preciadas estatuillas, provista de una estética singular, profusa en una fotografía marcada por el uso del ‘flou’ como homenaje al retrato más cálido y entrañable de los seres queridos, como guiño a esas imágenes que pueblan nuestros rincones y los enriquecen de vivencias en ocasiones extremas, arduas experiencias que en definitiva forman parte de la propia vida y de la continuidad existencial de quienes habitan los espacios olvidados mientras su voz reina en los escenarios a veces improvisados con independencia absoluta de su reconocimiento.
Los representantes de medio pelo con los que nuestro protagonista, encarnado por Oscar Isaac, debe discutir sus condiciones de contratación para asegurar al menos una mínima subsistencia, el periplo existencial en continuo movimiento, a menudo con sus huesos en la fría calle por la mala fortuna o el deseo expreso de sus allegados por apartarles de sus entornos familiares, la creencia en una forma de arte por encima de todo condicionamiento o compensación material, es la savia que nutre el talento inabarcable de alguien como Llewyn Davis, prototipo de artista solitario y taciturno que tan sólo vislumbra la compañía de un gato con el que alguna vez en su vida adquirió un compromiso a cambio de poder dormir bajo techo, que vive para el perfeccionamiento de sus propuestas melódicas en medio de la aplaudida mediocridad y de la constante necesidad de demostrar las improbables aptitudes de esa supuesta sociedad bienpensante, aceptada y priorizada en todos los círculos, que aniquilan el espacio y el tiempo de quienes verdaderamente pueden ejercer magistratura con sus habilidades evidentes y sus incontestables valores artísticos…
La última película de los hermanos Coen contiene además el regusto de ese cuento de Navidad no exento de gruesa nieve ni de la ironía que les caracteriza, con personajes secundarios esculpidos por la desmesura y los rasgos paródicos, las complejas relaciones humanas donde la solidaridad a veces aparece donde uno menos se lo espera y la afectividad adquiere derroteros completamente insospechados…
Quizás nos encontremos ante uno de los retratos sociológicos más interesantes de los realizados por el cine independiente norteamericano de los últimos años y una de las producciones musicales más acertadas de esta década, un filme en el que los personajes se van ganando el favor del espectador a través de pequeños gestos, de tímidos movimientos anímicos y rasgos de personalidad con los que ofrecen una extraña identidad y empatía, a pesar de tantas circunstancias adversas que recorren la peripecia de ese peculiar intérprete al que se dedica el filme: un insigne ejemplar de perdedor que deambula entre una galería de ampulosos individuos que hacen oídos sordos a sus principales virtudes para señalarle como sujeto de una vida supuestamente marcada por la irresponsabilidad y el desorden… Las coordenadas de estos vaivenes se forjan no obstante en la recia escuela de la vida, inducidas por el renovado valor de mostrar y demostrar, a pesar de todos los pesares, y allí donde se pueda, el genuino espíritu de ese género musical y forma de manifestación artística tan denostada hoy en día…
Algunos secundarios habituales de los Coen, como John Goodman, se erigen ostensiblemente en medio de la personal odisea del cantante para dificultar su búsqueda y enturbiar las posibilidades de hallar una salida, aumentando a veces de forma inconsciente, los desvíos, desvaríos y vericuetos a los que se le somete, añadiendo más surrealismo aún en su recogida en automóvil, en la conversación que ambos mantienen y en los delirantes acontecimientos que comenzarán a suceder, incluida la reaparición del gato en medio de su camino por carretera, esta vez como si se tratara de un ‘leit motiv’. Los exiguos empleos que le salen al paso reclaman su presencia tan sólo para servir de acompañamiento vocal o instrumental con vistas a la grabación de determinados temas que resultan vendibles, populares o jocosos. De nuevo le rodean numerosos comparsas próximos a una parodia de sí mismos, mientras los escasos vínculos afectivos y emocionales que una vez pudo afianzar, cada vez los va percibiendo más alejados de sí, más ajenos…
Próximos a un hiperrealismo latente en las sociedades de las grandes ciudades cada vez más condicionadas por su entorno y por el éxito de las tendencias artísticas mayoritarias, los Hermanos Coen afianzan una parábola sobre el mundo de la música de raíces populares y sobre el universo del arte en general, sin alejarse de las sátiras más evidentes como ‘El gran Lebowski’, aunque alcanzando una elevada depuración estilística, una cuidada elaboración estética más cercana a ‘El gran salto’, caracterizada en esta ocasión por esa inusual luminosidad latente entre las grises existencias que plantea, con siniestros personajes en oscuros callejones como el que aparece al inicio y reaparece al final en ese ‘locus fatidicus’ donde recibe la paliza en una fría noche a la salida del Gerde’s Folk City, en el Village, como si se tratara de la propia representación del mal mediante ribetes de fotografía neoexpresionista, para regresar a la íntima calidez de los contornos desvaídos, procurando acaso capturar, a través del halo lumínico que procuran este tipo de imágenes, el aura de los tipos y personajes que la pueblan, la personalidad que irradian y los puntos de energía que rodean sus perfiles, como reflejo del heterogéneo epicentro humano, allí donde habite…
Los mismos directores señalaban como fuente principal de inspiración la portada del disco del propio Dylan llamado “The Frewheelin Bob Dylan”, con ese toque cromado y un color ligeramente lavado que retrata ese Nueva York grisáceo del invierno…
Tampoco hay que olvidar las referencias temáticas, en su gusto melómano por el ecosistema del ‘folk’ en ‘O Brother’, o la recreación del microcosmos kafkiano presente en ‘Barton Fink’, junto a la pugna personal de un personaje que se debate entre la indecisión hacia el camino de la culminación en la búsqueda de ese éxito que pregonaba a diestro y siniestro el sueño americano. Asimismo también se ha hallado en el filme de los Coen un correlato en la ficción de la admirable película documental ‘Searching for Sugar Man’ en torno a la sorprendente historia del entrañable cantautor Sixto Rodriguez.
Y en el trasfondo de la misma late el personaje real de Dave Van Ronk, compañero de juventud de Bob Dylan, en el que pudo basarse aquél que representa en la película: el mismo que versionó y compuso de uno de los míticos temas cantados por el propio Dylan: ‘House of the Rising Sun’… Ésta misma relación se halla documentada en la película de Martin Scorsese No Direction Home.
Hay que destacar igualmente la presencia de Carey Mulligan en medio de las peripecias que le sumergen en ese pozo de incertidumbres, cáustico y desolador, cuando la música americana experimentaba un cambio definitivo a principios de los años sesenta, junto a esa perenne sensación de rechazo agudizada por una exnovia resentida y suavizado por la acogida de compañeros generosos y espíritus afines que encuentra por el camino, junto al humor vitriólico que comparte con ellos, el mismo con el que los Hermanos Coen construyen una de sus películas más clásicas e imperecederas…
Javier Gutiérrez (Saberius)
![[Img #7363]](upload/img/periodico/img_7363.jpg)
Aún no se había realizado la película sobre el espíritu del ‘folk’, primo hermano del ‘country’, imbricada en una historia personal que hiciera honor a los desplantes y marginación que sus intérpretes más talentosos a menudo han padecido.
Al fin ha llegado de la mano de los Hermanos Coen en otra de las grandes películas del año, favorita para lograr algunas de las preciadas estatuillas, provista de una estética singular, profusa en una fotografía marcada por el uso del ‘flou’ como homenaje al retrato más cálido y entrañable de los seres queridos, como guiño a esas imágenes que pueblan nuestros rincones y los enriquecen de vivencias en ocasiones extremas, arduas experiencias que en definitiva forman parte de la propia vida y de la continuidad existencial de quienes habitan los espacios olvidados mientras su voz reina en los escenarios a veces improvisados con independencia absoluta de su reconocimiento.
Los representantes de medio pelo con los que nuestro protagonista, encarnado por Oscar Isaac, debe discutir sus condiciones de contratación para asegurar al menos una mínima subsistencia, el periplo existencial en continuo movimiento, a menudo con sus huesos en la fría calle por la mala fortuna o el deseo expreso de sus allegados por apartarles de sus entornos familiares, la creencia en una forma de arte por encima de todo condicionamiento o compensación material, es la savia que nutre el talento inabarcable de alguien como Llewyn Davis, prototipo de artista solitario y taciturno que tan sólo vislumbra la compañía de un gato con el que alguna vez en su vida adquirió un compromiso a cambio de poder dormir bajo techo, que vive para el perfeccionamiento de sus propuestas melódicas en medio de la aplaudida mediocridad y de la constante necesidad de demostrar las improbables aptitudes de esa supuesta sociedad bienpensante, aceptada y priorizada en todos los círculos, que aniquilan el espacio y el tiempo de quienes verdaderamente pueden ejercer magistratura con sus habilidades evidentes y sus incontestables valores artísticos…
La última película de los hermanos Coen contiene además el regusto de ese cuento de Navidad no exento de gruesa nieve ni de la ironía que les caracteriza, con personajes secundarios esculpidos por la desmesura y los rasgos paródicos, las complejas relaciones humanas donde la solidaridad a veces aparece donde uno menos se lo espera y la afectividad adquiere derroteros completamente insospechados…
Quizás nos encontremos ante uno de los retratos sociológicos más interesantes de los realizados por el cine independiente norteamericano de los últimos años y una de las producciones musicales más acertadas de esta década, un filme en el que los personajes se van ganando el favor del espectador a través de pequeños gestos, de tímidos movimientos anímicos y rasgos de personalidad con los que ofrecen una extraña identidad y empatía, a pesar de tantas circunstancias adversas que recorren la peripecia de ese peculiar intérprete al que se dedica el filme: un insigne ejemplar de perdedor que deambula entre una galería de ampulosos individuos que hacen oídos sordos a sus principales virtudes para señalarle como sujeto de una vida supuestamente marcada por la irresponsabilidad y el desorden… Las coordenadas de estos vaivenes se forjan no obstante en la recia escuela de la vida, inducidas por el renovado valor de mostrar y demostrar, a pesar de todos los pesares, y allí donde se pueda, el genuino espíritu de ese género musical y forma de manifestación artística tan denostada hoy en día…
![[Img #7362]](upload/img/periodico/img_7362.jpg)
Algunos secundarios habituales de los Coen, como John Goodman, se erigen ostensiblemente en medio de la personal odisea del cantante para dificultar su búsqueda y enturbiar las posibilidades de hallar una salida, aumentando a veces de forma inconsciente, los desvíos, desvaríos y vericuetos a los que se le somete, añadiendo más surrealismo aún en su recogida en automóvil, en la conversación que ambos mantienen y en los delirantes acontecimientos que comenzarán a suceder, incluida la reaparición del gato en medio de su camino por carretera, esta vez como si se tratara de un ‘leit motiv’. Los exiguos empleos que le salen al paso reclaman su presencia tan sólo para servir de acompañamiento vocal o instrumental con vistas a la grabación de determinados temas que resultan vendibles, populares o jocosos. De nuevo le rodean numerosos comparsas próximos a una parodia de sí mismos, mientras los escasos vínculos afectivos y emocionales que una vez pudo afianzar, cada vez los va percibiendo más alejados de sí, más ajenos…
Próximos a un hiperrealismo latente en las sociedades de las grandes ciudades cada vez más condicionadas por su entorno y por el éxito de las tendencias artísticas mayoritarias, los Hermanos Coen afianzan una parábola sobre el mundo de la música de raíces populares y sobre el universo del arte en general, sin alejarse de las sátiras más evidentes como ‘El gran Lebowski’, aunque alcanzando una elevada depuración estilística, una cuidada elaboración estética más cercana a ‘El gran salto’, caracterizada en esta ocasión por esa inusual luminosidad latente entre las grises existencias que plantea, con siniestros personajes en oscuros callejones como el que aparece al inicio y reaparece al final en ese ‘locus fatidicus’ donde recibe la paliza en una fría noche a la salida del Gerde’s Folk City, en el Village, como si se tratara de la propia representación del mal mediante ribetes de fotografía neoexpresionista, para regresar a la íntima calidez de los contornos desvaídos, procurando acaso capturar, a través del halo lumínico que procuran este tipo de imágenes, el aura de los tipos y personajes que la pueblan, la personalidad que irradian y los puntos de energía que rodean sus perfiles, como reflejo del heterogéneo epicentro humano, allí donde habite…
Los mismos directores señalaban como fuente principal de inspiración la portada del disco del propio Dylan llamado “The Frewheelin Bob Dylan”, con ese toque cromado y un color ligeramente lavado que retrata ese Nueva York grisáceo del invierno…
![[Img #7364]](upload/img/periodico/img_7364.jpg)
Tampoco hay que olvidar las referencias temáticas, en su gusto melómano por el ecosistema del ‘folk’ en ‘O Brother’, o la recreación del microcosmos kafkiano presente en ‘Barton Fink’, junto a la pugna personal de un personaje que se debate entre la indecisión hacia el camino de la culminación en la búsqueda de ese éxito que pregonaba a diestro y siniestro el sueño americano. Asimismo también se ha hallado en el filme de los Coen un correlato en la ficción de la admirable película documental ‘Searching for Sugar Man’ en torno a la sorprendente historia del entrañable cantautor Sixto Rodriguez.
Y en el trasfondo de la misma late el personaje real de Dave Van Ronk, compañero de juventud de Bob Dylan, en el que pudo basarse aquél que representa en la película: el mismo que versionó y compuso de uno de los míticos temas cantados por el propio Dylan: ‘House of the Rising Sun’… Ésta misma relación se halla documentada en la película de Martin Scorsese No Direction Home.
Hay que destacar igualmente la presencia de Carey Mulligan en medio de las peripecias que le sumergen en ese pozo de incertidumbres, cáustico y desolador, cuando la música americana experimentaba un cambio definitivo a principios de los años sesenta, junto a esa perenne sensación de rechazo agudizada por una exnovia resentida y suavizado por la acogida de compañeros generosos y espíritus afines que encuentra por el camino, junto al humor vitriólico que comparte con ellos, el mismo con el que los Hermanos Coen construyen una de sus películas más clásicas e imperecederas…