Mercedes Unzeta Gullón
Martes, 26 de Noviembre de 2024

No sabes amar

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Hace unos días un ex me envió el siguiente mensaje en tono reprobatorio: “no sabes amar”. Me quedé impactada. Lo recibí como un misil esos que lanza Putin y que cae reventando todo alrededor, un misil de largo alcance, porque esta lindeza me la escribió por un wasap. El impacto me llevó hacer una revisión de mis relaciones pasadas: ¿será verdad que no sé amar?

Pienso en mi primer ex y analizo. No fue amor a primera vista. Tuve muchas pequeñas relaciones antes de decidirme a iniciar una más profunda. “Mire, compare, y si encuentra algo mejor cámbielo”, en esas andaba yo, no buscaba pero los enamorados que me salían al paso no me convencían. En aquella época de juventud ya tardía (27 años hoy no son nada pero entonces eran muchos en el recorrido vital) apareció en mi vida este ex. Era de carácter hermético y eso fue un punto importante a favor de la seducción. He de confesar que tengo verdadera debilidad por las cajas, sí cajas, no cajas grandes sino cajas pequeñas de cualquier tipo: de piel, madera, cerámica, cristal… Podría decir que colecciono pero no es mi intención, las tengo porque me sugestionan, me seduce ese potencial que tiene una caja de ‘posibilidad’, la posibilidad de guardar, de esconder, de propiciar incertidumbre, la incertidumbre de qué es lo que custodiará dentro ante la expectativa de encontrar algo digno de ser guardado, algo estupendo, una joya por ejemplo.

 

Pues como iba diciendo, ese hermetismo de este ex me sedujo pensando que (como mi naturaleza es de carácter optimista) había grandes cualidades guardadas tras los silencios. También creo que influyó que en esos momentos tenía otro candidato, que por el contrario, hablaba en exceso, y no es que manejara cosas banales, no, pero su demasiada elocuencia, aunque interesante, me resultaba apabullantemente excesiva para mi manera de ser y pensar más bien reposada. Así las cosas me decidí por el personaje hermético con la intención de descubrir ‘esa joya’ que ocultaba en su interior. Tarea ardua que me llevó años. Era joven y  contaba con tiempo por delante para llegar a encontrar el diamante en bruto que creía se escondía en los mutismos no sólo de palabra sino también de acción. Desarrollé una gran paciencia esperando ver los resultados perseguidos. Iban pasando los años en esas circunstancias en las que yo daba y daba insistiendo en la idea de que algún día todo ese amor que ponía en el terreno daría sus frutos.  Pero cuando finalmente se abrió la caja de su ‘yo’ resultó que estaba vacía de contenido, que no escondía nada dentro, que había mostrado todo lo que tenía desde el principio y eso eran tan poco que se reducía a pequeños egoísmos, resentimientos, complejos…. Apuesta equivocada. Había estado dando a fondo perdido. Mala elección. Aprendí. Ya tarde pero aprendí que no hay que dar tanto, a ciegas, que hay que ser cautelosa, reservarse y protegerse, que hay que esperar menos y ‘suponer’ mucho menos. Pero amar, amé.

 

Tuve otro ‘ex’ que inició su andadura de acercamiento regalándome un jamón de Jabugo. Me pareció gracioso y mucho más práctico, aunque mucho menos romántico, que un ramo de rosas. Era artista y eso era un punto a su favor. Poco a poco fue entrando en mi vida. Vivía en otra ciudad, importante circunstancia porque así no había convivencia continuada que desgastase los amores sino que los encuentros eran de periodicidad asidua de fin de semana, en mi espacio. Se llevaba bien, no había tiempo de quemarse. La creatividad era un nexo importante en esa unión. Pero el ímpetu amoroso fue decayendo poco a poco, quizás antes de lo previsto. Un carácter infantil en una inteligencia culta es una combinación confusa. Lo expresé en este poema.

 

Yo tuve un novio.

Eso decían.

que yo tenía novio, pero no es verdad,

nunca tuve novio.

Venía a verme un hombre,

eso decían, un hombre,

pero no es verdad,

no era un hombre,

era un niño que parecía hombre,

y no,

no venía a verme,

venía a refugiarse de los hombres

y de las mujeres,

venía a refugiarse de las responsabilidades

y de los pesares,

venía a refugiarse de la vida,

venía, simplemente venía

a esconderse.

Y se enredaba en mi tiempo,

y alteraba mi noche,

y compartía algún sueño,

pero se fugaba.

Era sólo un niño.

Nunca tuve novio.

 

En el cómputo de esta relación también tengo la sensación de que di algo más de lo que recibí. Confieso que esta vez fui mucho más prudente en mis generosidades amorosas. Pero dar di y amar amé.

 

Hubo otro ex que quería resolver conmigo sus ‘mutilaciones’ matrimoniales. Encontró en mí una canalización de sus veleidades amorosas. Fueron unos iniciales fuegos artificiales muy luminosos pero, como sucede con los fuegos artificiales,  se apagaron en tiempo y forma. Esta relación fue como una fiesta conjunta que acabó como casi todas las fiestas, con su principio colorido y su final grisáceo. Finito. Se acabó.  Un divertimento en el camino. El amor colorido siempre sienta bien. Y así surgió el siguiente poema:

 

El desencanto no sucede

porque

se acabara el amor

sino porque

se ha alargado

la corta distancia

que armonizaba

nuestros ecos.

El desaliento ocurre

porque

el paisaje luminoso

mudó en grises.

Una primavera que

de pronto

tornó invierno.

Inesperadamente

se heló

la margarita

en la aridez

de una historia

desnuda de historia.

 

Y no sigo repasando relaciones porque más o menos van en la misma línea, cojas. Vuelvo al principio porque me estoy alargando demasiado. La gentileza amorosa del autor del misil que encabeza este escrito ha sido la utilización de la frase más equivocada para el amor. Decir “te necesito” como declaración de amor es el gran error del enamorado y de la concepción de amor. Una cosa es el amor y otra muy distinta la necesidad de tenerte a mi lado. Existe una gran confusión con estos conceptos desde que los Beatles cantaron al mundo la mítica canción amorosa  de  I Need You en la que le dice el enamorado a la pareja que le abandona: “vuelve y mira lo que significas para mí. Te necesito” y repite con insistencia a lo largo de la canción el mantra 'I Need You'. Y todos los que oímos a los Beatles en nuestra juventud nos quedamos con esa copla. “¡Cuánto te necesito!” como sinónimo de “¡cuánto te amo”, y yo, al escucharlo, me tengo que derretir de amor ante esta frase, pero el efecto que me hace es totalmente el contrario, me da rechazo, me pone en alerta. “No puedo estar sólo, te necesito”, lleva una carga de interés, digamos, algo egoísta. La soledad no elegida es muy puñetera y llegados a ciertas edades mucho más. Entiendo la necesidad de compartir, pero eso no es amar. Yo puedo quererte y además necesitarte, sí, vale, eso es una cosa, pero eso no es amar. El amor está por encima de requisitos.

 

En fin, la ‘frase cohete explosivo’  que me ha lanzado este ex me da la impresión de que va cargada de resentimientos porque no estuve a la altura de mis ‘obligaciones’ ¿? La soledad acaba pesando y cargando misiles.

 

Se ama desde la libertad, sin cargas. Si vas cargado de traumas e inseguridades (sorprendentemente me he encontrado con muchas personas  que arrastran estas fragilidades desde la infancia) es difícil ir por la vida con un espíritu conciliador, por mucho que profesionalmente seas una eminencia. Tener una deuda con la educación sentimental es como ir arrastrando una bola de presidiario; hasta que no resuelvas ese conflicto, rompas las cadenas que te atan a la bola, no vas a sentir la libertad. Y sin libertad es muy difícil amar de verdad. El amor no se basa en la ‘posesión’ sino en igualdad de libertades para poder aportar en igualdad de condiciones. Porque lo necesario en una pareja es que haya intercambio de aportaciones, enriquecimiento. Posesión, necesidad, miedos, resentimientos, carencias, falta de autoestima…, son bolas que se arrastran, crecen, pesan e imposibilitan las relaciones ligeras, libres y felices.

 

Otro poema que me surge al respecto:

 

Te ofrezco mi libertad

Como el campo abonado se ofrece al arado

Como la pradera baldía se ofrece a la primavera

Te ofrezco mi libertad

pero es tan grande

que tu miedo no puede afrontarla.

 

Después de hacer revisión llego a la conclusión de que sí he sabido amar, sí he amado y sí sé amar. Claro, he aprendido en el camino y ahora exijo mucho más que al principio de mi andadura. Reboto el misil.

 

O témpora o mores.

 

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