Ángel Alonso Carracedo
Jueves, 02 de Enero de 2025

El pontificado del dinero

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Renace el feudalismo. Nuevos señores de horca y cuchillo con el derecho de pernada de sus inmensos caudales se dejarán ver a partir del próximo 20 de enero. Será la fecha en que Donald Trump, el todavía presidente electo de Estados Unidos, será inquilino de hecho y derecho de la Casa Blanca. Con ese acceso, el centro de poder terrenal más visible y ostentoso del mundo se convertirá en un Vaticano del pontificado del dinero. Excepcional momento para tener entre los cronistas a un satírico como Quevedo o a un denunciante social de los abusos al modo de Dickens.

 

El tramo temporal de setenta y seis días, casi el cuarto de una anualidad, entre el veredicto de las urnas y la coronación como emperador de facto de un personaje perfectamente verificable en el elenco de la irreverente serie animada “South Park”, ha sobrecogido a la opinión pública con la designación a cuentagotas de su núcleo de confianza en los puestos de gobernanza: un apostolado de prohombres colgados de los ingentes millones de sus fortunas, entre ellos, el más adinerado de este planeta, Elon Musk, primus inter pares, con una hucha calculada en 400.000 millones de dólares, equivalente al Producto Interior Bruto (PIB) de una nación en vías de desarrollo. La solvencia de estas cuentas corrientes ha opacado currículos de delincuencia probada o en estado de sospecha. A la cabeza, el cabecilla. Por sus millones los conoceremos. ¿Los padeceremos?

 

Con los decorados sobre el proscenio, los ciudadanos de ese orbe que las nuevas tecnologías, controladas por un ramillete de esta nueva élite gobernante, ha convertido en barriada, asistimos a un espectáculo grotesco de adoración del becerro de oro. El electorado de la considerada nación más poderosa del mundo ha otorgado la confianza de su pastoreo a un indeseable avalado por cuatro años de poder al estilo fraternal de los Marx, que ha tomado impulso en un cuatrienio sabático, en el que, todo hay que decirlo, la parte contraria de la ortodoxia democrática ha seguido en modo ausente respecto a sus responsabilidades e ideario. La inacción se paga mucho más cara que los errores.

 

Donald Trump y su cohorte no es el resultado de una casualidad. Acólitos no le han faltado en zonas estratégicas del planeta con bufones de la tragedia como el armamento nuclear o de la tragicomedia de la motosierra, que se apresuraron a lamer el culo del emperador de nuevo coronado.

 

El sujeto se mueve en una sociedad de adoración a los millonarios. Él es uno de este club exclusivo que en los nuevos tiempos ha cambiado la inversión en producto tangible por la especulación en los infinitos retos por descubrir del poder bien asido. El ínclito Elon Musk, se hizo por 44.000 millones de dólares, con la red social más poderosa del mundo, y “donó” 270 millones a la campaña presidencial de Trump. Vista la patada hacia arriba que ha recibido como amigo siamés del emperador, parece claro que en su impresionante desembolso no se aprecia ni una micra de mecenazgo.

 

Trump, como Milei o Putin o Bolsonaro o Maduro o Abascal,o Ayuso, por acudir al catálogo de la oferta nacional, son el resultado de una sociedad desmovilizada de la inteligencia, encadenada al discurso ramplón de descripción de los males ajenos sin alternativa alguna de soluciones. Son la voz tronante de la hecatombe, salvo que ellos tomen las riendas. Vendedores de milagrosos curalotodos, mezcla de agua y alguna esencia, pestilente en cuanto se frota sobre la zona afectada. Lazarillos de la picaresca antinatural de los millonarios necesitados de la avaricia, y el abuso, a años luz de la necesidad de sobrevivir de nuestros pícaros clásicos.

 

Una estructura construida sobre un cóctel de admiraciones y envidias aderezadas sobre el vacío de contenidos de los contrapoderes estatales de instituciones como la judicatura, la prensa y la cultura crítica. Estamentos cimentados en las raíces de la autocrítica y la verdad, dinamitadas por estos aprendices de brujo con poderes omnímodos de dinero y su sociedad de hierro con las influencias. La (auto)prostitución de los medios de comunicación ha devenido en una información frívola, más propia de un espectáculo de variedades de feria de poblachón, que de la capacidad obligada y necesaria de adiestrar la capacidad de pensar, razonar y discernir de lectores u oyentes.

 

El gota a gota del encumbramiento ha necesitado también de procedimientos más sutiles y pacientes, como ese dejar caer con regularidad las listas de los más millonarios de todos los millonarios en noticiarios lo suficientemente dúctiles, para ser recogidos por las capas populares con sensaciones de posibilismo. Ha corrido como la pólvora, en sentido contrario, que la pobreza es un voluntarismo de los afectados, que lo son porque quieren. Y en el debate subsiguiente emerge desde los foros tocados por la fortuna, que la ayuda y conmiseración hacia los desfavorecidos es hacer cantera de vagos y paniaguados.

 

El dominio de los poderosos, calificativo que hoy, para Trump y los suyos, solo tiene similitud con los adinerados, borrando de un plumazo la celebridad bien ganada con el intelecto, es una percepción natural de los gobernados. Esa preponderancia tiene su acepción en el diccionario con la palabra plutocracia. Desde el 20 de enero, habrá que añadir una nueva forma de gobierno: millonariocracia. Saltarán de las influencias al gobierno sin caretas. Ya tienen bancos y multinacionales como catedrales e iglesias. Inclúyase una feligresía adocenada. En su Vaticano, un pontificado bicéfalo Donald Trump/Elon Musk. En Washington quedará bendecido el dinero como religión.

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