Ángel Alonso Carracedo
Martes, 28 de Enero de 2025

Actitud y aptitud

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Un ejemplo cinematográfico para alegorizar otro futbolístico. La producción de una película se nutre de una cadena de factores, cuyos eslabones pasan por la selección de intérpretes o “casting”, el guión, la decoración, la fotografía, la interpretación, el vestuario, el sonido, la iluminación  y la dirección. Son factores al albur de la aptitud. Para el gran público suele pasar desapercibido  uno, esencial: el montaje, capítulo en el que rige el mimo hacia todo lo rodado, y donde entra, inexorable, la actitud, el trámite final que puede trastocar lo bueno en malo y lo malo en bueno. Como para tomarlo a broma.

Las costumbres llevan hoy la aptitud en volandas hacia lo absoluto, mientras que la actitud se queda en el terreno baladí de la anécdota. La puesta en relativo de los valores ha dejado la silente disposición de las personas noqueada ante la verborrea de las destrezas. El espectáculo se nutre de la visualización de los divos. La didáctica de la reflexión, actitud en estado puro, ni está ni se la espera.

 

Ya que de esta buhardilla ha salido la moraleja de la derrota de la sensibilidad en el  combate contra el exhibicionismo, no queda más remedio que acudir a los coliseos deportivos por excelencia: los estadios de fútbol, donde la idolatría moderna se desahoga con el gol, indulgencia plenaria a todos los abusos y disparates de los modernos gladiadores, modelados en fortaleza muscular, y atrofiados en la masa gris del órgano regidor de razones y emociones. Afortunadamente queda la reserva espiritual de individualidades, pero merodean por canchas que son de silencio en el pleno esfuerzo y desahogo ordenado en la culminación de la gesta. Ellos están alejados, para su fortuna, de los platós descontrolados por las pasiones y la testosterona.

 

Un referente de colosal aptitud vacía de actitud positiva es la estrella del nominado oficialmente mejor equipo del mundo de todo un siglo, el XX, refrendado con el mejor palmarés del casi cuarto de centuria que atravesamos. Es el Real Madrid, mi equipo, el de los inescrutables amores futbolísticos que no cambian de bando desde el nacimiento a la conciencia hasta la muerte física. El tocado por la varita de hada para supremas habilidades futboleras se identifica en el dorso de la camiseta como Vinicius Jr. Un prodigio de oficio que no lo es tanto, ni de lejos, para la buena administración personal de las neuronas, cuando tiene que pagar el peaje de ser el arma mortífera para el equipo adversario. ¿Nos hemos olvidado los madridistas de los improperios hacia Messi cuando nos los ponía de corbata? El argentino o Cristiano Ronaldo o Griezmann hicieron o hacen de las pérdidas de control visceral una coyuntura. En Vinicius es una estructura.

 

El jugador más desequilibrante del momento, a juicio de entrenador propio y de  ajenos, no es solo el arma mortífera para los rivales, es también bombardeo de fuego amigo. El desequilibrio emocional de este chico, la actitud, el montaje de la persona, se activa en toxicidad con dos de pipas, lo que concluye en que cualquier equipo que se enfrente a los merengues sabe ya, antes de salir al campo, cual es uno de sus flancos más débiles: basta una mínima provocación. No es fácil ser compañero de alineación de este brasileño, impredecible en el cruce de cables. Su talante, que no talento, puede derrumbar en segundos todo el plan de equipo y de pizarra. Y se acumulan las cagadas.

 

Ya no le sirve enrocarse en el argumento del insulto racista, en el que siempre le asistirá la razón. Estas actitudes de descerebrados ya se localizan y se persiguen de oficio. Lo sacan de quicio lo mismo dos regates no culminados, que la provocación al oído del defensa, recurso habitual en los terrenos de juego que, camino de los vestuarios, son agua pasada. Acude gesticulante e histérico a todas las tanganas como moscas al panal de miel.

 

Que esta especie de bomba de relojería prospere en un club de la tradición y el señorío del Real Madrid sin aparente toma de medidas, como una cura de humildad de varios partidos en el banquillo para tomar distancia, terapia benéfica en otras promesas que se lo creyeron antes de tiempo, debe obedecer a que el club anda también, a su modo, desnortado.

 

Buena razón de esa brújula imantada estuvo en la negativa a la asistencia al acto de entrega del Balón de Oro a finales del año pasado. Una rabieta, porque con el niño bonito Vinicius  se vendió la piel antes de matar el oso. Para seguidores del club desde los tiempos coherentes de Santiago Bernabéu, este plantón es una falta inexcusable de grandeza. En ese acto se proclamó al Real Madrid el mejor club del mundo. Inaceptable que el supuesto agravio a la individualidad pueda con el reconocimiento a la institución, al entrenador y a un puñado de jugadores de la plantilla situados en la élite mundial. Para más inri, mi club, que dice ser orgullo de España, no arropó al primer español reconocido como mejor futbolista del mundo desde los tiempos de Maricastaña de Luis Suárez.      

 

Vinicius es carne de entrenamiento en diván de psicoanalista, no en ciudad deportiva. Cruda papeleta la de cualquier entrenador afrontar disfunciones tan extremas de aptitud en la excelencia y de actitud en la miseria. Ídolo con pies de barro. De seguir en sus trece y no adaptarse al símbolo glorioso del número 7 de su dorsal, mejor hacer negocio con él.

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