A propósito de la historia

“La relación entre mito y logos es la que existe entre el pensamiento que tiene que rendir cuentas y la leyenda transmitida sin discusión”

(Hans-Georg Gadamer)

Leo libros de historia. Sobre todo de  historia de España. ¿Qué busco en estos libros? Conocer la verdad. La verdad cruda, aunque a veces no guste, resulte incómoda, no reconforte, incluso intranquilice. Por eso, espero de cada uno de los autores de estos libros, del historiador, que, como todo intelectual, y el historiador es sin duda un intelectual, haga el esfuerzo de transcender el grupo, o la clase, o la minoría a la que se sienta ligado y no comprometa su autonomía crítica, que es esencial para llevar a cabo su misión de descubrir lo que realmente ocurrió en el pasado. Pues conviene no olvidar ese antiguo dictum de Cornelio Tácito, que aparece en los Anales, según el cual la historia se ha de escribir bona fides, sine ira et studio. En fin, al historiador, en el ejercicio de su trabajo, se le pide que sea honrado, reflexivo y no partidista, porque su cometido no es preservar el patrimonio de ninguna nación, ni construir ninguna identidad, ni tampoco favorecer ningún tipo de reconciliación. Esa ambición será de otros, pero no de él. La ambición del historiador es la verdad, y nada más, que no es poca cosa, pese a estos tiempos nuevos que vivimos, tan inciertos. Para ello, también es importante que, respecto al suceso que va a estudiar, mantenga la distancia personal y que no se adhiera a él emotivamente. A fin de cuentas, la historia no ha de santificar, y menos aún sacralizar, nada ni a nadie; todo lo contrario, es un conocimiento a menudo sacrílego. Un conocimiento que, si pretende ser auténtico, de verdad, fiable, no puede ser dogmático, sino crítico, siempre disponible a la revisión.

En Astorga, a 30 de enero de 2025

Catalina Tamayo