Mi alma aragonesa XXIII / Luis Buñuel
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En mi primera salida a Londres, en la inexperiencia de una juventud sorprendida, descubrí en la ciudad del Támesis carteles con grandes letras anunciando “Un film de Buñuel”. Así de conocido era fuera de nuestras fronteras su nombre y así se anunciaba por el metro y por la ciudad su película Bell de Jour, según la novela de Josef Kessel y una Catherine Renueve inmensa e inconmensurable, del maestro de los maestros aragoneses Luis Buñuel. Compitiendo con la Naranja mecánica, el rompedor e innovador film de Stanley Kubrick, basado en un relato de Anthony Burgess al que durante mucho tiempo consideré el mejor director de cine, como en mis años de filmoteca consideraba a Josep Losey, servidumbre a las modas pasajeras en los años que estrena Eva, El sirviente, Modesty Blaise, Accidente, Ceremonia secreta, Figuras en a Landscape, El Mensajero, Asesinato de Trosky…
Kubrick en cada una de sus películas describirá un mundo y hacía en ella una definitiva historia, que geográficamente anclaba en una ciudad y un tiempo. Londres en La Naranja, el mundo romano en Espartaco, el pasado en Barry Lindon, la prehistoria y el futuro en 2001.
Como tan ejemplarmente haría Bernardo Bertolucci; un hombre que quiso ser poeta y fue un extraordinario cineasta. Se inició en el cine como ayudante de Pier Paolo Pasolini, después de dejar la universidad cuando contaba 22 años. Su primer largometraje fue La conmare seca, 1962, a la que le siguió Prima della revoluzione, en 1964. El conformista, 1970, película política basada en la novela de Alberto Moravia. La estrategia de la araña, también de 1970.
En 1992 llegó El último tango en París, con la ciudad del Sena y con Marlon Brando, María Schneider y Jean Pierre Leaud. Con una famosa escena de sexo entre los dos protagonistas muy promocionada y discutida. Su película Novecento, 1976, recrea la épica lucha de los agricultores de la Emilia-Romaña en la primera mitad del siglo XX, en la que cuenta reunidos con los jóvenes actores internacionales Robert de Niro, Gerard Depardieu y Donald Sutherland, que se consolidarán como primeras figuras indiscutibles en los siguientes años, y veteranos como Sterling Hayden y Burt Lancaster y una reveladora Dominique Sanda.
En 1987 llegó El último emperador, con un nuevo Bernardo Bertolucci, reconocido con 9 oscars con la agitada vida de Puyi, encerrado en la ciudad Prohibida, que luego acometerá otro periodo reinando por Manchuria entre japoneses, aliados, estadounidenses, soviéticos y los comunistas chinos, hasta acabar como jardinero en el jardín Botánico de Pekín y presenciar el culto a Mao y a la Revolución Cultural. Es la recreación de China y su cultura.
El cielo protector, 1990, es su recreación del Sahara, según la novela de Paul Bowles, a través de Marruecos, Argelia y Niger. En 1993 llega Pequeño Buda sobre la reencarnación de un lama, evocando el mundo tibetano a través de Nepal, Butan e India. En la siguiente Belleza Robada, 1996, el mundo adolescente, con Liv Tyler, e Italia.
Yo había descubierto a Kubrick en mi primera juventud, en la soledad oscura del cine Capitol de Astorga, viendo su Espartaco, que me impactó y me sometió a una confrontación en la que yo decidí mis intereses y mi pasión por el cine, que me llevó a hacerme director, pero frustrado, porque nunca he dirigido una película. Mi entrada en TVE me apartó de ese camino, y me decantó por periodismo, no por lo que yo había considerado mi vocación y mi pasión, que se limitó a la dirección de unos cuantos cortometrajes.
Los buenos creadores continuamente te descubren cosas que ya nunca olvidas. Elías Querejeta a Dasshiel Hammet, el escritor norteamericano de novela negra. Su convicción en el montaje para él la clave de hacer cine, sus desacuerdos con Karel Reisz, no por su pertenencia al Free Cinema inglés, de quien Morgan un caso clínico le motivaba hasta el vacile, y evidencia, por razones opuestas, su afinidad con Serguei Eisenstein y su aproximación a sus teorías sobre el montaje y sus coincidencias.
Un día me llamó y acudí al rodaje de Carlos Saura de Stresss es tres, tres y volvió a hablarme de su sueño de una escuela viva de cineastas, con los aprendices vinculados a un maestro. A mí me vinculaba al entonces su buen amigo el oscense y aragonés Saura. En su sueño él vinculaba a Luis Eduardo Aute con Víctor Erice y a José Sámano con el mismo Elías, porque ya estaba clara su intención de dedicarse a la producción en la que sería responsable de películas como Esquilche y Operación Ogro y en el teatro con Cinco Horas con Mario y Esa dama. Yo no me decidí porque entonces acababa de empezar a trabajar fijo en TVE y así cambió mi destino. Su sueño no pudo acometerlo hasta muchos años después, con su hija Gracia.
En mi primera salida a Londres, en la inexperiencia de una juventud sorprendida, descubrí en la ciudad del Támesis carteles con grandes letras anunciando “Un film de Buñuel”. Así de conocido era fuera de nuestras fronteras su nombre y así se anunciaba por el metro y por la ciudad su película Bell de Jour, según la novela de Josef Kessel y una Catherine Renueve inmensa e inconmensurable, del maestro de los maestros aragoneses Luis Buñuel. Compitiendo con la Naranja mecánica, el rompedor e innovador film de Stanley Kubrick, basado en un relato de Anthony Burgess al que durante mucho tiempo consideré el mejor director de cine, como en mis años de filmoteca consideraba a Josep Losey, servidumbre a las modas pasajeras en los años que estrena Eva, El sirviente, Modesty Blaise, Accidente, Ceremonia secreta, Figuras en a Landscape, El Mensajero, Asesinato de Trosky…
Kubrick en cada una de sus películas describirá un mundo y hacía en ella una definitiva historia, que geográficamente anclaba en una ciudad y un tiempo. Londres en La Naranja, el mundo romano en Espartaco, el pasado en Barry Lindon, la prehistoria y el futuro en 2001.
Como tan ejemplarmente haría Bernardo Bertolucci; un hombre que quiso ser poeta y fue un extraordinario cineasta. Se inició en el cine como ayudante de Pier Paolo Pasolini, después de dejar la universidad cuando contaba 22 años. Su primer largometraje fue La conmare seca, 1962, a la que le siguió Prima della revoluzione, en 1964. El conformista, 1970, película política basada en la novela de Alberto Moravia. La estrategia de la araña, también de 1970.
En 1992 llegó El último tango en París, con la ciudad del Sena y con Marlon Brando, María Schneider y Jean Pierre Leaud. Con una famosa escena de sexo entre los dos protagonistas muy promocionada y discutida. Su película Novecento, 1976, recrea la épica lucha de los agricultores de la Emilia-Romaña en la primera mitad del siglo XX, en la que cuenta reunidos con los jóvenes actores internacionales Robert de Niro, Gerard Depardieu y Donald Sutherland, que se consolidarán como primeras figuras indiscutibles en los siguientes años, y veteranos como Sterling Hayden y Burt Lancaster y una reveladora Dominique Sanda.
En 1987 llegó El último emperador, con un nuevo Bernardo Bertolucci, reconocido con 9 oscars con la agitada vida de Puyi, encerrado en la ciudad Prohibida, que luego acometerá otro periodo reinando por Manchuria entre japoneses, aliados, estadounidenses, soviéticos y los comunistas chinos, hasta acabar como jardinero en el jardín Botánico de Pekín y presenciar el culto a Mao y a la Revolución Cultural. Es la recreación de China y su cultura.
El cielo protector, 1990, es su recreación del Sahara, según la novela de Paul Bowles, a través de Marruecos, Argelia y Niger. En 1993 llega Pequeño Buda sobre la reencarnación de un lama, evocando el mundo tibetano a través de Nepal, Butan e India. En la siguiente Belleza Robada, 1996, el mundo adolescente, con Liv Tyler, e Italia.
Yo había descubierto a Kubrick en mi primera juventud, en la soledad oscura del cine Capitol de Astorga, viendo su Espartaco, que me impactó y me sometió a una confrontación en la que yo decidí mis intereses y mi pasión por el cine, que me llevó a hacerme director, pero frustrado, porque nunca he dirigido una película. Mi entrada en TVE me apartó de ese camino, y me decantó por periodismo, no por lo que yo había considerado mi vocación y mi pasión, que se limitó a la dirección de unos cuantos cortometrajes.
Los buenos creadores continuamente te descubren cosas que ya nunca olvidas. Elías Querejeta a Dasshiel Hammet, el escritor norteamericano de novela negra. Su convicción en el montaje para él la clave de hacer cine, sus desacuerdos con Karel Reisz, no por su pertenencia al Free Cinema inglés, de quien Morgan un caso clínico le motivaba hasta el vacile, y evidencia, por razones opuestas, su afinidad con Serguei Eisenstein y su aproximación a sus teorías sobre el montaje y sus coincidencias.
Un día me llamó y acudí al rodaje de Carlos Saura de Stresss es tres, tres y volvió a hablarme de su sueño de una escuela viva de cineastas, con los aprendices vinculados a un maestro. A mí me vinculaba al entonces su buen amigo el oscense y aragonés Saura. En su sueño él vinculaba a Luis Eduardo Aute con Víctor Erice y a José Sámano con el mismo Elías, porque ya estaba clara su intención de dedicarse a la producción en la que sería responsable de películas como Esquilche y Operación Ogro y en el teatro con Cinco Horas con Mario y Esa dama. Yo no me decidí porque entonces acababa de empezar a trabajar fijo en TVE y así cambió mi destino. Su sueño no pudo acometerlo hasta muchos años después, con su hija Gracia.