Alquilar vivienda, misión imposible
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La política, dicen los sabios, es el arte de lo posible. Y para cumplir con ello, añade la exigencia de la cercanía con las inquietudes de la población. La teórica se ha derrumbado como un castillo de naipes. Política, puesta en práctica, es sinónimo de poder. Muy atrás quedó su voluntarismo de servicio. Y si se trata de ordeno y mando, la mejor manera de expresarlo es con el exceso de sus prerrogativas.
Un disparate político de la actualidad es la crisis estructural del acceso a la vivienda que padecen los jóvenes, representación fehaciente de la edad más ilusionante de la existencia. Disponer de un domicilio es el acceso con las espaldas cubiertas al siguiente escalón, el de la madurez, el que a su vez, introduce en las responsabilidades de la paternidad. A base de estos avances se realiza cualquier ser humano.
Es por todo esto por lo que no cabe en cabeza medianamente pensante, haber llegado a esta situación de inaccesibilidad desgarradora de una lógica vital del crecimiento personal y colectivo. La vivienda es la efigie de la emancipación. Poder guarecerse bajo techo es la elusión de las tempestades, no meteorológicas, sí pasionales y reactivas, en lo que tiene de destructivo el desamparo.
La inaccesibilidad a la vivienda se ha circunscrito a la estrechez de miras de los acotamientos. Se la encuadra en un problema económico. Es mucho más que eso. Se atiene a una cuestión profunda, casi abisal, de crisis social. La consecuencia de este sinsentido durará generaciones.
Los gurús de la sociología están alarmados por las encuestas que escenifican un vuelco de los jóvenes hacia preferencia electorales de extrema derecha. He oído explicaciones de lo más variopinto, pero ninguna que haga referencia al hecho de que si a este tramo de edad no se le enseña a vivir en las libertades y responsabilidades de asunción propia, carecerán toda su vida de la pedagogía del libre albedrío y sus valores, por la sencilla razón de no ejercitarlo al estar atados a tutelas paternas y patronales.
Ya entran en danza factores nada desdeñables como los bajos salarios por defecto en jornadas laborales desequilibradas por exceso. La compra de esa libertad es inaccesible con el salario medio percibido por estos jóvenes, a los que se les ha arrebatado, incluso, la vía intermedia del alquiler. No podrán entender nunca la importancia relajante de la intimidad, porque en el mejor de los casos, la máxima aspiración se limitará a compartir un mismo espacio con tres o cuatro semejantes. En todo ser humano llega el tiempo y necesidad de sentirse dueño de uno mismo en la soledad deseada de un territorio mínimo, pero personal. No alcanzar ese logro básico solo acarreará conflictos individuales y de grupo, ambos a una.
Los políticos de este país están presos de la estadística de los retos electorales inmediatos. Es la única que ha cabido en sus limitadas inteligencias. Han ignorado las consecuencias a largo plazo de colectivos sociales, como los jóvenes, con espoleta retardada, pero con no menor poder deflagrador cuando explosionan. Son ciegos, sordos y mudos de entendederas. Ahora caen del guindo, cuando los afectados coquetean y se dejan seducir por mensajes de otros profetas que seducen sus oídos con el bálsamo de soluciones, que ni sus mismos portavoces creen. Pero saben que el descontento y la desesperación es terreno abonado a la manipulación de voluntades.
La dirigencia española está abocada al trago de un sapo que no puede esperar más tiempo. La vivienda es una cuestión de Estado, del mismo calibre que la educación o la sanidad. Un bien básico que, para cumplir con su consideración de derecho constitucional, exige quebrar la inaccesibilidad. No se ve más salida que, como las otras conquistas sociales, el pacto con obligado consenso. Dimitan de una puñetera vez de la virilidad histérica de su verborrea de zascas y practiquen en silencio el diálogo productivo de resultados efectivos y gratificantes. No se dará un paso adelante con los protagonismos de partido, solo útiles para marear la perdiz y hacer como que se trabaja.
La vivienda es el nexo con la percepción de una sociedad próspera. Este bien de consumo, esencial por las ligaduras que contrae a largo tiempo con el sistema económico, es el icono de las clases medias, una escala social en decadencia. Tener algo y no estar siempre en la alerta de la conquista, propicia el colchón amortiguador de otras carencias de la política, ciencia no precisamente exacta.
Parece inconcebible que un país que ha sostenido el crecimiento económico sobre las patas de dos sectores como el turismo y la construcción, haya llegado al actual estado de contagio de miserias entre uno y otro. El primero ha llevado al segundo a contaminar su mercado con un producto coyuntural como los pisos turísticos en aras a rentabilidades momentáneas de cartera, pero tremendos déficits sociales, como el que aquí ocupa. La iniciativa privada ha quedado en entredicho por avaricias desmedidas, lo cual es frecuente. Este nuevo exceso movilizará a la sociedad en pro de un intervencionismo público, porque la materia prima, el suelo, es de todos en origen. Mal asunto cuando los debates de los foros políticos se trasladan a la calle. Hora ha llegado para que la política ejerza de verdad su posibilismo y equilibrio.
La política, dicen los sabios, es el arte de lo posible. Y para cumplir con ello, añade la exigencia de la cercanía con las inquietudes de la población. La teórica se ha derrumbado como un castillo de naipes. Política, puesta en práctica, es sinónimo de poder. Muy atrás quedó su voluntarismo de servicio. Y si se trata de ordeno y mando, la mejor manera de expresarlo es con el exceso de sus prerrogativas.
Un disparate político de la actualidad es la crisis estructural del acceso a la vivienda que padecen los jóvenes, representación fehaciente de la edad más ilusionante de la existencia. Disponer de un domicilio es el acceso con las espaldas cubiertas al siguiente escalón, el de la madurez, el que a su vez, introduce en las responsabilidades de la paternidad. A base de estos avances se realiza cualquier ser humano.
Es por todo esto por lo que no cabe en cabeza medianamente pensante, haber llegado a esta situación de inaccesibilidad desgarradora de una lógica vital del crecimiento personal y colectivo. La vivienda es la efigie de la emancipación. Poder guarecerse bajo techo es la elusión de las tempestades, no meteorológicas, sí pasionales y reactivas, en lo que tiene de destructivo el desamparo.
La inaccesibilidad a la vivienda se ha circunscrito a la estrechez de miras de los acotamientos. Se la encuadra en un problema económico. Es mucho más que eso. Se atiene a una cuestión profunda, casi abisal, de crisis social. La consecuencia de este sinsentido durará generaciones.
Los gurús de la sociología están alarmados por las encuestas que escenifican un vuelco de los jóvenes hacia preferencia electorales de extrema derecha. He oído explicaciones de lo más variopinto, pero ninguna que haga referencia al hecho de que si a este tramo de edad no se le enseña a vivir en las libertades y responsabilidades de asunción propia, carecerán toda su vida de la pedagogía del libre albedrío y sus valores, por la sencilla razón de no ejercitarlo al estar atados a tutelas paternas y patronales.
Ya entran en danza factores nada desdeñables como los bajos salarios por defecto en jornadas laborales desequilibradas por exceso. La compra de esa libertad es inaccesible con el salario medio percibido por estos jóvenes, a los que se les ha arrebatado, incluso, la vía intermedia del alquiler. No podrán entender nunca la importancia relajante de la intimidad, porque en el mejor de los casos, la máxima aspiración se limitará a compartir un mismo espacio con tres o cuatro semejantes. En todo ser humano llega el tiempo y necesidad de sentirse dueño de uno mismo en la soledad deseada de un territorio mínimo, pero personal. No alcanzar ese logro básico solo acarreará conflictos individuales y de grupo, ambos a una.
Los políticos de este país están presos de la estadística de los retos electorales inmediatos. Es la única que ha cabido en sus limitadas inteligencias. Han ignorado las consecuencias a largo plazo de colectivos sociales, como los jóvenes, con espoleta retardada, pero con no menor poder deflagrador cuando explosionan. Son ciegos, sordos y mudos de entendederas. Ahora caen del guindo, cuando los afectados coquetean y se dejan seducir por mensajes de otros profetas que seducen sus oídos con el bálsamo de soluciones, que ni sus mismos portavoces creen. Pero saben que el descontento y la desesperación es terreno abonado a la manipulación de voluntades.
La dirigencia española está abocada al trago de un sapo que no puede esperar más tiempo. La vivienda es una cuestión de Estado, del mismo calibre que la educación o la sanidad. Un bien básico que, para cumplir con su consideración de derecho constitucional, exige quebrar la inaccesibilidad. No se ve más salida que, como las otras conquistas sociales, el pacto con obligado consenso. Dimitan de una puñetera vez de la virilidad histérica de su verborrea de zascas y practiquen en silencio el diálogo productivo de resultados efectivos y gratificantes. No se dará un paso adelante con los protagonismos de partido, solo útiles para marear la perdiz y hacer como que se trabaja.
La vivienda es el nexo con la percepción de una sociedad próspera. Este bien de consumo, esencial por las ligaduras que contrae a largo tiempo con el sistema económico, es el icono de las clases medias, una escala social en decadencia. Tener algo y no estar siempre en la alerta de la conquista, propicia el colchón amortiguador de otras carencias de la política, ciencia no precisamente exacta.
Parece inconcebible que un país que ha sostenido el crecimiento económico sobre las patas de dos sectores como el turismo y la construcción, haya llegado al actual estado de contagio de miserias entre uno y otro. El primero ha llevado al segundo a contaminar su mercado con un producto coyuntural como los pisos turísticos en aras a rentabilidades momentáneas de cartera, pero tremendos déficits sociales, como el que aquí ocupa. La iniciativa privada ha quedado en entredicho por avaricias desmedidas, lo cual es frecuente. Este nuevo exceso movilizará a la sociedad en pro de un intervencionismo público, porque la materia prima, el suelo, es de todos en origen. Mal asunto cuando los debates de los foros políticos se trasladan a la calle. Hora ha llegado para que la política ejerza de verdad su posibilismo y equilibrio.