Ángel Alonso Carracedo
Martes, 11 de Marzo de 2025

Hazañas vaporosas

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León ha sido muy reciente recurso informativo por partida doble de un diario de difusión nacional, el que se atribuye y al que atribuyen la mayor difusión lectora nacional en formato impreso y digital. Actas notariales con destino a los silos de la memoria que son las hemerotecas.  Este aldabonazo es una alegría, porque si algo le falta a esta tierra es presencia mediática como antídoto frente a pobrezas materiales acechantes. Los pretéritos fueron grandes, heroicos, pero lejanos, de siglos atrás, y si hoy un día pasa a traducirse en prehistoria, imagínese el periodo secular.

La relevancia leonesa en el periódico sobrevoló la información y el testimonio. La primera, en el ejemplar diario, relativa al resurgir de un leonesismo que ha germinado desde la cadena de agravios que para León ha significado su encaje en una comunidad autónoma equivocada. Un error de cálculo y mercadería política de los dos grandes partidos de la Transición, al que no se ha puesto la corrección necesaria, y que, con el paso del tiempo, ha emponzoñado los recelos.  En este trabajo se recoge con la contundencia de las estadísticas, las evoluciones de una provincia periférica frente a las de la capital, de mano de un acreditado economista paisano, Julio Lago, que en el manejo estadístico, huye de la poética numérica y hace prosa radical de los favoritismos.

 

El testimonio periodístico del diario se focalizó en la edición de su dominical con portada alegórica de rosas marchitas como aviso a un trabajo de campo sobre los efectos de la pandemia en la localidad de La Bañeza, una de las más castigadas por la COVID. Entre líneas era fácil leer el grado de virulencia con el que una catástrofe como aquella, puede castigar territorios debilitados en censo y edad como León. A cambio, la respuesta de los dirigentes autonómicos ha sido más indiferencia y olvido. Idiocia suprema de la mala política desconocer que el desinterés hacia los territorios es la cocina en la que se guisan las soluciones individualistas. A León se la ha enseñado a (sobre)vivir desde la singularidad provinciana. La pluralidad comunitaria de la ligazón castellana ha pasado de largo demasiadas veces.

 

El alegato que aquí se expone necesita dosis de victimismo. Pero ese reconocimiento no difumina la otra cara de la moneda: el conformismo o la resignación. El leonés es hombre de virtudes reconocidas en unos adentros llenos de honorabilidad: trabajo y palabra nos hacen como somos, fiables, honrados, coherentes. No son atributos baladíes. Pero, a cambio, nos hemos quedado en el medio camino del emprendimiento y del riesgo. Somos población indolente y anclada en tradiciones e instituciones ajadas por el tiempo.  

 

Este verano, un escritor del territorio leonés (le desagrada la designación de provincia), Juan Pedro Aparicio, ofreció una clave de la esencia de este paisanaje. Distinguía entre el residente y el exiliado leoneses. El primero, conformista; el segundo, quizá impulsado por los entusiasmos de los nuevos destinos, muda a reivindicativo del temperamento leonés.

 

El también escritor Julio Llamazares nos describió hace tiempo la palabra “morugo” para describir una tipología leonesa de hombre o mujer de bondadosa cabezonería, pero desconfiados hacia sucesos vitales y costumbristas que no le resultan familiares.

 

El actual regidor de León, José Antonio Díez, la cabeza visible de la autonomía leonesa, es un Quijote contra los molinos de viento metamorfoseados en gigantes por los réditos que se presumen instantáneos a través de las urnas. No ha ocultado la obra titánica del empeño. Otra de nuestras virtudes es el pragmatismo bien entendido.

 

El relato quedaría incompleto sin la obligada autocrítica, el examen de conciencia, primer paso para cumplir con el más laico de los sacramentos. Y aquí empieza la historia de la que puedo apropiarme. Como periodista de sentimiento leonés residente (y nacido y censado) en Madrid, no soy indiferente a mi tierra de sangre. Un maestro de mi profesión, leonés naciente y ejerciente, como Félix Pacho Reyero, me comentó, entre bromas y entre veras, que tenía numerado un censo de más de ciento sesenta colegas paisanos en la capital. Aquello podía ser una cantera influyente a favor de la región.

 

Con esa idea, en 1997, se constituyó el Círculo de Periodistas Leoneses en Madrid, secundado por una numerosa representación de la lista de Pacho. En poco tiempo quedó constituida una especie de directiva, en la que asumí el papel de secretario. En ejercicio activo aún de mi profesión, me entregué a la labor de ser profeta en la tierra de la víscera. De ese entusiasmo participó aquella dirección con propuestas y tormentas de ideas.

 

Una de nuestras actividades más visibles fue la organización de encuentros a mesa y mantel en la Casa de León con celebridades de la tierra o vinculadas a ella, sin menospreciar las frecuentes comidas entre nosotros para reforzar camaradería. Se produjo durante años un continuo desfile de figuras de la primera línea política, cultural, deportiva y del espectáculo. Citar todos los nombres llenaría páginas.

 

Con el tiempo, la actividad fue decayendo hasta el total ostracismo. Como sin darnos cuenta nos convertimos en los morugos retratados por Llamazares. Desidia y olvido, incluso del objetivo social que fue León, del que no recibimos ni una sola ayuda material ni anímica de sus instituciones. La política circuló por las alcantarillas de las que emerge ese león, felino real, en una plaza de la ciudad.

 

Hicimos un provecho muy simple de las tecnologías. Nacho Alonso administró un WhatsApp de grupo para coordinar iniciativas en pro de la tierra. Aquello no tardó en convertirse en una tribuna de publicidad individual y de apología partidista, ignorando, pese a los reiterados avisos, la variedad de sensibilidades que confluían en nuestro grupo. El orgullo por nuestra hazaña superó la solidez, incluso la liquidez, para hacerse vapor. Caricatura del León de hoy.

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