El rito del encuentro
Tiempos de conflictos, de desencuentros, de chulos, de matones, de sujetos que escarnecen al ser humano y toman medidas arbitrarias, ignorando o pasándose por alto las leyes, los derechos…
Tiempos difíciles, si tomáramos prestado el hermoso título de Charles Dickens (ah, si quieren iniciarse en este autor, comiencen con la lectura de la sobrecogedora ‘Grandes esperanzas’), una novela que estaba entre los títulos de esas bibliotecas que las Misiones Pedagógicas llevaban a los pueblos, para que nuestros campesinos se adentraran en el mundo de la cultura y de la literatura.
Tiempos difíciles, sí, del “y tú más”. Y si tú subes, yo reduplico. Y da igual que tiemblen los cimientos de la humanidad. El ser humano escarnecido en cárceles centroamericanas. Ese ser humano que, con una enorme piedad, encapsulaba, para protegerlo, nuestro extraordinario artista Darío Villalba.
¿Cómo arbitrar, hoy, medidas de protección para esa humanidad abandonada, desprotegida, desamparada…, por tantas causas y por tantos motivos? Cuando las ayudas de un país todopoderoso se han eliminado de un plumazo, cuando se expulsa sin más a migrantes, para conducirlos encadenados a cárceles inhumanas, cuando se aniquila sin más a un pueblo como el palestino… y así podríamos seguir hasta el infinito.
Parece que no acabamos de conectar los padecimientos y muerte de Cristo, que celebramos estos días, más en clave turística y económica que en ningún otro sentido, con los padecimientos y muerte de tantos seres humanos en nuestro presente; nosotros, que vivimos en el segmento más confortable del planeta y que parece que nada nos atañera.
Pero, en este tiempo de desencuentros, en este tiempo de ruidos y furias, en este tiempo agresivo y belicoso, en ese tránsito imperceptible entre la Semana Santa y la Pascua, en nuestro mundo rural sobre todo, nuestras gentes celebran un rito desde antiguo, que es el rito del encuentro.
Las mujeres, tras una imagen cubierta de la Virgen, salen de la iglesia y van por un lado; los hombres, por otro, con la imagen del resucitado también cubierta; hasta juntarse todos en la plaza, o en un lugar emblemático del pueblo, donde se produce el encuentro, el abrazo, la lógica de la resurrección, de la fraternidad. Y suenan las campanas en clave gozosa. Y se proclama el “ha resucitado”. Y se descubren o destapan las imágenes. Y comienzan los cánticos.
Traslademos ese simbolismo del encuentro, de la alegría, de la aceptación del tiempo nuevo del entendimiento, de la aceptación de los otros, al mundo en que vivimos. Y seamos consecuentes. Y actuemos en consecuencia.
Porque, si no, qué más dan los ritos. Si no somos consecuentes con ellos, con lo que significan, son meras rutinas, meros gestos y actos vacíos, carentes de toda significación.
Ah, si en este tiempo desenfrenado de desencuentros y de tantas deshumanizaciones, aplicáramos esa otra lógica de la fraternidad que marcan los ritos del encuentro que, en nuestro mundo rural sobre todo, en estos días celebramos.
Tiempos de conflictos, de desencuentros, de chulos, de matones, de sujetos que escarnecen al ser humano y toman medidas arbitrarias, ignorando o pasándose por alto las leyes, los derechos…
Tiempos difíciles, si tomáramos prestado el hermoso título de Charles Dickens (ah, si quieren iniciarse en este autor, comiencen con la lectura de la sobrecogedora ‘Grandes esperanzas’), una novela que estaba entre los títulos de esas bibliotecas que las Misiones Pedagógicas llevaban a los pueblos, para que nuestros campesinos se adentraran en el mundo de la cultura y de la literatura.
Tiempos difíciles, sí, del “y tú más”. Y si tú subes, yo reduplico. Y da igual que tiemblen los cimientos de la humanidad. El ser humano escarnecido en cárceles centroamericanas. Ese ser humano que, con una enorme piedad, encapsulaba, para protegerlo, nuestro extraordinario artista Darío Villalba.
¿Cómo arbitrar, hoy, medidas de protección para esa humanidad abandonada, desprotegida, desamparada…, por tantas causas y por tantos motivos? Cuando las ayudas de un país todopoderoso se han eliminado de un plumazo, cuando se expulsa sin más a migrantes, para conducirlos encadenados a cárceles inhumanas, cuando se aniquila sin más a un pueblo como el palestino… y así podríamos seguir hasta el infinito.
Parece que no acabamos de conectar los padecimientos y muerte de Cristo, que celebramos estos días, más en clave turística y económica que en ningún otro sentido, con los padecimientos y muerte de tantos seres humanos en nuestro presente; nosotros, que vivimos en el segmento más confortable del planeta y que parece que nada nos atañera.
Pero, en este tiempo de desencuentros, en este tiempo de ruidos y furias, en este tiempo agresivo y belicoso, en ese tránsito imperceptible entre la Semana Santa y la Pascua, en nuestro mundo rural sobre todo, nuestras gentes celebran un rito desde antiguo, que es el rito del encuentro.
Las mujeres, tras una imagen cubierta de la Virgen, salen de la iglesia y van por un lado; los hombres, por otro, con la imagen del resucitado también cubierta; hasta juntarse todos en la plaza, o en un lugar emblemático del pueblo, donde se produce el encuentro, el abrazo, la lógica de la resurrección, de la fraternidad. Y suenan las campanas en clave gozosa. Y se proclama el “ha resucitado”. Y se descubren o destapan las imágenes. Y comienzan los cánticos.
Traslademos ese simbolismo del encuentro, de la alegría, de la aceptación del tiempo nuevo del entendimiento, de la aceptación de los otros, al mundo en que vivimos. Y seamos consecuentes. Y actuemos en consecuencia.
Porque, si no, qué más dan los ritos. Si no somos consecuentes con ellos, con lo que significan, son meras rutinas, meros gestos y actos vacíos, carentes de toda significación.
Ah, si en este tiempo desenfrenado de desencuentros y de tantas deshumanizaciones, aplicáramos esa otra lógica de la fraternidad que marcan los ritos del encuentro que, en nuestro mundo rural sobre todo, en estos días celebramos.