Tomás Néstor Martínez
Domingo, 02 de Marzo de 2014
Entre la vigilia y el letargo: Claridad. Entre la vida y el adiós: Tiempo para la palabra.
En torno a 'Las pequeñas espinas son pequeñas', de Raquel Lanseros
La aparición de un nuevo poemario siempre es saludo y adiós: saluda la palabra y se despide un tiempo; con una mano acoge el saludo y lo pasa a la otra que lo entrega al tiempo de la espera.
Los poemas de este libro van reuniendo luz, memoria, consciencia de que cada instante se convierte en apuesta atrevida y nuevo esquema de inesperada arquitectura. Aquí afluyen y quedan convocados los manantiales de ese yo poético que busca e indaga sin desecar la fuente.
La escritura y la mirada, aquí y ahora, juegan a crear; esta última crea y aquélla, la escritura, (re)crea: "He andado de puntillas por tus ojos y sé / que la mirada ensancha la memoria". Si la mirada no alcanza o vaga en la amplitud del horizonte hasta anegarse, si la mirada huye sin rumbo por doquier difícilmente será útil o necesaria al creador, en nada facilitará la llegada de la palabra precisa para abordar el tiempo y entretenerlo durante el proceso de creación."¿Existirá la piedra cuando nadie la mire? / Habría de existir yo si tú no dieras fe?" Lo existente y lo representado se igualan, añade la poeta; se conjugan solidarios para alcanzar la realidad poética, la que alumbra sugerente en los versos. A éstos se sumarán la posibilidad y el atrevimiento de "verdad", si es que de su existencia se pudiera constatar algún detalle significativo o cierta evidencia; mas, ahí ha de acudir la palabra con su fuerza para generar algún tipo de ¿verdad?: "La verdad no está en nadie, pero acaso / las palabras pudieran engendrarla". Al menos, también ahora, será capaz de perdurar la palabra que, fijada a la escritura, detiene el tiempo y asusta al Poder temeroso de la presencia de testigos. "... / la escritura eterniza el instante, / ofreciéndolo intacto a los siglos venideros. / Los vestigios escritos abren paso a la Historia".
¿La respetarán siempre en sus textos?
¿Y el origen, ya herencia de los antepasados? El arraigo más firme que permite al hombre caminar y sentirse parte integrante de un territorio, de un tiempo, mantener cierta identidad no mitológica o falseada lo hallará en la mirada hacia quienes ocuparon ese territorio y se asentaron en el tiempo. De aquellos sigue recibiendo la memoria fijada en un origen; ésta con su presencia evita el vacío que todo
olvido o silencio provocan.
Y la poeta es consciente del recorrido hasta este ahora; así lo reconoce, "Vengo desde muy lejos a contaros mi historia", historia colectiva conformada desde la confluencia de tantas otras individuales: "Quizá porque uno solo es todos juntos, / somos hoy más que nunca". Ahí se hallan el anclaje y la raíz que sustentan y fijan al ser humano a un espacio que ha sido ya vivido, también modificado, evitando así cualquier tipo de orfandad y desmemoria; sabiendo siempre que el pasado y el tiempo presente los disfrutamos, que son un crédito que ha de ser transmitido a los siguientes.
Entre la inquietud reflexiva y el transcurrir de la cotidianeidad -"No me importa esperar: soy la creación"- aparecen versos entretejidos en los poemas -"te sumergiste al fondo del agua que me puebla", "Ya no te escondas. Ven, que me atenaza / el rumbo ciego de esta tentativa - que discurren envueltos en una mística civil, laica, de sensualidad sublimada, transubstanciada para alcanzar la cima, a veces escarpada, -"...mira cómo te busco en esta momentánea eternidad"- a la que aspiran los amantes embebidos en una mismidad enajenante confundiendo presencia y ausencia con recuerdo. "Aunque ya te hayas ido sigues manando ausente, / recorres la espesura y riegas el silencio". Así, durante el recorrido, ignoran el paso del tiempo, siempre ajenos a la aspiración y al gozo ya alcanzado o esperado, "Los minutos / nunca saciaban su hambre".
Como trasfondo inmune, inevitable, el devenir con acompañamiento de la muerte, que nunca olvida, que no se ausenta. Su presencia, no deseada e inhóspita, acampa como una obsesión al lado de la vida en numerosos poemas, "La muerte es un amante insobornable / que ignora veleidades en lo lúbrico" ¡Qué inútil detenerse a pensar la eternidad!, ¡qué lástima aspirar al sueño de la trascendencia!
"Las pequeñas espinas son pequeñas" guarda imágenes depuradas, esenciales, nunca volcánicas; indaga en la búsqueda de alguna luz, procura trascender la decadencia. Mantiene secreta la esperanza de contemplar algún día, con ayuda del tiempo, las metáforas como realidad y certeza, no como simple vanidad creativa.
Y concluye el libro con un verso que no quiere ser dogmático, sino vitalista y sugerente, "No hay verdad más profunda que la vida".
Ahí ha de situar el ser humano su asentamiento, en la vida. Acaso haya de acogerse a esa vida como refugio y, tal vez, como disculpa para cualquier sin embargo.
![[Img #8037]](upload/img/periodico/img_8037.jpg)
La aparición de un nuevo poemario siempre es saludo y adiós: saluda la palabra y se despide un tiempo; con una mano acoge el saludo y lo pasa a la otra que lo entrega al tiempo de la espera.
Los poemas de este libro van reuniendo luz, memoria, consciencia de que cada instante se convierte en apuesta atrevida y nuevo esquema de inesperada arquitectura. Aquí afluyen y quedan convocados los manantiales de ese yo poético que busca e indaga sin desecar la fuente.
La escritura y la mirada, aquí y ahora, juegan a crear; esta última crea y aquélla, la escritura, (re)crea: "He andado de puntillas por tus ojos y sé / que la mirada ensancha la memoria". Si la mirada no alcanza o vaga en la amplitud del horizonte hasta anegarse, si la mirada huye sin rumbo por doquier difícilmente será útil o necesaria al creador, en nada facilitará la llegada de la palabra precisa para abordar el tiempo y entretenerlo durante el proceso de creación."¿Existirá la piedra cuando nadie la mire? / Habría de existir yo si tú no dieras fe?" Lo existente y lo representado se igualan, añade la poeta; se conjugan solidarios para alcanzar la realidad poética, la que alumbra sugerente en los versos. A éstos se sumarán la posibilidad y el atrevimiento de "verdad", si es que de su existencia se pudiera constatar algún detalle significativo o cierta evidencia; mas, ahí ha de acudir la palabra con su fuerza para generar algún tipo de ¿verdad?: "La verdad no está en nadie, pero acaso / las palabras pudieran engendrarla". Al menos, también ahora, será capaz de perdurar la palabra que, fijada a la escritura, detiene el tiempo y asusta al Poder temeroso de la presencia de testigos. "... / la escritura eterniza el instante, / ofreciéndolo intacto a los siglos venideros. / Los vestigios escritos abren paso a la Historia".
¿La respetarán siempre en sus textos?
¿Y el origen, ya herencia de los antepasados? El arraigo más firme que permite al hombre caminar y sentirse parte integrante de un territorio, de un tiempo, mantener cierta identidad no mitológica o falseada lo hallará en la mirada hacia quienes ocuparon ese territorio y se asentaron en el tiempo. De aquellos sigue recibiendo la memoria fijada en un origen; ésta con su presencia evita el vacío que todo
olvido o silencio provocan.
Y la poeta es consciente del recorrido hasta este ahora; así lo reconoce, "Vengo desde muy lejos a contaros mi historia", historia colectiva conformada desde la confluencia de tantas otras individuales: "Quizá porque uno solo es todos juntos, / somos hoy más que nunca". Ahí se hallan el anclaje y la raíz que sustentan y fijan al ser humano a un espacio que ha sido ya vivido, también modificado, evitando así cualquier tipo de orfandad y desmemoria; sabiendo siempre que el pasado y el tiempo presente los disfrutamos, que son un crédito que ha de ser transmitido a los siguientes.
![[Img #8039]](upload/img/periodico/img_8039.jpg)
Entre la inquietud reflexiva y el transcurrir de la cotidianeidad -"No me importa esperar: soy la creación"- aparecen versos entretejidos en los poemas -"te sumergiste al fondo del agua que me puebla", "Ya no te escondas. Ven, que me atenaza / el rumbo ciego de esta tentativa - que discurren envueltos en una mística civil, laica, de sensualidad sublimada, transubstanciada para alcanzar la cima, a veces escarpada, -"...mira cómo te busco en esta momentánea eternidad"- a la que aspiran los amantes embebidos en una mismidad enajenante confundiendo presencia y ausencia con recuerdo. "Aunque ya te hayas ido sigues manando ausente, / recorres la espesura y riegas el silencio". Así, durante el recorrido, ignoran el paso del tiempo, siempre ajenos a la aspiración y al gozo ya alcanzado o esperado, "Los minutos / nunca saciaban su hambre".
Como trasfondo inmune, inevitable, el devenir con acompañamiento de la muerte, que nunca olvida, que no se ausenta. Su presencia, no deseada e inhóspita, acampa como una obsesión al lado de la vida en numerosos poemas, "La muerte es un amante insobornable / que ignora veleidades en lo lúbrico" ¡Qué inútil detenerse a pensar la eternidad!, ¡qué lástima aspirar al sueño de la trascendencia!
"Las pequeñas espinas son pequeñas" guarda imágenes depuradas, esenciales, nunca volcánicas; indaga en la búsqueda de alguna luz, procura trascender la decadencia. Mantiene secreta la esperanza de contemplar algún día, con ayuda del tiempo, las metáforas como realidad y certeza, no como simple vanidad creativa.
Y concluye el libro con un verso que no quiere ser dogmático, sino vitalista y sugerente, "No hay verdad más profunda que la vida".
Ahí ha de situar el ser humano su asentamiento, en la vida. Acaso haya de acogerse a esa vida como refugio y, tal vez, como disculpa para cualquier sin embargo.