Rosario y María Luisa Alonso Panero. Sobrinas carnales de Leopoldo Panero, nacidas en las Islas Canarias
Jueves, 06 de Marzo de 2014
Historia de dos poemas
![[Img #8112]](upload/img/periodico/img_8112.jpg)
Un dieciocho de diciembre, nuestro tío Leopoldo nos envió dos poesías muy especiales. Era el año 1957, llegaba la Navidad y ya teníamos nuestro regalo. En Madrid, todo brillaba y con seguridad caerían copos de nieve. En esos días tan entrañables nos imaginábamos a nuestro tío sentado en el ya famoso comedor de su casa de la calle Ibiza de Madrid, (famoso porque allí se reunían grandes artistas: poetas, pintores, escultores… y se hacían tertulias interminables según nos contaba nuestra tía Felicidad).
Tío Leopoldo había mecanografiado en su máquina Olivetti los poemas que con tanto cariño nos había escrito nuestro primo Leopoldo María, por entonces un niño de muy poquitos años. Hasta ese momento nuestro tío no se había atrevido hacer pública esta faceta tan temprana de escribir poesías de Leopoldo María. El 'niño poeta' le inquietaba. Pero, lleno de ternura por la iniciativa de dedicarnos esas preciosas poesías, nos las enviaba a Santa Cruz de Tenerife en la Navidad del año cincuenta y siete. Nosotras éramos unas niñas de siete años, y Leopoldo María tenía nueve. En Santa Cruz, también había muchas luces y árboles de Navidad, y belenes. Lo Divino se cantaba por las casas, y salíamos a dar el aguinaldo: dinero, comida y bebida. En lugar de la nieve, lucía siempre un sol brillante, y las Ramblas estaban llenas de palmeras y flores de pascua. En nuestra casa de Martín Bencomo todo era alegría, a nuestros padres les encantaba que celebráramos la Navidad y los Reyes Magos. La casa se llenaba de buenísimos aromas que salían de la cocina, y llegaban unas cestas preciosas con grandes lazos repletas de cosas buenas: jamones, salchichones, turrones, peladillas, polvorones... Y ese año llegaron también nuestras poesías; las que le inspiramos a nuestro primo uno de esos veranos que fuimos a pasar con ellos a la 'Casa del Monte' en Castrillo de las Piedras, muy cerquita de Astorga, con nuestros padres y nuestro hermano Juan. Recordamos que hicimos una excursión preciosa junto al río; yo me entretenía con los rosales –el aroma de las rosas nos encantaba– y Marisa, mi hermana, metía las manos en el río y jugaba con el agua. Entonces, un pececito le mordió un dedo. Todos reíamos al ver su cara de asombro. Leopoldo María retuvo en su memoria todos esos momentos, y más tarde dedicó a Charito su poema Las Rosas y a Marisa su poema El Río.
Y así terminamos la tierna anécdota de unos poemas inéditos de nuestro primo, mecanografiados y enviados en Navidad de 1957 por nuestro propio tío Leopoldo, un hombre bueno, noble y cariñoso con los niños. Tuvimos la gran suerte de poder ver y tratar a Leopoldo varias veces, ya que nosotros vivíamos en Canarias cuando él venía de paso por las Islas. Le recordamos tan atractivo… con su traje blanco de verano, su paso pausado, y siempre un cigarro en la mano. Nos parecía, tan grande... nos besaba mucho. En el verano de 1962, su imagen se esfumó para siempre; ya no pudimos abrazarlo nunca más. Su recuerdo quedó vagando por aquellas tierras del Monte en Castrillo, entre las encinas y en esas tierras que tanto amó y plasmó en sus poesías. Hoy sólo nos queda su recuerdo, y sus maravillosos poemas.
Intimamos con nuestra tía Felicidad, con nuestros primos: Juan Luis, Leopoldo María y Michi desde el año 1962 a 1968, cuando vivimos en Madrid. Nos reuníamos toda la familia en nuestra casa de Vallehermoso; se hablaba mucho, comíamos bebíamos, éramos felices; y el nombre de nuestro tío siempre estaba en el aire como si nunca se hubiera ido. Así queremos recordarlo en su centenario, como si el tiempo se hubiera detenido... Y regresamos a la Navidad del año 2009 recordando el pasado que nunca muere.
Los poemas
![[Img #8112]](upload/img/periodico/img_8112.jpg)
Un dieciocho de diciembre, nuestro tío Leopoldo nos envió dos poesías muy especiales. Era el año 1957, llegaba la Navidad y ya teníamos nuestro regalo. En Madrid, todo brillaba y con seguridad caerían copos de nieve. En esos días tan entrañables nos imaginábamos a nuestro tío sentado en el ya famoso comedor de su casa de la calle Ibiza de Madrid, (famoso porque allí se reunían grandes artistas: poetas, pintores, escultores… y se hacían tertulias interminables según nos contaba nuestra tía Felicidad).
Tío Leopoldo había mecanografiado en su máquina Olivetti los poemas que con tanto cariño nos había escrito nuestro primo Leopoldo María, por entonces un niño de muy poquitos años. Hasta ese momento nuestro tío no se había atrevido hacer pública esta faceta tan temprana de escribir poesías de Leopoldo María. El 'niño poeta' le inquietaba. Pero, lleno de ternura por la iniciativa de dedicarnos esas preciosas poesías, nos las enviaba a Santa Cruz de Tenerife en la Navidad del año cincuenta y siete. Nosotras éramos unas niñas de siete años, y Leopoldo María tenía nueve. En Santa Cruz, también había muchas luces y árboles de Navidad, y belenes. Lo Divino se cantaba por las casas, y salíamos a dar el aguinaldo: dinero, comida y bebida. En lugar de la nieve, lucía siempre un sol brillante, y las Ramblas estaban llenas de palmeras y flores de pascua. En nuestra casa de Martín Bencomo todo era alegría, a nuestros padres les encantaba que celebráramos la Navidad y los Reyes Magos. La casa se llenaba de buenísimos aromas que salían de la cocina, y llegaban unas cestas preciosas con grandes lazos repletas de cosas buenas: jamones, salchichones, turrones, peladillas, polvorones... Y ese año llegaron también nuestras poesías; las que le inspiramos a nuestro primo uno de esos veranos que fuimos a pasar con ellos a la 'Casa del Monte' en Castrillo de las Piedras, muy cerquita de Astorga, con nuestros padres y nuestro hermano Juan. Recordamos que hicimos una excursión preciosa junto al río; yo me entretenía con los rosales –el aroma de las rosas nos encantaba– y Marisa, mi hermana, metía las manos en el río y jugaba con el agua. Entonces, un pececito le mordió un dedo. Todos reíamos al ver su cara de asombro. Leopoldo María retuvo en su memoria todos esos momentos, y más tarde dedicó a Charito su poema Las Rosas y a Marisa su poema El Río.
Y así terminamos la tierna anécdota de unos poemas inéditos de nuestro primo, mecanografiados y enviados en Navidad de 1957 por nuestro propio tío Leopoldo, un hombre bueno, noble y cariñoso con los niños. Tuvimos la gran suerte de poder ver y tratar a Leopoldo varias veces, ya que nosotros vivíamos en Canarias cuando él venía de paso por las Islas. Le recordamos tan atractivo… con su traje blanco de verano, su paso pausado, y siempre un cigarro en la mano. Nos parecía, tan grande... nos besaba mucho. En el verano de 1962, su imagen se esfumó para siempre; ya no pudimos abrazarlo nunca más. Su recuerdo quedó vagando por aquellas tierras del Monte en Castrillo, entre las encinas y en esas tierras que tanto amó y plasmó en sus poesías. Hoy sólo nos queda su recuerdo, y sus maravillosos poemas.
Intimamos con nuestra tía Felicidad, con nuestros primos: Juan Luis, Leopoldo María y Michi desde el año 1962 a 1968, cuando vivimos en Madrid. Nos reuníamos toda la familia en nuestra casa de Vallehermoso; se hablaba mucho, comíamos bebíamos, éramos felices; y el nombre de nuestro tío siempre estaba en el aire como si nunca se hubiera ido. Así queremos recordarlo en su centenario, como si el tiempo se hubiera detenido... Y regresamos a la Navidad del año 2009 recordando el pasado que nunca muere.
Los poemas
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