Ramón Núñez
Domingo, 04 de Mayo de 2014
Prosa fantástica

De como se nace, vive y muere sin haber nacido, vivido y muerto

El año 1977 debió de ser un año fantástico en la vida de Ramón Núñez. A la vez que trabajaba como fotógrafo de prensa para 'Efe' y otros diarios regionales, realizó una serie fotográfica todavía hoy desconocida para el público y que él mismo encuadra dentro del surrealismo. De ese año son estos escritos automáticos o surrealistas que sorprenden por lo inesperado e improbable y que bien pudieran ilustrar o ser ilustrados por las mentadas fotografías. El texto consta de tres partes: Nacimiento, juventud y muerte, de las que ahora publicamos tan solo dos de ellas.

 

[Img #9308]



NACIMIENTO

 

Debió de ser así, aunque no pueda comprenderlo ni expresarlo de una manera clara, puesto que los ojos permanecían cerrados y nadie de la casa le explicará el porqué de esas puertas que en ese mismo día no pudieron aguantar todas las vocales del estallido pena alegría. Tampoco puede deciros qué se sentía al mirar desde las orillas y preguntar u odiar, sin haber conocido los sentimientos. Quizá nada de esto fue cierto, o es que la tarde, más tarde lo ahogó sin sentirlo, y lo adormeció en un sueño de años podridos o esterilizados en agua dulce, quizá de sueños...

 

Las ventanas de las habitaciones se convirtieron en mariposas que recorrían el pequeño cuerpo, lamían la sangre o limpiaban los platos de los ojos; mientras el armario con aire de desconfiado miraba con extremo vaho, los diminutos hogares sexuales.

 

Se sabía que no se podía molestar, o no se molestaba por saber que no se podía molestar, pero no se podía saber; quede bien entendido si por molestar se alude al llorar de un niño en una ventana vestido de mariposa.

 

Nunca, ni las patas que por primera vez vio, le resultaron familiares ¿Cómo lo comprenderíais?; seguía jugando, caminando, llorando. Seguía su vida y su otra vida de feto, en el lugar que alguien debió de llamar cuna, para otros el culo de la luna, aunque pudiera haber sido igual aun con no ser.

 

Las sillas, una tras otra tejiendo, pelotones de sillas, esas sillas que en las tardes de invierno le introducían en unas cuevas blancas, o en las blancas sábanas, que desde dentro se convertían en hogar o carromato, o en la tienda de un indio solitario. En una habitación cerrada, rodeada de tardes de verano con fantasías de libertad, de pensar en el mañana. Allí jugando a ser quien pudiera nunca pensó que estaba solo.



[Img #9307]




MUERTE


Todo fue tan rápido que sin querer me vi atravesando aquellos pueblos, reservas que eran de todo lo que la sociedad en aquel momento no podía permitirse. Otro en mi lugar hubiese vomitado en los vasos acomodados a tal efecto.


Seres deformes, a la vez tan deseosos de amor o de sangre, subidos a los tejados, clavándose tijeras en los muslos.


Era una noche placentera, dulce y suave, cuando decidimos adentrarnos en aquel bosque. Miles de letreros prohibían la entrada con frases a cada cual más ingeniosas. Ninguno de los presentes estaba dispuesto a respetar ninguna prohibición; nadie dio la orden, y todos comenzaron a orinar sobre las vallas protectoras.


No lloverá, puesto que la luna brilla, y miles de estrellas adornaban el cielo azul sobre el que se recortaban los pinos y los abetos con aptitudes amedrentadoras.


Hagamos un puente para romper esta cadena, pasad todos bajo mis piernas, decía el de la cabellera intermitente; y así fue como de uno en uno empezamos a ‘rectar’ por aquel camino claro. Otros sin embargo tomaban la resolución de adoptar gafas oscuras, o bien cerrar los ojos.


El juego consistía en una maniobra clara de sentirse indefensos; nos abotonaríamos las chaquetas y nos esconderíamos, intentando cada cual transformarse en su animal preferido. Solo dos de los presentes lograron esta metamorfosis, pasando a ser simples lobos a los lados del camino.


Cuando alguien tiene que hacerse el muerto, debe de morir al menos unos instantes, procurando despertarse antes de que se le acaben los recursos a las personas amadas. Iba a ser enterrado a mi mano izquierda, depositado con sumo cuidado sobre la escasa vegetación. Sentía que aquella noche era especial, y tan simple como para no volver a saber nunca más de ella.


En el preciso momento en que el suelo era arañado por manos extrañas, comprendí la verdad; estaba rodeado de mi mismo por todas las partes ¿Cuál seria mi intención acerca de este acto? ¿Sería yo quien habría de cubrir mi cuerpo?

“Deseo que me arrojen al mar”.


Aquella no era mi voz, pude comprenderlo mas tarde, cuando el olor a incienso cubría todo el bosque. Miles de personas venían en mi busca, portando objetos extraños de formas diversas, y entonando una alegre melodía acerca de lo acontecido en aquellos parajes cuando todavía ellos no habían nacido. Pasaron a mí lado intentando comprender que no me veían; el último de la marcha portaba en sus manos una enorme fogata, en la cual se asaba un suculento cochinillo.


No me voy a pasar aquí la noche, me decía con ánimo de buscar una solución. ¿Donde habré dejado las llaves? El canario se quedará sin alpiste. Tengo todos los objetos desparramados por la ciudad, nunca podré recuperarlos.

Otras, la mayoría de las veces, caía en un silencio profundo y me ponía a bien con mis causas. Era terrible que nunca pudiera comprender el juego de las sesenta cerillas.


¿Porqué tenia secretos con el dedo meñique del pie?

¿Por qué me sentía mal ante esas personas satíricas, a las cuales creía sabedoras de toda la ciencia?


Debo de dormir hasta el amanecer, quizá entonces encuentre el camino de vuelta, o un parque de atracciones, para poder preguntar la hora.



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