La atención
José Luis Puerto (*)
![[Img #9561]](upload/img/periodico/img_9561.jpg)
Acuden las palabras, algunas determinadas palabras, con la melodía del espíritu que llevan en su corazón. Y lo hacen como impulsadas por algún oleaje secreto que las trajera hasta nosotros.
En este último tiempo, es el sintagma 'la atención' el que nos visita, con su clara melodía de sílabas generosas, en un tiempo precario de tantos desatentos, pero en un momento también en el que algunas semillas de fraternidad parecen estar dando algunos de sus frutos.
Primero escuchamos el rumor de Simone Weil, la pensadora judía que quiso encarnar su existir en el sufrimiento humano, en la condición obrera, una de las formas contemporáneas –desde el XIX hasta hoy mismo- del sometimiento; pero que también advirtió que era de una importancia muy grande la búsqueda de la gracia para dignificar y sacudirnos ese sometimiento con que los poderes de todo tipo tratan de hacernos perder nuestra conciencia, como requisito previo para una deshumanización programada.
Simone Weil vincula la atención con el amor. Para ella, la atención es un modo de amor. “El amor es la atención”, nos indica, en un enunciado aforístico lleno de resonancias. Amar consistiría entonces en estar atentos, en no desentenderse, en no mirar para otro lado, en vincularnos con el sufrimiento y la desdicha de los otros, en mantenernos en el territorio de la dignidad, para que no desahucien a nadie de tal territorio, para que no recorten esa melodía tan clara que todos merecemos. El amor es la atención. No existe amor sin ella.
Pero, poco después, ese oleaje secreto que acarrea la vida psíquica, la vida del espíritu, traía hasta nuestras playas otra melodía en la que el sintagma 'la atención' volvía a estar presente. Y, en esa ocasión vinculaba la atención con lo sagrado, al asociarla nada menos que con la oración y la plegaria.
Venía tal oleaje de la mano de Claudio Magris, el autor de esa obra río que es 'Danubio', donde hay un itinerario fluvial que es, al tiempo, corriente de la conciencia y corriente de la historia, ese río que nos lleva de que José Luis Sampedro hablara.
La atención y lo sagrado. La atención y la súplica. Indica Claudio Magris: “La atención, se ha dicho, es una forma de plegaria”. Atender es orar, es suplicar, es invocar a eso que de divino se encuentra y habita en los otros, en los más desatendidos, en los dejados a la intemperie, en los abandonados. Estar atentos a esa melodía que esconden quienes viven obligados a existir en el subsuelo de la precariedad. Tendríamos que convertir nuestro estar en el mundo en una plegaria, en una pequeña oración, como el modo acaso más eficaz para que el amor se manifieste, como el antídoto más valioso contra el mal.
De la mano de Simone Weil, de Claudio Magris, nos ha llegado, en este tiempo precario que vivimos, ese sintagma para despertarnos, 'la atención', para que no nos desentendamos de la gravedad de este momento, para que no miremos para otro lado, para que estemos codo con codo con el sufrimiento de los otros y mantengamos con ellos el territorio de la dignidad.
Porque la atención es un modo de súplica y, sobre todo, es un modo de amor.
(*) Poeta y etnógrafo
José Luis Puerto (*)
![[Img #9561]](upload/img/periodico/img_9561.jpg)
Acuden las palabras, algunas determinadas palabras, con la melodía del espíritu que llevan en su corazón. Y lo hacen como impulsadas por algún oleaje secreto que las trajera hasta nosotros.
En este último tiempo, es el sintagma 'la atención' el que nos visita, con su clara melodía de sílabas generosas, en un tiempo precario de tantos desatentos, pero en un momento también en el que algunas semillas de fraternidad parecen estar dando algunos de sus frutos.
Primero escuchamos el rumor de Simone Weil, la pensadora judía que quiso encarnar su existir en el sufrimiento humano, en la condición obrera, una de las formas contemporáneas –desde el XIX hasta hoy mismo- del sometimiento; pero que también advirtió que era de una importancia muy grande la búsqueda de la gracia para dignificar y sacudirnos ese sometimiento con que los poderes de todo tipo tratan de hacernos perder nuestra conciencia, como requisito previo para una deshumanización programada.
Simone Weil vincula la atención con el amor. Para ella, la atención es un modo de amor. “El amor es la atención”, nos indica, en un enunciado aforístico lleno de resonancias. Amar consistiría entonces en estar atentos, en no desentenderse, en no mirar para otro lado, en vincularnos con el sufrimiento y la desdicha de los otros, en mantenernos en el territorio de la dignidad, para que no desahucien a nadie de tal territorio, para que no recorten esa melodía tan clara que todos merecemos. El amor es la atención. No existe amor sin ella.
Pero, poco después, ese oleaje secreto que acarrea la vida psíquica, la vida del espíritu, traía hasta nuestras playas otra melodía en la que el sintagma 'la atención' volvía a estar presente. Y, en esa ocasión vinculaba la atención con lo sagrado, al asociarla nada menos que con la oración y la plegaria.
Venía tal oleaje de la mano de Claudio Magris, el autor de esa obra río que es 'Danubio', donde hay un itinerario fluvial que es, al tiempo, corriente de la conciencia y corriente de la historia, ese río que nos lleva de que José Luis Sampedro hablara.
La atención y lo sagrado. La atención y la súplica. Indica Claudio Magris: “La atención, se ha dicho, es una forma de plegaria”. Atender es orar, es suplicar, es invocar a eso que de divino se encuentra y habita en los otros, en los más desatendidos, en los dejados a la intemperie, en los abandonados. Estar atentos a esa melodía que esconden quienes viven obligados a existir en el subsuelo de la precariedad. Tendríamos que convertir nuestro estar en el mundo en una plegaria, en una pequeña oración, como el modo acaso más eficaz para que el amor se manifieste, como el antídoto más valioso contra el mal.
De la mano de Simone Weil, de Claudio Magris, nos ha llegado, en este tiempo precario que vivimos, ese sintagma para despertarnos, 'la atención', para que no nos desentendamos de la gravedad de este momento, para que no miremos para otro lado, para que estemos codo con codo con el sufrimiento de los otros y mantengamos con ellos el territorio de la dignidad.
Porque la atención es un modo de súplica y, sobre todo, es un modo de amor.
(*) Poeta y etnógrafo






