El caso Díez (una respiración a tientas)
El escritor y poeta asturiano reseña los dos últimos libros publicados por el poeta leonés Víctor M. Díez: “Escrito sonámbulo” y “Discurso privado”. (“Escrito sonámbulo”. Madrid: Amargord, 2013. “Discurso privado”. León: Eolas ediciones, 2013)
![[Img #10713]](upload/img/periodico/img_10713.jpg)
Por Fernándo Menéndez / Tam tam press
Víctor M. Díez (León, 1968) es un poeta de largo recorrido con nueve libros a sus espaldas. Y esto que acabo de decir no es, obviamente, noticia. Poetas que han publicado nueve libros (y más) los hay a docenas. Lo que sí es noticia es que esos nueve títulos de Díez guardan entre ellos tal grado de coherencia y correspondencias que sería oportuno ver cada uno de ellos como un episodio o fragmento de un proyecto global, de un empeño por construir un lenguaje alternativo y disonante; de aspirar a la singularidad en la expresión pero a lo comunitario en la mirada. Desde sus primeros versos, el poema para Díez es un lugar para el conflicto, no un refugio donde solazarse. A pesar de una trayectoria ya dilatada, estoy casi seguro de que buena parte de la comunidad lectora de poesía ignora o desconoce su nombre. Y de muchos de sus colegas de oficio, pues qué les voy a contar: ni es un peregrino de tertulias ni un ciberfetichista de blogs y redes sociales. Vamos, que por ahí lo tiene crudo. Pero la poesía vive antes y después de lo gremial; reside en lo que uno es capaz de crear a partir de un código tan común y consensuado como el idioma. Y en esto, en lo esencial, Víctor M. Díez es único.
Sus dos nuevos títulos: “Escrito sonámbulo” y “Discurso privado” ya condensan en sus enunciados una actitud genuina en el poeta leonés: vigilia, sospecha: “Y de nuevo quien trae la luz miente”, se dice en “Discurso privado.” Modulando una soledad imprescindible para lo poético, el autor de “Evaporado va” no pierde, sin embargo, la referencia de la calle, de lo próximo ajeno. En este sentido, su expresión es una expresión declaradamente política e intrincada a la vez con la levedad de lo lírico. La poesía de Díez pesa y se eleva del suelo al mismo tiempo.
En la nota que cierra “Escrito sonámbulo” se afirma que “A empujones, el escrito cobra vida en la cornisa de una lengua que lo abisma. Una respiración a tientas cruza estos tiempos menguantes sin poder asirse.”
En continua torsión de la sintaxis y del montaje versal, los poemas de ambos libros son “escrito”, son “discurso”, es decir, enumeran posibles acotaciones de lo que significan la escritura y la vida y que son emitidas al lector bajo un halo de incertidumbre, de especulación:
“una sombra tendida como de azúcares”,
“un milagro inverso y en ausencia”,
“teatro nuestro sin nosotros”.
Estamos ante una escritura que se disgrega, no que amontona ni recopila: “Imperativos del desorden. / Pequeños mundos abiertos, rotos. / Cáscaras de huevo / que reúnes cuando la soledad / no es una esfera perfecta.” Trashumar, pernoctar. Salir para después entrar. No juntar poemas por juntar sino construir un sistema poético: cada nuevo libro es una interrupción y a la vez una parte activa de un proceso. De ahí quizás y en parte el silencio estridente en torno a Víctor M. Díez: él vio un camino donde muchos de sus contemporáneos vieron un recinto; él abrazó la intemperie cuando muchos de sus contemporáneos se aseguraron un futuro. Sólo estos últimos son los que comen de la mano del canon establecido (ese centro administrativo que levantamos entre todos). El autor de “Escrito sonámbulo” pena por interpelar o incomodarse ante los ecos más intensos de la tradición oficial. “Elegir una poética es elegir un modo de estar en el mundo”, como afirma Miguel Casado en “Los artículos de la polémica y otros textos sobre poesía” (Biblioteca Nueva, 2005) y Víctor M. Díez elige el modo del “discurso que se vuelve hacia sí mismo para perseguir una identidad, que fracasa en su empeño y debe sostenerse en el filo de ese imposible, que rehúsa las trampas de la información clara y destapa su vacío, que para significar algo tiene que producir sentido múltiple que ya no controla… Se trata, por tanto –es preciso repetirlo–, de una postura existencial, ética, estética, en un solo gesto” (de nuevo Miguel Casado).
Pero el pasado (y el presente) siempre ha sido otro:
Yo he leído a quien defiende escribir un poema como quien resuelve un crucigrama.
Yo he escuchado a jovencitos avejentados mofarse públicamente del surrealismo.
Yo he visto continuamente cómo se llamaba experiencia a lo que simplemente era cursilería.
Díez se reconoce, entre otros, en Artaud, Rimbaud o Celan. De ello son clara prueba estos dos libros que aquí comento brevemente. Nunca se ha cuidado de la indefensión ni del cabo suelto. Forjó, libro a libro un “interior periférico”, un “cine cómico que da calambre”. Para él va esta definición que Patti Smith improvisó a propósito del grupo Television: “expresionistas románticos con ligero enfoque surrealista”.
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Por Fernándo Menéndez / Tam tam press
Víctor M. Díez (León, 1968) es un poeta de largo recorrido con nueve libros a sus espaldas. Y esto que acabo de decir no es, obviamente, noticia. Poetas que han publicado nueve libros (y más) los hay a docenas. Lo que sí es noticia es que esos nueve títulos de Díez guardan entre ellos tal grado de coherencia y correspondencias que sería oportuno ver cada uno de ellos como un episodio o fragmento de un proyecto global, de un empeño por construir un lenguaje alternativo y disonante; de aspirar a la singularidad en la expresión pero a lo comunitario en la mirada. Desde sus primeros versos, el poema para Díez es un lugar para el conflicto, no un refugio donde solazarse. A pesar de una trayectoria ya dilatada, estoy casi seguro de que buena parte de la comunidad lectora de poesía ignora o desconoce su nombre. Y de muchos de sus colegas de oficio, pues qué les voy a contar: ni es un peregrino de tertulias ni un ciberfetichista de blogs y redes sociales. Vamos, que por ahí lo tiene crudo. Pero la poesía vive antes y después de lo gremial; reside en lo que uno es capaz de crear a partir de un código tan común y consensuado como el idioma. Y en esto, en lo esencial, Víctor M. Díez es único.
Sus dos nuevos títulos: “Escrito sonámbulo” y “Discurso privado” ya condensan en sus enunciados una actitud genuina en el poeta leonés: vigilia, sospecha: “Y de nuevo quien trae la luz miente”, se dice en “Discurso privado.” Modulando una soledad imprescindible para lo poético, el autor de “Evaporado va” no pierde, sin embargo, la referencia de la calle, de lo próximo ajeno. En este sentido, su expresión es una expresión declaradamente política e intrincada a la vez con la levedad de lo lírico. La poesía de Díez pesa y se eleva del suelo al mismo tiempo.
En la nota que cierra “Escrito sonámbulo” se afirma que “A empujones, el escrito cobra vida en la cornisa de una lengua que lo abisma. Una respiración a tientas cruza estos tiempos menguantes sin poder asirse.”
En continua torsión de la sintaxis y del montaje versal, los poemas de ambos libros son “escrito”, son “discurso”, es decir, enumeran posibles acotaciones de lo que significan la escritura y la vida y que son emitidas al lector bajo un halo de incertidumbre, de especulación:
“una sombra tendida como de azúcares”,
“un milagro inverso y en ausencia”,
“teatro nuestro sin nosotros”.
Estamos ante una escritura que se disgrega, no que amontona ni recopila: “Imperativos del desorden. / Pequeños mundos abiertos, rotos. / Cáscaras de huevo / que reúnes cuando la soledad / no es una esfera perfecta.” Trashumar, pernoctar. Salir para después entrar. No juntar poemas por juntar sino construir un sistema poético: cada nuevo libro es una interrupción y a la vez una parte activa de un proceso. De ahí quizás y en parte el silencio estridente en torno a Víctor M. Díez: él vio un camino donde muchos de sus contemporáneos vieron un recinto; él abrazó la intemperie cuando muchos de sus contemporáneos se aseguraron un futuro. Sólo estos últimos son los que comen de la mano del canon establecido (ese centro administrativo que levantamos entre todos). El autor de “Escrito sonámbulo” pena por interpelar o incomodarse ante los ecos más intensos de la tradición oficial. “Elegir una poética es elegir un modo de estar en el mundo”, como afirma Miguel Casado en “Los artículos de la polémica y otros textos sobre poesía” (Biblioteca Nueva, 2005) y Víctor M. Díez elige el modo del “discurso que se vuelve hacia sí mismo para perseguir una identidad, que fracasa en su empeño y debe sostenerse en el filo de ese imposible, que rehúsa las trampas de la información clara y destapa su vacío, que para significar algo tiene que producir sentido múltiple que ya no controla… Se trata, por tanto –es preciso repetirlo–, de una postura existencial, ética, estética, en un solo gesto” (de nuevo Miguel Casado).
Pero el pasado (y el presente) siempre ha sido otro:
Yo he leído a quien defiende escribir un poema como quien resuelve un crucigrama.
Yo he escuchado a jovencitos avejentados mofarse públicamente del surrealismo.
Yo he visto continuamente cómo se llamaba experiencia a lo que simplemente era cursilería.
Díez se reconoce, entre otros, en Artaud, Rimbaud o Celan. De ello son clara prueba estos dos libros que aquí comento brevemente. Nunca se ha cuidado de la indefensión ni del cabo suelto. Forjó, libro a libro un “interior periférico”, un “cine cómico que da calambre”. Para él va esta definición que Patti Smith improvisó a propósito del grupo Television: “expresionistas románticos con ligero enfoque surrealista”.






