Redacción
Viernes, 19 de Septiembre de 2014

Demasiada pérdida para un solo día

ENRIQUE RAMOS CRESPO /

 

Cerca de un cuarto de siglo conviviendo con Martín me legitimaría para hacer de este recuerdo una cascada de historias personales compartidas, y casi siempre divertidas, pero sería un acto de egoísmo impropio del momento, porque Martín era, es y será un patrimonio de todos nosotros.

 

Los periodistas perdemos al patriarca generoso. El que tenía en su cabeza un potentísimo motor de búsqueda antes de que Google patentara su algoritmo; el que ponía todos sus conocimientos a disposición de todo el mundo en sus escritos, en sus conversaciones; el que hacía de andar por este mundo una cadena infinita de favores. Nuestro guardaespaldas intelectual.

 

Pero también pierde el mundo de la cultura y la creación literaria, el de la edición, el de la producción y la crítica artística. Quizás con Martín se nos va el último de los hombres del Renacimiento en los que esta ciudad fue tan prolífica en otro tiempo: un cerebro al que no arredraba ningún reto cultural siempre que fuera beneficioso para la ciudad

 

Astorga pierde a su cronista, a su notario. El que era capaz de construir su historia con mayúsculas encajando con paciencia esas piezas de las historias pequeñas y cotidianas de cada uno que Unamuno llamaba intrahistoria. Pero también pierde a su defensor inquebrantable; al que mejor sabía que no podemos perder de vista lo que fuimos para tener claro lo que queremos llegar a ser;  al primero de los astorganos, a un guerrillero urbano de la palabra que peleaba cada cada placa, cada nombre, cada hombre, cada piedra, cada bronce.

 

Y estas tierras quedan huérfanas de una de sus voces más autorizadas. Martín, como Anteo, el gigante que se enfrentó a Hércules, cogía fuerzas cada vez que tocaba la tierra para continuar la lucha. Seguía siendo, después de los años referencia de la decencia de un puñado de causas ganadas y una tonelada de causas perdidas. Nuestro guardaespaldas moral

 

Y el tiempo lo pierde a él, a su guardián, a su administrador, al que enseñaba cómo sacar de cada uno de los días que transitó por la vida lo mejor que tenía. El hombre tranquilo; la mejor conversación de este mundo que, a estas horas, seguro que disfruta Caronte con su pasajero más ilustre navegando hacia la luz.

 

Compañero, séate la tierra leve.

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