Carta a Martín Martínez desde Castrotierra
Te escribo, hermano, desde este montículo de Castrotierra, donde estoy esperando la llegada de la Virgen, que acaba de ser coronada canónicamente en nuestra catedral de Astorga. No me preocupa el que no te llegue mi carta en días cercanos a tu partida de esta tierra, pues ya estás en otra donde no cuenta el tiempo ni el espacio, superados por la eternidad.
Sí que quiero contarte algo de lo que hemos vivido y gozado en estos días con la coronación de nuestra Virgina de la lluvia y de los campos reverdecidos.
Después de un novenario multitudinario en la catedral, en el que predicaron los obispos que rodean nuestra diócesis, novenario con las mismas rúbricas de otras veces en que se votaba a la Virgen para pedir la lluvia, y cuyo fin esta vez no era éste sino su coronación solemne, volvió la Virgencita a su Santuario del Castro, arropada por millares de fieles y escoltada por 80 pendones de airosos colores y por decenas de cruces parroquiales con brillos de bronce o de plata en sus destellos. Fui testigo de su salida de Astorga y lo soy ahora de la llegada a su ermita aquí en Castrotierra.
Te estoy escribiendo desde el porche de entrada a la ermita y ya me dicen que se ven pendones de lejos enarbolando los colores que arrastran a miles de fieles en la piadosa romería. Me acerco al límite de la colina para verla y admirarla.
El monte verde se ve sorprendido por la gama de colores en los pendones que ondean al viento. El espectáculo de su marcha en una gran curva del camino fue digno de ser comentado por una de tus bellas crónicas en los años que tú participaste de esta insólita peregrinación.
Ya ha bajado la Virgen de rosa llamada “la prima”, y espera en el valle para recibir a nuestra Virgen castreña que llega con su manto blanco, empolvado del camino. De la torre del santuario llega el sonido de sus campanas, esta vez bien temperadas por algún experto campanero. Se oyen en el encuentro de las dos vírgenes cantos piadosos de bienvenida y ya ascienden las imágenes por la escarpada cuesta hasta su Santuario. Antes lo han hecho los pendones enarbolados por fornidos muchachos o por hombres maduros, en algún tramo también por forzudas mujeres. Hacen gala los portadores de fuerza y destreza en esta difícil subida a la ermita entre aplausos y vítores del gentío. Llegan a la explanada cercada del grueso muro que rodea el santuario. Poco después comienza la misa de campaña que oficia el Obispo y sus sacerdotes ante los fieles que
rezan y cantan agradecidos. Luego volverán a dejar a la Virgencita, esta vez coronada, en su refugio del Castro, hasta que la sequía en los campos reclame una nueva salida de rogativa, como las que tantas veces testificaste, amigo Martín, en tus repetidas crónicas.
Pero no era este el motivo por el que hoy quería escribirte, sino más bien por el de la coronación solemne de nuestra Virgencita en nuestra catedral diocesana. Qué bien lo habrías descrito tú con tu ágil pluma de fiel cronista astorgano. Sin embargo diría que todo esto es humo de paja, para lo que tú contemplas allá arriba, donde ves a nuestra Virgen coronada ya para siempre con corona incorruptible, como Reina de los ángeles y del universo cielo y tierra. ¡Qué será ver a la Virgen así encumbrada en el cielo!, decía una de las humildes peregrinas a Castrotierra, que yo conocí hace años.
¡Y qué bien estaría, amigo Martín, si nos enviases una supercrónica desde ahí, donde contemplas, no en imagen sino en directo, a nuestra Virgen coronada como Reina del universo, a la que Dios “por su humildad, consideró bienaventurada entre todas las generaciones”!
Tú también, amigo Martín, te distinguiste por ser un humilde y siempre dispuesto trabajador.
Te escribo, hermano, desde este montículo de Castrotierra, donde estoy esperando la llegada de la Virgen, que acaba de ser coronada canónicamente en nuestra catedral de Astorga. No me preocupa el que no te llegue mi carta en días cercanos a tu partida de esta tierra, pues ya estás en otra donde no cuenta el tiempo ni el espacio, superados por la eternidad.
Sí que quiero contarte algo de lo que hemos vivido y gozado en estos días con la coronación de nuestra Virgina de la lluvia y de los campos reverdecidos.
Después de un novenario multitudinario en la catedral, en el que predicaron los obispos que rodean nuestra diócesis, novenario con las mismas rúbricas de otras veces en que se votaba a la Virgen para pedir la lluvia, y cuyo fin esta vez no era éste sino su coronación solemne, volvió la Virgencita a su Santuario del Castro, arropada por millares de fieles y escoltada por 80 pendones de airosos colores y por decenas de cruces parroquiales con brillos de bronce o de plata en sus destellos. Fui testigo de su salida de Astorga y lo soy ahora de la llegada a su ermita aquí en Castrotierra.
Te estoy escribiendo desde el porche de entrada a la ermita y ya me dicen que se ven pendones de lejos enarbolando los colores que arrastran a miles de fieles en la piadosa romería. Me acerco al límite de la colina para verla y admirarla.
El monte verde se ve sorprendido por la gama de colores en los pendones que ondean al viento. El espectáculo de su marcha en una gran curva del camino fue digno de ser comentado por una de tus bellas crónicas en los años que tú participaste de esta insólita peregrinación.
Ya ha bajado la Virgen de rosa llamada “la prima”, y espera en el valle para recibir a nuestra Virgen castreña que llega con su manto blanco, empolvado del camino. De la torre del santuario llega el sonido de sus campanas, esta vez bien temperadas por algún experto campanero. Se oyen en el encuentro de las dos vírgenes cantos piadosos de bienvenida y ya ascienden las imágenes por la escarpada cuesta hasta su Santuario. Antes lo han hecho los pendones enarbolados por fornidos muchachos o por hombres maduros, en algún tramo también por forzudas mujeres. Hacen gala los portadores de fuerza y destreza en esta difícil subida a la ermita entre aplausos y vítores del gentío. Llegan a la explanada cercada del grueso muro que rodea el santuario. Poco después comienza la misa de campaña que oficia el Obispo y sus sacerdotes ante los fieles que
rezan y cantan agradecidos. Luego volverán a dejar a la Virgencita, esta vez coronada, en su refugio del Castro, hasta que la sequía en los campos reclame una nueva salida de rogativa, como las que tantas veces testificaste, amigo Martín, en tus repetidas crónicas.
Pero no era este el motivo por el que hoy quería escribirte, sino más bien por el de la coronación solemne de nuestra Virgencita en nuestra catedral diocesana. Qué bien lo habrías descrito tú con tu ágil pluma de fiel cronista astorgano. Sin embargo diría que todo esto es humo de paja, para lo que tú contemplas allá arriba, donde ves a nuestra Virgen coronada ya para siempre con corona incorruptible, como Reina de los ángeles y del universo cielo y tierra. ¡Qué será ver a la Virgen así encumbrada en el cielo!, decía una de las humildes peregrinas a Castrotierra, que yo conocí hace años.
¡Y qué bien estaría, amigo Martín, si nos enviases una supercrónica desde ahí, donde contemplas, no en imagen sino en directo, a nuestra Virgen coronada como Reina del universo, a la que Dios “por su humildad, consideró bienaventurada entre todas las generaciones”!
Tú también, amigo Martín, te distinguiste por ser un humilde y siempre dispuesto trabajador.




