Eloy Rubio
Sábado, 01 de Noviembre de 2014
Crítica de libro

Pasos

Pasos; Isabel Moreno García; Editorial Plaza Y Valdés. Madrid; España; 2013

[Img #12672]

 

Contiene 'Pasos' 87 microrelatos y en casi todos ellos zumba el misterio; ese zumbido, ese avatar de la vida hipnotiza y abre paso hasta el ‘bosque encantado’ en el que merodean lobos o viejecillas que piden de beber. Este espacio maravilloso es el espacio del poema, el del origen que antecede a toda creación, “un verdadero mar en el rumor de olas de un poema”, y es acá donde se trasluce el paso de la danza de la vida en el que venimos habituados y de aquí se ejecutaría a contrapié. Ese nuevo andar tal vez se enajene en gesto repetido para el resto de los días. (‘Álbum’ pag. 20)

 

Ese bosque encantado proporciona experiencias de fusión o de ruptura, propias o ajenas, con la Naturaleza, incluida el agua. Experiencias de atemporalidad, sinestesias, perplejidad en los desencuentros; puede ser un viaje al fin de la noche, puede ser el tranco del cojuelo que espía las vidas de los otros, en este caso y principalmente nos asomaríamos a la vida propia; y una vez superado el trámite del extrañamiento volveríamos del bosque siendo también otro: ‘sombras para las luces’.

 

Ese desencuentro de sí mismo no es otra cosa que un paso previo a la indagación de sí mismo. Hasta entonces el Ser iba en la diafanidad sin mácula, parecía que fuera así de modo irrevocable. El desencuentro, la fusión, la ruptura o la experiencia visionaria transmutan ese parecer que suprime los días y nos permite ser artífices de nuestro propio edificio (‘Diferente a sí mismo’. Pag. 44). En ‘Anónimo’ (Pag. 52) el personaje es situado ante un espejo que no le enseña su cara; puesta allí delante mira una cara suya antigua y le pregunta; ¡Espejito, espejito…! ¿Quién es más bella de las dos? ¿En qué sentido y fuera de contexto, sin saber de quien llega, ese anónimo es cualquiera?

 

A cada paso las narraciones se inician con un aspecto del paisaje. Es la puesta en escena misteriosa, inquietante, poética; retumba la bramadera y se abren paso las caras, (con frecuencia se aviene el ritmo interior del personaje con un aspecto del paisaje, ‘El regalo’ p. 85). Enseguida se compone la situación, puede ser "una música sorda oculta en la espesura", las risas de unas muchachas; el mugido brutal de unas terneras se escucha como la carne creciendo. La percepción habitual se vuelve hipersensible “pelo erizado como hebras de plata que cubrían la piel del jabalí”. Se cancela la sensibilidad cotidiana y se trastorna el estado de ánimo, muy cargado anímicamente; “un deslizarse sin brújula por el límite atemporal del ensueño”.

 

En ‘Antes de 1900’ (Pag. 80) el paisaje extravía a los personajes y los transporta al comienzo de los tiempos, al tiempo inaugural de los mitos. El relato ‘La librería’ (Pag. 83) puede ser leído como un trasunto de la operación de leer, del oficio de vivir, cada cosa que aparece es señal, símbolo, una búsqueda cifrada de algo o de alguien, tal vez de uno mismo; es mapa de un tesoro que desvela signos para llegar al oro. En esta búsqueda una joven vigilante (un psicopompo que asoma en alguna otra de las narraciones) acompaña nuestros pasos o se adelanta en el camino sin destino, ese que se fragua al andar, y ya a un paso del tesoro nos abandona. Pero, no todos los tesoros vienen provistos de su mapa, la mayor parte de ellos se van mapeando al hilo del discurrir de la historia. A ese paso llegaríamos al tesoro y ganaríamos el quehacer del mapa, el verdadero tesoro.

 

 

[Img #12671]

 

 

En ‘A veces el silencio’ (Pag. 93) el paisaje es reflejo de un estado compartido del alma. El río es el lugar para ir juntos de la mano en una navegación compartida y conciliadora que sosiega al paisaje “que no albergaba más misterio que el que a cada instante se abría paso y le mostraba a su manera que en ese singular desvelamiento se enraizaba lo que aún estaba por venir”. Entonces ese diálogo del paisaje con los personajes, con el paisanaje, que diría Unamuno, es de ida y vuelta. El paisaje entona el estado del alma, pero de paso esos estados del alma conforman el tempo del paisaje.

 

La emisaria de lo maravilloso puede ser la ausencia, ya que lo que no sucedió también da paso a la conmoción, una huella misteriosa que aviva el misterio. Resultan curiosos aquellos microrelatos en los que asistimos de incognito a la observación de alguien con quien mantenemos una intensa intimidad. Sorprende su actuación y no le reconocemos. Lo bueno de estos relatos, como es el caso de ' La cita' ( Pag 41), es que nos facultan para situarnos a ambos lados de la historia, que pudiéramos asistir de incognito a nuestra propia sospecha.

 

'La noche’ es la narración con la que termina el libro, la luz acá se vuelve artificial, de llamas oscilantes favorecedoras de lo siniestro. La ondulación de las luces modula el timbre de las voces mientras que los rostros vacilan por entre los diversos estados del claro-oscuro. Ahí en la caverna se gesta el modo de abordar lo real desde el rostro de la sombra, desde la antorcha del rostro de la sombra, para atraer un lenguaje nuevo; “una escritura de palabras nuevas y remotas que se intrincasen como una malla, mientras los vocablos proliferaban bajo las candelas como espíritus tutelares, se iba extendiendo la noche”. Ahora podemos volver a pasear el paisaje de afuera, ahora podemos volver desde nosotros, pues la caverna de este tiempo es la caverna del 'autodesconocimiento', un paisaje  en el que “silbaban las rachas de viento tras el vidrio de las ventanas”. No cabe duda que es una operación esta del autoconocimiento más desolada que la de Platón, en la que se aborda y cabe necesariamente la terrible luminosidad de lo oscuro.

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.