La última noche de Leopoldo Panero
Andrés Martínez Oria comienza su andadura en el teatro con una breve obra que transcurre al anochecer del día 26 de agosto de 1962, unas pocas horas antes de la muerte de Leopoldo Panero
Andrés Martínez Oria, El Peso del Mundo, Astorga, CSED, 2014.
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En 'Jardín perdido' (2009) Andrés Martínez Oria se adentró en el mundo de los Panero, aunando ejemplarmente novela y biografía, para acercarse al drama íntimo de esta singular saga de poetas. También al calor de los versos de Leopoldo Panero recorrió los pueblos y parajes de la Sequeda —tan íntimamente unidos al poeta astorgano— en un inolvidable libro de viajes, Flores de malva (2011). Con 'El peso del mundo' (Astorga, CSED, 2014) regresa de nuevo al mundo de los Panero, ahora desde un cauce genérico distinto: el teatro.
En esta pieza breve —apenas 30 páginas— Martínez Oria recrea dramáticamente la última noche de la vida de Leopoldo Panero, la del 26 de agosto de 1962, pocas horas antes de su muerte, acaecida en la tarde del día siguiente. Las figuras del poeta y de su esposa, Felicidad Blanc, ocuparán el centro de la escena. En un plano muy secundario, completando la estampa familiar, los hijos pequeños, Michi y Leopoldo María, actuarán casi como espectadores —ataviados con máscaras irrumpirán precisamente de entre los espectadores al principio de la obra— de una tragedia que se está fraguando en su presencia. Por último, los personajes del mendigo Juan Pintor y del hijo mayor del poeta, Juan Luis, cobrarán fugazmente cierta relevancia.
Su habilidad constructiva, su exquisito cuidado de todos los detalles escénicos, que contribuyen a crear la necesaria atmósfera trágica, y su capacidad para sugerir, con breves pinceladas, los aspectos más relevantes del drama paneriano muestran una vez más el notable talento literario del autor. Ya en la acotación inicial se señala: “Todo, por tanto, debe estar ya como tocado por la presencia extraña” (p. 9). Y así es: a lo largo de toda la obra flotará en el ambiente la presencia amenazadora de la muerte, sugerida de distintos modos cargados de claro simbolismo: sonidos, juegos de luces y sombras, elementos de la naturaleza —esa luna tan lorquiana siempre acechando al otro lado de la ventana—, objetos y atavíos, poses de los personajes —la figura muda pero inquietante de Leopoldo María se describe “como una sombra de la muerte” (p. 10)—, y, claro está, las palabras y los miedos y las obsesiones de los personajes presagiarán de diversas formas el trágico desenlace.
Y todo ello, en un rápido y hábil movimiento escénico. “En un momento puede pasar todo por la imaginación como en una cinta vertiginosa. Dicen que ocurre a última hora”, afirmará el propio Leopoldo Panero (p. 18). Y así también pasan por la escena diversos motivos del mundo íntimo y familiar del protagonista: su cansancio vital —“Es bello el mundo, pero pesa el día tanto” (p. 16)—, los proyectos de una vida nueva que se presume feliz —trágica ironía—, el enfrentamiento entre el padre y el hijo mayor —en el fondo tan iguales en todo, como dirá la madre— que amenaza también la felicidad familiar —“ahora que podíamos ser tan felices” (p. 23), palabras una vez más de la madre—, la vocación poética, las múltiples aristas del dolor, etc.
En fin, extraordinariamente lograda resulta la escena de Panero escribiendo sus últimos versos; e impecable en su brevedad y en su sugerente construcción escénica resulta el desenlace, que viene a corroborar la sólida técnica dramática y la belleza poética de El peso del mundo.
Andrés Martínez Oria, El Peso del Mundo, Astorga, CSED, 2014.
En 'Jardín perdido' (2009) Andrés Martínez Oria se adentró en el mundo de los Panero, aunando ejemplarmente novela y biografía, para acercarse al drama íntimo de esta singular saga de poetas. También al calor de los versos de Leopoldo Panero recorrió los pueblos y parajes de la Sequeda —tan íntimamente unidos al poeta astorgano— en un inolvidable libro de viajes, Flores de malva (2011). Con 'El peso del mundo' (Astorga, CSED, 2014) regresa de nuevo al mundo de los Panero, ahora desde un cauce genérico distinto: el teatro.
En esta pieza breve —apenas 30 páginas— Martínez Oria recrea dramáticamente la última noche de la vida de Leopoldo Panero, la del 26 de agosto de 1962, pocas horas antes de su muerte, acaecida en la tarde del día siguiente. Las figuras del poeta y de su esposa, Felicidad Blanc, ocuparán el centro de la escena. En un plano muy secundario, completando la estampa familiar, los hijos pequeños, Michi y Leopoldo María, actuarán casi como espectadores —ataviados con máscaras irrumpirán precisamente de entre los espectadores al principio de la obra— de una tragedia que se está fraguando en su presencia. Por último, los personajes del mendigo Juan Pintor y del hijo mayor del poeta, Juan Luis, cobrarán fugazmente cierta relevancia.
Su habilidad constructiva, su exquisito cuidado de todos los detalles escénicos, que contribuyen a crear la necesaria atmósfera trágica, y su capacidad para sugerir, con breves pinceladas, los aspectos más relevantes del drama paneriano muestran una vez más el notable talento literario del autor. Ya en la acotación inicial se señala: “Todo, por tanto, debe estar ya como tocado por la presencia extraña” (p. 9). Y así es: a lo largo de toda la obra flotará en el ambiente la presencia amenazadora de la muerte, sugerida de distintos modos cargados de claro simbolismo: sonidos, juegos de luces y sombras, elementos de la naturaleza —esa luna tan lorquiana siempre acechando al otro lado de la ventana—, objetos y atavíos, poses de los personajes —la figura muda pero inquietante de Leopoldo María se describe “como una sombra de la muerte” (p. 10)—, y, claro está, las palabras y los miedos y las obsesiones de los personajes presagiarán de diversas formas el trágico desenlace.
Y todo ello, en un rápido y hábil movimiento escénico. “En un momento puede pasar todo por la imaginación como en una cinta vertiginosa. Dicen que ocurre a última hora”, afirmará el propio Leopoldo Panero (p. 18). Y así también pasan por la escena diversos motivos del mundo íntimo y familiar del protagonista: su cansancio vital —“Es bello el mundo, pero pesa el día tanto” (p. 16)—, los proyectos de una vida nueva que se presume feliz —trágica ironía—, el enfrentamiento entre el padre y el hijo mayor —en el fondo tan iguales en todo, como dirá la madre— que amenaza también la felicidad familiar —“ahora que podíamos ser tan felices” (p. 23), palabras una vez más de la madre—, la vocación poética, las múltiples aristas del dolor, etc.
En fin, extraordinariamente lograda resulta la escena de Panero escribiendo sus últimos versos; e impecable en su brevedad y en su sugerente construcción escénica resulta el desenlace, que viene a corroborar la sólida técnica dramática y la belleza poética de El peso del mundo.