Bruno Marcos
Domingo, 14 de Diciembre de 2014

La mano de nadie

La antología de relatos de Manual de Ultramarinos, 'Los esquinados' sigue dándonos material para la memoria y para la sorpresa. Traemos hoy aquí el más filoso y funámbular de los cuentos, muy en la línea mortal del equilibrio.

 

[Img #13354]

 

En medio de la calle había una mano cortada. Era de un blanco perfecto, sin matices, casi sin sombras, como de nácar o mármol muy puro. Se podía observar la delicadeza de la postura de los dedos y estaba toda ella demasiado bien modelada como para haber pertenecido a un maniquí o a un muñeco. Era una mano humana. No cabía duda. A continuación de la muñeca seccionada se veía una mancha carmín y negra que podía ser sangre seca y que tenía la forma del ala de un murciélago.

 

No supe qué hacer. Nadie se daba cuenta. Me quedé mirándola estupefacto y en mi mente se reconstruía todo un cuerpo dibujado a partir de ella. Lo cierto es que no pasaba nadie por aquella calle. Me acerqué sin dejar de mirarla y me agaché ante ella. En eso un oscuro pájaro planeó alrededor de mí y se lanzó sobre el despojo. Lo picoteó varias veces provocándole unas heridas secas. La mano cambió de postura y quedó con la palma abierta contra el asfalto. Intenté golpear al cuervo y sólo conseguí arrancarle tres plumas que se me vinieron flotando en el aire a los ojos.

 

El pajarraco enganchó con las garras el dedo anular y, como a cámara lenta y con mucho esfuerzo, aleteó hasta subir con la mano cortada a unos dos metros de suelo. Se quedó unos segundos ahí suspendido y empinó el pico para elevarse mucho más. La mano y el bicho se iban haciendo mucho más pequeños al ascender y la mano parecía que decía adiós mientras se iba al cielo como si se fuese a encontrar allí con el resto del alma del cuerpo muerto al que había pertenecido.

 

Entonces el cuello me crujió de estar tanto con la cara para arriba y tuve que bajar la cabeza. En el suelo vi un trozo de alquitrán suelto. Lo cogí y lo lancé contra el cuervo atizándole en la cabeza que quedó borrada de inmediato dando lugar a un cuajarón granate de sangre que se extinguió en el viento. Las garras, con el espasmo mortuorio de la avecilla de luto, se abrieron y la mano cortada cayó a plomo abofeteándome antes de dar en el piso. 

 

 

[Img #13367]

 

 

Por unos instantes vi al pájaro alejarse que, sin cabeza, describía un vuelo asimétrico y ciego.

 

Miré hacia abajo. Tomé la mano de entre mis pies que se había cerrado completamente en un puño. No sin resistencia conseguí abrirla. Extrañamente era suave y no estaba fría como imaginaba sino tibia. La agarré como se agarra la mano de alguien con quien vas caminando, como se coge la mano de una madre o de una novia o de un niño, y una sensación inesperada de compañía me invadió y, entonces, miré a mi alrededor y vi que estaban todas las calles solitarias y yo solo en ellas, cogido de la mano de esa mano cortada, de esa mano de nadie.

 

En ese momento apareció en una ventana una figura que avanzaba desde la oscuridad de su estancia encarnándose a medida que se acercaba a la lumbre de las farolas. Era una piel blanca que envolvía a una mujer casi sin sombras, como de nácar o de mármol muy puro. Se mantuvo unos instantes de pie desnuda frente a la ventana abierta con la mirada clavada en un punto fijo de un infinito inexistente y, de pronto, bajó la mirada hacia la calle, hacia mí, que permanecía aferrado a la mano cortada. Estuvimos unos minutos con la vista uno en el otro. Sus párpados un poco caídos como de sonámbula y sus ojos líquidos estuvieron a punto de hipnotizarme y, entonces, muy lentamente levantó el brazo, primero como para saludarme y, después, extendiéndolo como para tocarme desde lo alto de su edificio como si no se diese cuenta de que al final de ese brazo le faltaba la mano.

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