Belenes
"La Nochebuena se viene.
La Nochebuena se va.
Y nosotros nos iremos
y no volveremos más."
(Villancico popular)
![[Img #13488]](upload/img/periodico/img_13488.jpg)
Un camino se pierde en el horizonte en la penumbra del atardecer. Por la misma ladera y bordeando el camino baja un arroyo que suena alegre, llega al valle abierto, se serena y crea charcas tranquilas, rodeadas de praderas, donde todavía hay patos. Las ovejas vuelven al aprisco con sus corderos; al más pequeño lo trae a hombros el pastor. Cerca de las casas hay gallinas que picotean por cualquier lado y un gato que observa cuanto ocurre tranquilamente. Un cerdo anda también por la pradera vigilado por una mujer, pues en esa zona hay huertas con surcos alineados de coliflores y de zanahorias, árboles frutales que han perdido la hoja y un campo pequeño de alcachofas.
En un lugar apartado hay una chimenea alta y alrededor trabajando un montón de gente. Unos rellenan moldes de arcilla mojada, mientras otros colocan filas enormes de ladrillos rojos, tejas y adobes.
A la entrada del pueblo está el herrero que no para de trabajar sobre el yunque con el fuego bien vivo a su vera. Parece que se oye como si tocaran las campanas. Poco más arriba está la carpintería con la mesa de trabajo en el centro llena de herramientas. A la puerta está el hombre serrando un tronco de buen tamaño. Tras una tapias hay alguien en cuclillas y el culo al aire. Una noria saca agua de un pozo muy cerca del taller del alfarero que está haciendo un cántaro en el torno. La noria gira porque una mula con los ojos vendados no deja de dar vueltas.
Llegando a la plaza hay una panadería con mesas grandes y un horno de leña. Una mujer amasa harina y otra hace hogazas mientras un hombre con una pala larguísima saca los panes que ya se han cocido. Todos están vestidos de blanco y parecen tener calor allí dentro de aquella habitación nevada. La plaza está llena de puestos en hilera con todo tipo de productos, la mayoría de ellos para comer, aunque hay una cestería muy surtida de canastas, serones, alforjas y un sinfín de útiles para contener algo o llevar de un sitio para otro lo que se desee. En el centro de la plaza hay una fuente con un gran pilón al que se acerca a beber un perro y un grupo de chicas coge agua para llevarla a sus casas.
![[Img #13496]](upload/img/periodico/img_13496.jpg)
En los puestos de este mercado que parece estar agotando el tiempo ante la llegada de la noche hay de todo, desde huevos fritos con chorizo recién hechos hasta jamones enteros, paletillas, varales de morcillas y salchichones, el puesto de los quesos curados, el de los frescos que están perdiendo el suero allí mismo a ojos de todos. En la pescadería hay marisco a discreción y peces de río y pescados grandes del mar llegados expresamente. Hay un puesto con turrones y otras golosinas rodeado de niños que miran embelesados. No falta de nada, pues en los puestos de verduras hay cosas de las huertas de las afueras del pueblo y de otras huertas de otros lugares alejados de donde llegan productos de tiempo cálido, vegetales del verano como tomates o sandías y melones, banastas con berenjenas y calabacines, cestas de lechugas. Hay naranjas y limones que son frutas de este tiempo de invierno, pero también peras y ciruelas, fresas, moras, higos, manzanas de varios tipos, incluso frutas tropicales.
En medio de la algarabía del mercado suenan las campanas de la iglesia tocando un villancico conocido. Es evidente que en un belén hay muchas más cosas que se van descubriendo a fuerza de mirar.
Todo esto celebra la llegada de Dios a la Tierra para hacerse hombre. A las afueras del pueblo unas rocas esconden una cueva y en ella está el Niño Dios y la Virgen y San José rodeados por el buey y la mula y el pequeño grupo de pastores que les traen leche y queso y pastas dulces. A lo lejos, bajando de la montaña, viene el lujoso cortejo de los tres Reyes Magos montados en camello y acompañados de pajes que se acercan tras un largo viaje guiados por un cometa para adorar al Niño.
![[Img #13490]](upload/img/periodico/img_13490.jpg)
El mundo que escenifica el belén no es el de este tiempo; pero tampoco es el de hace dos mil años. Exactamente no representa a ningún sitio, pero intenta ser todos. Los niños lo verán como un cuento del pasado y los mayores como una representación alegre de la nostalgia, que se convierte allí en la recreación más querida de nuestra vida en medio de un idílico paisaje. Sobre aquella superficie a media altura hay un territorio habitado por nosotros en el que se suceden las luces del día y las sombras de la noche con esos sonidos que siempre nos acompañan. En realidad un belén dice claramente que no queremos irnos y que este lugar, o algo así, podría ser nuestro sitio para siempre.
Desde Córdoba. Diciembre de 2014.
"La Nochebuena se viene.
La Nochebuena se va.
Y nosotros nos iremos
y no volveremos más."
(Villancico popular)
Un camino se pierde en el horizonte en la penumbra del atardecer. Por la misma ladera y bordeando el camino baja un arroyo que suena alegre, llega al valle abierto, se serena y crea charcas tranquilas, rodeadas de praderas, donde todavía hay patos. Las ovejas vuelven al aprisco con sus corderos; al más pequeño lo trae a hombros el pastor. Cerca de las casas hay gallinas que picotean por cualquier lado y un gato que observa cuanto ocurre tranquilamente. Un cerdo anda también por la pradera vigilado por una mujer, pues en esa zona hay huertas con surcos alineados de coliflores y de zanahorias, árboles frutales que han perdido la hoja y un campo pequeño de alcachofas.
En un lugar apartado hay una chimenea alta y alrededor trabajando un montón de gente. Unos rellenan moldes de arcilla mojada, mientras otros colocan filas enormes de ladrillos rojos, tejas y adobes.
A la entrada del pueblo está el herrero que no para de trabajar sobre el yunque con el fuego bien vivo a su vera. Parece que se oye como si tocaran las campanas. Poco más arriba está la carpintería con la mesa de trabajo en el centro llena de herramientas. A la puerta está el hombre serrando un tronco de buen tamaño. Tras una tapias hay alguien en cuclillas y el culo al aire. Una noria saca agua de un pozo muy cerca del taller del alfarero que está haciendo un cántaro en el torno. La noria gira porque una mula con los ojos vendados no deja de dar vueltas.
Llegando a la plaza hay una panadería con mesas grandes y un horno de leña. Una mujer amasa harina y otra hace hogazas mientras un hombre con una pala larguísima saca los panes que ya se han cocido. Todos están vestidos de blanco y parecen tener calor allí dentro de aquella habitación nevada. La plaza está llena de puestos en hilera con todo tipo de productos, la mayoría de ellos para comer, aunque hay una cestería muy surtida de canastas, serones, alforjas y un sinfín de útiles para contener algo o llevar de un sitio para otro lo que se desee. En el centro de la plaza hay una fuente con un gran pilón al que se acerca a beber un perro y un grupo de chicas coge agua para llevarla a sus casas.
En los puestos de este mercado que parece estar agotando el tiempo ante la llegada de la noche hay de todo, desde huevos fritos con chorizo recién hechos hasta jamones enteros, paletillas, varales de morcillas y salchichones, el puesto de los quesos curados, el de los frescos que están perdiendo el suero allí mismo a ojos de todos. En la pescadería hay marisco a discreción y peces de río y pescados grandes del mar llegados expresamente. Hay un puesto con turrones y otras golosinas rodeado de niños que miran embelesados. No falta de nada, pues en los puestos de verduras hay cosas de las huertas de las afueras del pueblo y de otras huertas de otros lugares alejados de donde llegan productos de tiempo cálido, vegetales del verano como tomates o sandías y melones, banastas con berenjenas y calabacines, cestas de lechugas. Hay naranjas y limones que son frutas de este tiempo de invierno, pero también peras y ciruelas, fresas, moras, higos, manzanas de varios tipos, incluso frutas tropicales.
En medio de la algarabía del mercado suenan las campanas de la iglesia tocando un villancico conocido. Es evidente que en un belén hay muchas más cosas que se van descubriendo a fuerza de mirar.
Todo esto celebra la llegada de Dios a la Tierra para hacerse hombre. A las afueras del pueblo unas rocas esconden una cueva y en ella está el Niño Dios y la Virgen y San José rodeados por el buey y la mula y el pequeño grupo de pastores que les traen leche y queso y pastas dulces. A lo lejos, bajando de la montaña, viene el lujoso cortejo de los tres Reyes Magos montados en camello y acompañados de pajes que se acercan tras un largo viaje guiados por un cometa para adorar al Niño.
El mundo que escenifica el belén no es el de este tiempo; pero tampoco es el de hace dos mil años. Exactamente no representa a ningún sitio, pero intenta ser todos. Los niños lo verán como un cuento del pasado y los mayores como una representación alegre de la nostalgia, que se convierte allí en la recreación más querida de nuestra vida en medio de un idílico paisaje. Sobre aquella superficie a media altura hay un territorio habitado por nosotros en el que se suceden las luces del día y las sombras de la noche con esos sonidos que siempre nos acompañan. En realidad un belén dice claramente que no queremos irnos y que este lugar, o algo así, podría ser nuestro sitio para siempre.
Desde Córdoba. Diciembre de 2014.