¿No es Jesús, es Espartaco?
HORACIO GARCÍA PACIOS /
"Un hombre dijo 'no' y tembló Roma", ¡Arriba parias de la tierra, en pie famélica legión!,
pero perdió una batalla y lo crucificaron junto a sus compañeros rebelados. ¡Todos eran Espartaco!
Desde entonces, los pobres y esclavos tienen una batalla pendiente contra el imperio cruel y asesino y la esclavitud que instaura el liberalismo económico.
Luego, vino Jesús, sin ejército, por las buenas. Uno de los suyos lo vendió por treinta monedas, otro lo negó hasta tres veces, los demás lo abandonaron, ¡hasta Dios! Siendo inocente, después de un juicio arbitrario y amañado, lo crucificaron, “siendo Pilatos pretor, el romano imperialista, puñetero y desalmado, que lavándose las manos quiso borrar el error”..., cosa que recordamos especialmente el Viernes Santo.
Pero los cristianos cuentan que, al tercer día, Dios lo resucitó “según las escrituras”, y que lo sentó “a su derecha”. Desde entonces, muchos creen en su lucha sin tregua, creen en su resurrección, porque está resucitando “en cada brazo que se alza para defender al pueblo del dominio explotador”.
De una forma o de otra, hoy se repiten las mismas o parecidas injusticias ancestrales, a manos de los que mandan, al servicio de los poderosos que nos oprimen y que se llaman grandes capitalistas financieros. Por eso hay cada vez más indignados por la injusticia y la penuria que padecen, ellos y sus vecinos. Son gente rebelde pero serena, indignada pero digna, que piensa más que embiste, que ya no es tan devota de Frascuelo y de María, sino de la libertad, igualdad y fraternidad, de la concordia y buena vecindad que han de regirnos, pues no es otro su horizonte de sentido.
Si quien manda no rectifica, ni gobierna obedeciendo al pueblo por las buenas, no será Jesús sino Espartaco quien, a su modo, resucite. Ya no serán los ciudadanos corrientes con espadas de cartón, ni con escobas en las manos, al grito de ¡No es Jesús, es Espartaco! ¡Todos somos Espartaco!
HORACIO GARCÍA PACIOS /
"Un hombre dijo 'no' y tembló Roma", ¡Arriba parias de la tierra, en pie famélica legión!,
pero perdió una batalla y lo crucificaron junto a sus compañeros rebelados. ¡Todos eran Espartaco!
Desde entonces, los pobres y esclavos tienen una batalla pendiente contra el imperio cruel y asesino y la esclavitud que instaura el liberalismo económico.
Luego, vino Jesús, sin ejército, por las buenas. Uno de los suyos lo vendió por treinta monedas, otro lo negó hasta tres veces, los demás lo abandonaron, ¡hasta Dios! Siendo inocente, después de un juicio arbitrario y amañado, lo crucificaron, “siendo Pilatos pretor, el romano imperialista, puñetero y desalmado, que lavándose las manos quiso borrar el error”..., cosa que recordamos especialmente el Viernes Santo.
Pero los cristianos cuentan que, al tercer día, Dios lo resucitó “según las escrituras”, y que lo sentó “a su derecha”. Desde entonces, muchos creen en su lucha sin tregua, creen en su resurrección, porque está resucitando “en cada brazo que se alza para defender al pueblo del dominio explotador”.
De una forma o de otra, hoy se repiten las mismas o parecidas injusticias ancestrales, a manos de los que mandan, al servicio de los poderosos que nos oprimen y que se llaman grandes capitalistas financieros. Por eso hay cada vez más indignados por la injusticia y la penuria que padecen, ellos y sus vecinos. Son gente rebelde pero serena, indignada pero digna, que piensa más que embiste, que ya no es tan devota de Frascuelo y de María, sino de la libertad, igualdad y fraternidad, de la concordia y buena vecindad que han de regirnos, pues no es otro su horizonte de sentido.
Si quien manda no rectifica, ni gobierna obedeciendo al pueblo por las buenas, no será Jesús sino Espartaco quien, a su modo, resucite. Ya no serán los ciudadanos corrientes con espadas de cartón, ni con escobas en las manos, al grito de ¡No es Jesús, es Espartaco! ¡Todos somos Espartaco!