Invitación a la lectura
A raíz de la presentación por parte de Luis Miguel Suarez, de la obra de Andrés Martínez Oria, en el curso de literatura española que se imparte en la Universidad de la Experiencia de Astorga, Simón Rabanal nos llama en este comentario a leer éstas y otras novelas como manera de reencontrar algo perdido nuestro, algo que nos hubieran hurtado; eso propio que en ellas se encuentra.
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Es fácil suponer que cuando te hacen una invitación es porque en cierta medida reconocen tus cualidades, méritos, o, simplemente quieren tener una atención contigo. Cuando la invitación es a la lectura, es porque el libro y el autor tienen unas cualidades y méritos que aconsejan leerlo, o simplemente porque quieren devolverte algo, algo que te pertenece.
El pasado martes con ocasión de las clases de la universidad de la experiencia, el profesor Luis Miguel Suárez Martínez nos invitó en la Biblioteca de Astorga a la lectura de la obra del escritor astorgano, nacido en Salamanca, Andrés Martínez Oria, como ejemplo de un literato que enseña a disfrutar y crecer leyendo.
El conferenciante expuso, sin pretender darles unidad temática, una retahíla de obras en las que quizá el hilo conductor fuera la relación mutua de los personajes con su lugar, pero no un lugar físico, sino un lugar literario; podría decirse que el personaje y su realidad cercana se hacen símbolo en la obra.
La evolución creadora de Andrés, señaló Luis Miguel, comienza con una novela en la que el personaje principal regresa a su pueblo natal y se siente como alguien alienado, extraño, como una sombra entre las sombras que nadie reconoce; Egriseldo en Más allá del olvido se sitúa en el espacio que divide la realidad y el mito; es posible que más allá del olvido se encuentre en ese lugar.
Las peripecias, aventuras, y preocupaciones que paralizan por un tiempo a Eterio en su viaje a tierras gallegas para vender ropa de lencería, es la trama de la novela El raro extravío del viajante Eterio en el pinar de Xaudella; el personaje se enfrenta a un doble padecimiento: el peso de la ficción que lo atrapa y la pérdida de un lugar común, propio, conocido para valorar los extraños sucesos que le ocurren. Por un lado, la ficción y por otra parte, la incursión en un itinerario ignoto. De nuevo en esta segunda novela se destaca el viaje y el personaje Eterio que va a un lugar desconocido.
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El silencio púrpura, colección de tres novelas cortas, es un libro que cuenta la historia de tres decisiones: la del que se aleja de un amor prohibido, la del que busca la libertad y la del que tiene un importante trabajo que realizar. Todas ocurren en mitad de un trayecto, en el camino, de viaje. No obstante, los lugares, aunque definidos en los tres relatos, se van desdibujando porque lo importante es el camino, la elaboración, diríase, metódica, de la decisión.
Flores de malva es un relato exclusivamente de viajes por las tierras de la Sequeda. El mundo de las decisiones viaja por entre las líneas de la descripción y se detiene en los caracteres de sus habitantes y del paisaje. El viajero encuentra en su camino las señas de un maridaje sentimental entre la persona y el lugar, un viaje para llegar a ese territorio que sostiene a la historia de cada uno, ese 'luga' que Unamuno llamó intrahistoria.
Mezcla de novela y documento histórico, Jardín perdido es una reconstrucción de la vida de la familia Panero. Mezcla, por tanto, de retrato y ficción a través de cuatro etapas para sintetizar con serena prosa las luchas y contradicciones de unas vidas acaso demasiado oprimidas por el peso del dolor.
Otra reconstrucción, pero ahora dramática, es la que lleva a cabo en El peso del mundo, en la que Andrés lleva a escena la última noche en la vida del poeta Leopoldo Panero. Obra breve, pero llena de una intensidad contenida, en la que el territorio poético suscita versos de consuelo.
Su última novela hasta la fecha es una Invitación, pero a la melancolía. Además de la relación personaje-mundo incluye otros temas que discurren como fragmentos hasta que los une el propio sentimiento, algo así como si todas las voces e historias uniesen a sus personajes en un mismo sentir. Notable es la novedad que introduce el autor, cual es, la de crear una novela dentro de otra, lo que ahora se llama, metanovela.
Decía al principio que quien lee recupera algo suyo, algo perdido, algo que le han robado, algo, en definitiva, propio, y que la lectura es una invitación a ese reencuentro. Así ocurre en la obra de Andrés Martínez Oria. Historias de lugares y personas, de viajes y decisiones, de terruño y dolor se van sucediendo y en cada libro se nos manifiesta algo como personal y nos llega por medio de una inusual redención.
El reencuentro con el propio espacio íntimo, con nuestro lugar, nuestra circunstancia a la que no podemos renunciar sin que se resienta nuestro ser.
El inicio de ese añorado viaje fuera de los límites precisos de los lugares comunes en busca de territorios nuevos; la dolorosa exploración en los misterios; el encuentro con la perdida admiración.
La visión que se alcanza al cambiar de perspectiva y orientarse desde preceptos nuevos. Es el reencuentro con la creatividad libre.
La recuperación de nuestro suelo nutricio, la intrahistoria, ese fondo popular que, como primera intuición, marca el inicio de la vida artística.
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La familiaridad con el dolor, propio y ajeno; el dolor es posibilidad de salud y rehuirlo significa padecer su peso.
El escritor que invita a la lectura de su obra ha de ser además de versátil, persistente, para adivinar dónde se encuentra ese hilo de la existencia que permite a los personajes y lectores agarrarse al relato; para esbozar los perfiles de la ficción sin descuidar la vida, unirlos, si cabe, por el claroscuro de la contradicción y la duda; para situar la narración en ese espacio desde el que contemplar con altura el horizonte donde van a respirar sus personajes; y, sobre todo, para escribir al alma, que sabe leer en la profundidad, aquella que se nutre de la melancolía.
Es fácil suponer que cuando te hacen una invitación es porque en cierta medida reconocen tus cualidades, méritos, o, simplemente quieren tener una atención contigo. Cuando la invitación es a la lectura, es porque el libro y el autor tienen unas cualidades y méritos que aconsejan leerlo, o simplemente porque quieren devolverte algo, algo que te pertenece.
El pasado martes con ocasión de las clases de la universidad de la experiencia, el profesor Luis Miguel Suárez Martínez nos invitó en la Biblioteca de Astorga a la lectura de la obra del escritor astorgano, nacido en Salamanca, Andrés Martínez Oria, como ejemplo de un literato que enseña a disfrutar y crecer leyendo.
El conferenciante expuso, sin pretender darles unidad temática, una retahíla de obras en las que quizá el hilo conductor fuera la relación mutua de los personajes con su lugar, pero no un lugar físico, sino un lugar literario; podría decirse que el personaje y su realidad cercana se hacen símbolo en la obra.
La evolución creadora de Andrés, señaló Luis Miguel, comienza con una novela en la que el personaje principal regresa a su pueblo natal y se siente como alguien alienado, extraño, como una sombra entre las sombras que nadie reconoce; Egriseldo en Más allá del olvido se sitúa en el espacio que divide la realidad y el mito; es posible que más allá del olvido se encuentre en ese lugar.
Las peripecias, aventuras, y preocupaciones que paralizan por un tiempo a Eterio en su viaje a tierras gallegas para vender ropa de lencería, es la trama de la novela El raro extravío del viajante Eterio en el pinar de Xaudella; el personaje se enfrenta a un doble padecimiento: el peso de la ficción que lo atrapa y la pérdida de un lugar común, propio, conocido para valorar los extraños sucesos que le ocurren. Por un lado, la ficción y por otra parte, la incursión en un itinerario ignoto. De nuevo en esta segunda novela se destaca el viaje y el personaje Eterio que va a un lugar desconocido.
El silencio púrpura, colección de tres novelas cortas, es un libro que cuenta la historia de tres decisiones: la del que se aleja de un amor prohibido, la del que busca la libertad y la del que tiene un importante trabajo que realizar. Todas ocurren en mitad de un trayecto, en el camino, de viaje. No obstante, los lugares, aunque definidos en los tres relatos, se van desdibujando porque lo importante es el camino, la elaboración, diríase, metódica, de la decisión.
Flores de malva es un relato exclusivamente de viajes por las tierras de la Sequeda. El mundo de las decisiones viaja por entre las líneas de la descripción y se detiene en los caracteres de sus habitantes y del paisaje. El viajero encuentra en su camino las señas de un maridaje sentimental entre la persona y el lugar, un viaje para llegar a ese territorio que sostiene a la historia de cada uno, ese 'luga' que Unamuno llamó intrahistoria.
Mezcla de novela y documento histórico, Jardín perdido es una reconstrucción de la vida de la familia Panero. Mezcla, por tanto, de retrato y ficción a través de cuatro etapas para sintetizar con serena prosa las luchas y contradicciones de unas vidas acaso demasiado oprimidas por el peso del dolor.
Otra reconstrucción, pero ahora dramática, es la que lleva a cabo en El peso del mundo, en la que Andrés lleva a escena la última noche en la vida del poeta Leopoldo Panero. Obra breve, pero llena de una intensidad contenida, en la que el territorio poético suscita versos de consuelo.
Su última novela hasta la fecha es una Invitación, pero a la melancolía. Además de la relación personaje-mundo incluye otros temas que discurren como fragmentos hasta que los une el propio sentimiento, algo así como si todas las voces e historias uniesen a sus personajes en un mismo sentir. Notable es la novedad que introduce el autor, cual es, la de crear una novela dentro de otra, lo que ahora se llama, metanovela.
Decía al principio que quien lee recupera algo suyo, algo perdido, algo que le han robado, algo, en definitiva, propio, y que la lectura es una invitación a ese reencuentro. Así ocurre en la obra de Andrés Martínez Oria. Historias de lugares y personas, de viajes y decisiones, de terruño y dolor se van sucediendo y en cada libro se nos manifiesta algo como personal y nos llega por medio de una inusual redención.
El reencuentro con el propio espacio íntimo, con nuestro lugar, nuestra circunstancia a la que no podemos renunciar sin que se resienta nuestro ser.
El inicio de ese añorado viaje fuera de los límites precisos de los lugares comunes en busca de territorios nuevos; la dolorosa exploración en los misterios; el encuentro con la perdida admiración.
La visión que se alcanza al cambiar de perspectiva y orientarse desde preceptos nuevos. Es el reencuentro con la creatividad libre.
La recuperación de nuestro suelo nutricio, la intrahistoria, ese fondo popular que, como primera intuición, marca el inicio de la vida artística.
La familiaridad con el dolor, propio y ajeno; el dolor es posibilidad de salud y rehuirlo significa padecer su peso.
El escritor que invita a la lectura de su obra ha de ser además de versátil, persistente, para adivinar dónde se encuentra ese hilo de la existencia que permite a los personajes y lectores agarrarse al relato; para esbozar los perfiles de la ficción sin descuidar la vida, unirlos, si cabe, por el claroscuro de la contradicción y la duda; para situar la narración en ese espacio desde el que contemplar con altura el horizonte donde van a respirar sus personajes; y, sobre todo, para escribir al alma, que sabe leer en la profundidad, aquella que se nutre de la melancolía.